Luego del evento de toma de posesión del presidente Nayib Bukele y de que conociéramos su gabinete, ¿podemos hablar de paridad entre mujeres y hombres, al menos en este ámbito? La respuesta depende de qué entendemos por paridad y de qué país hablamos. Para El Salvador, quizá la equidad numérica sea la aspiración primaria. Pero para que se trascienda y generen cambios estructurales y efectos multiplicadores, debemos aspirar a una paridad que propicie las condiciones necesarias y suficientes para el cambio de nuestra sociedad. Esto demanda de una paridad transformadora que garantice representatividad, en términos cuantitativos, pero también donde cada parte demuestre idoneidad; ambos aspectos, en ocasiones, pueden no coincidir.

Por primera vez en la historia tenemos un gabinete paritario, sí. Y esto marca un hito importante en la lucha por la igualdad. Pero no debemos descuidar que ésta debe trascender de lo numérico, pues se trata de la selección de personas que estarán al frente de nuestras instituciones.

En este aspecto, el nuevo gabinete nos deja cierto sinsabor, dado que la exigencia de idoneidad y meritocracia pareciera que ha sido únicamente para la selección de las ministras (en su mayoría). En cambio, para la gran mayoría de los ministros que conforman el nuevo gabinete, la virtud más destacable resulta ser su vinculación a la red de confianza del presidente Nayib Bukele. Es decir, de alguna forma nos encontramos ante “lo mismo de siempre” que, paradójicamente, tanto se criticó de los gobiernos precedentes. Así, nuevamente se ha recurrido al nepotismo, al reciclaje y a la repartición de cuotas partidarias.

Es importante evidenciar la brecha cualitativa pues, de dejarse pasar, nos exponemos al riesgo de naturalizar prácticas discriminatorias contra mujeres y hombres realmente capaces. Para muestra, al principio se anunció la conformación un comité de selección de profesionales para el nuevo gobierno, creando la ilusión de que el gabinete sería integrado por mérito y capacidad demostrada; posteriormente se reveló con bombos y platillos a las nuevas ministras, creando la esperanza que además sería paritario; pero al final, se nos reveló la otra mitad del gabinete, resultando integrado por amigos, socios o parientes del Presidente y que, para colmo, no parecen estar a la misma altura de las capacidades demostradas por la mayoría de las ministras. Ahora entendemos porqué se guardó con tanto secretismo la información, previo al evento de traspaso.

En la integración de este gabinete de gobierno se demuestra que mientras las mujeres debieron demostrar por partida doble su capacidad, los hombres no. Entonces, ¿de qué paridad se trata? En esta administración, de momento, quizá habla de una que funciona en términos simbólicos y mediáticos, pues en lo sustantivo nos encontramos muy lejos de una paridad auténtica. Y más, cuando observamos que en los nombramientos de las secretarías y entidades autónomas prevalecen los hombres, contrario a la paridad numérica observada en la designación de los ministerios. No obstante, aún falta observar lo fundamental: ¿cómo se gestionará cada cartera a favor de una sociedad igualitaria? Esto sólo el tiempo lo dirá, y nos permitirá concluir en términos de paridad en un sentido amplio. Es decir, en la medida que el nuevo funcionariado nos demuestre si son o no capaces de garantizar una gestión de lo público que permita que todas las personas accedamos a los ámbitos remunerados y no remunerados sin las exclusiones actuales.

El manejo de las finanzas públicas desempeñará un rol crucial. Para la construcción de una sociedad igualitaria es indispensable disponer, entre otros, de los ingresos suficientes que permitan financiar, de forma sostenible, la inversión para garantizar el bienestar de todas las personas a lo largo de su ciclo de vida. Además, una recaudación justa y una gestión eficiente y transparente de los recursos públicos. Por esto, el ministro designado para la administración de la hacienda pública debería iniciar demostrando su probidad para desempeñarse en el cargo, luego de los recientes señalamientos en su contra. Y, como él, sería pertinente que el resto del funcionariado demuestre porqué merecen estar gestionando nuestros escasos y dilapidados recursos públicos.

En nuestro país tenemos un reto adicional: avanzar hacia una paridad auténtica, concebida como un 50/50 + C. Es decir, equidad en cantidad e igual exigencia de calidad de cada parte, a fin de tener un funcionariado ético y profesional que contribuya a dejar atrás el statu quo.