Es increíble la desubicación de algunos diputados de la actual Asamblea Legislativa que se empeñan en ponerle leña al fuego de la caldera política.

Los contundentes resultados de la elección presidencial reciente pareciera que no han despabilado sus mentes ni han moderado despropósitos ni aquellos resultados electorales los han llevado a sacar lección alguna.

Volver a las andadas con el tema del agua, con la agenda que lo hacen, es una temeridad que a todas luces resulta peligrosa.

Los diversos actores que se han pronunciado sobre este tema desde hace meses han sentado postura y señalado con precisión lo inadecuado de debilitar la institucionalidad del sector público en materia hídrica.

El Salvador es un pequeño país periférico —nunca lo deberían olvidar quienes tienen la magna tarea delegada de legislar para el bienestar general— que se encuentra postrado y sacudido por los latigazos inmisericordes de las gestiones gubernamentales que, desde 1989 hasta nuestros días, vienen inventando la fórmula secreta (¡y mágica!) para el gran salto… pero hacia atrás.

La Asamblea Legislativa se supone que es el foro privilegiado para que el cuerpo social discuta el crucial tema de los recursos hídricos del país, clave estratégica para cualquier emprendimiento económico-social-ambiental que se precie de serio. Sin embargo, esta Asamblea Legislativa, y la mayoría de sus integrantes actuales, piensan de otra manera. Lo de la composición de la autoridad máxima que debe regir las políticas hídricas es un asunto delicado, claro, sin embargo hay que señalar que hay otros temas que están ausentes en la discusión pública.

Uno de ellos es el estado deprimente, en cuanto a contaminación se refiere, de las aguas superficiales y de los mantos acuíferos. Hemos llegado hasta este punto no por falta de una autoridad reguladora con presencia privada, sino por la falta de responsabilidad cívica de los actores privados y públicos que debieron parar hace tiempo toda la dinámica de contaminación que generan los procesos productivos y habitacionales. Aquí está el quid de la cuestión.

Durante muchos años del siglo pasado, y lo que va del presente, especialistas nacionales y extranjeros vienen señalando lo inadecuado del manejo de los recursos hídricos en El Salvador. Pero nadie hace caso. Se les ha mostrado y demostrado, a los principales actores públicos y privados, que este país solo cuenta con un gran río (Lempa) con sus afluentes y un par de cuencas hidrográficas y que la forma como se han desplegado los procesos económicos por más de 170 años han creado un cuadro crítico para los recursos hídricos.

Los últimos 30 años de gestiones gubernamentales no han logrado modificar este absurdo patrón de explotación irracional de los recursos hídricos. Las aburridas y desopilantes campañas electorales pasan de largo por este punto decisivo para la convivencia y la supervivencia de los salvadoreños. Este es uno de los puntos fundamentales de la agenda estratégica del país que debemos debatir a fondo y que las gestiones gubernamentales correspondientes deben ayudar a que se avance en este terreno. Pero con paso firme y con acciones concretas y no desmontables a capricho de intereses espurios.

La política salvadoreña de las últimas décadas se extravió en consideraciones dizque ideológicas y en pruritos economicistas que nos han puesto en una situación casi insostenible por mucho tiempo más.

Hay quienes dirán, pero existe legislación ambiental que regula la contaminación del agua. Y es cierto, existe esa legislación, el problema es que quizá los estándares son muy bajos y mucha del agua que se supone no contaminante, en realidad lo es, y en esas condiciones se vierte a las quebradas y a los ríos del país. El ejemplo más dramático son los ríos Las Cañas, Acelhuate y Lempa (que es el receptor final de miles de metros cúbicos diarios de esa miasma contaminada). Y además, es muy endeble la institucionalidad pública para que se cumpla esta legislación (que habría que revisar, de paso) y estos parámetros. Es sobre esto que también los diputados y sus equipos de trabajo deben discutir. Y la ciudadanía sin temor de ningún tipo debe hacer sentir su peso en esto.

Continuar por el camino que vamos, por mucho que el Fondo Monetario Internacional en su reciente informe sugiera que se han hecho bien las cosas en algunos aspectos, la verdad es que hay que quitarse la camisa de fuerza que nos obliga a pensar solo con criterios economicistas. A la economía, qué duda cabe, le falta mucha visión ecológica profunda. Y a la política actual le falta sentido de dignidad para la vida existente en esta minúscula porción del planeta Tierra. Los diputados juegan con fuego, no con agua.