El fallecido senador demócrata de los Estados Unidos, Daniel Moynahan, dijo hace muchos años: “Tú tienes derecho a tener tu propia opinión, pero no tienes derecho a tu propia verdad”.

En los tiempos del COVID-19 pareciese que los tomadores de decisión y aspirantes a ello piensan que tienen derecho a su propia verdad, y tienen derecho a aplicarla a su conveniencia política. Bajo la conveniente hipótesis que la salud está en contra posición con la economía, argumentando algunos que la salud está primero y otros que la economía es precursora de la salud, se enfrascan en discusiones estériles y aplican políticas sanitarias, que, alejadas de la evidencia científica, solo pretenden alinearse con su agenda política. Los efectos de esta falsa dicotomía son desastrosos tanto para la salud como para la economía.

La ciencia nos dice que estamos enfrentando a un nuevo virus y que, como todo nuevo virus, está para quedarse. Recordemos que de todos los millones de virus que existen en la tierra, y que cohabitan con el ser humano, solamente se ha podido erradicar un solo virus: el virus de la viruela. Un virus que tenía más de 500 años de convivir con nosotros. Esto gracias a los esfuerzos de la Organización Mundial de la Salud, que logró unificar un planeta y montar un programa que duró más de 20 años. O sea que las probabilidades de hacer desaparecer al SARS-CoV-2 son extremadamente mínimas sino inexistentes.

Todo lo que los gobiernos y sistemas de salud están haciendo hasta el momento consiste en tratamientos paliativos (confinamiento, distanciamiento físico, uso de mascarillas y otros), que lo único que hacen es enlentecer la transmisión del virus, o sea aplanar la curva, con dos objetivos primordiales: uno es evitar el colapso del sistema hospitalario y otro proveer tiempo para el desarrollo de la vacuna. Que los gobiernos utilicen mensajes hacia la población aduciendo que a través de confinamientos y construcción de hospitales lograran detener la epidemia, es un mensaje alejado de la realidad y de la evidencia científica.

A largo plazo, el único camino que tenemos al momento es aprender a cohabitar con el virus. Y esto solamente se logrará a través de la adquisición de un nivel protector de inmunidad en la población. ¿Pero cómo logramos este elemento protector de inmunidad?

Un camino es la inmunidad natural o de rebaño, utilizado por Suecia abiertamente, y muchos argumentan que Nicaragua lo podría estar utilizando también. Esta inmunidad se logra al dejar que toda la población o la gran mayoría de ella contraiga la infección, a un ritmo lento, como lo hace Suecia, para evitar el colapso del sistema. Este camino, aunque factible, es un camino muy doloroso y que producirá una cantidad sustancial de fallecimientos. Por ejemplo, se estima que, en nuestro país con una población de 6.4 millones de personas, y tomando la tasa estimada de letalidad por infección del virus (0.68%), y la tasa de infección estimada para adquirir la inmunidad de rebaño (91%), el número total de muertos en nuestro país sería de aproximadamente 40,186. O sea 47 veces más muertes que las que el país reporta hasta este día. Un precio demasiado alto a pagar para alcanzar esa deseada convivencia.

El otro camino alternativo es la vacunación, o sea la llamada inmunidad artificial. Una vacuna sería la mejor arma contra el coronavirus y la mejor ruta para regresar a nuestra vida normal. Científicos como el Dr. Anthony Fauci, el máximo experto en enfermedades infecciosas de la administración de Trump, estiman que la vacuna estará disponible en un tiempo aproximado de 12 a 18 meses. En otras palabras, tenemos por lo menos un año más, en el cual gobierno y población tendrán que trabajar conjuntamente en la búsqueda de un camino que cuide la salud y que cuide la economía. Indudablemente, algunos sectores económicos sufrirán más que otros y algunas personas tendrán mas daños a su salud que otras.

Lo importante es que tanto la población como los gobiernos comprendan que este camino no es ni todo negro ni todo blanco, ni es todo salud ni toda economía. Los políticos no tienen derecho a su propia verdad.