Al cierre de 2019, la economía mundial presentaba síntomas de que no estaba bien. La desaceleración se hacía presente, es decir, que, aunque la economía crecía lo hacía a un ritmo más lento, pues el crecimiento fue de 2.9%, inferior al 3.6% de 2018. Sin embargo, las proyecciones de los organismos internacionales planteaban que para 2020 las cosas iban a mejorar. Pero en una economía débil, cualquier virus puede hacer estragos. Y es justo lo que está pasando. Los efectos del Coronavirus (COVID-19), que, aunque tiene una tasa de mortalidad baja se expande de manera muy acelerada, ha puesto en jaque la capacidad de los sistemas de salud, pero también la capacidad de la política económica, de controlar esta situación.

De acuerdo a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, el impacto del Coronavirus haría que la economía mundial apenas crezca 2.5%, la tasa más baja desde la crisis económica internacional de 2009. Además, algunos países entrarían en recesión económica. El costo estimado en el ingreso global sería de alrededor del billón de dólares, en el mejor de los casos, y de dos billones, en el peor.

Por si fuera poco, al inicio de esta semana hubo un desplome de las bolsas de valores, un indicador que suele adelantarse a lo que pasará en la economía real, una situación que no se observaba desde 2008 y aunque los otros días han mostrado cierta recuperación, la alerta se ha encendido. Adicionalmente, el precio del petróleo cayó en casi un 30%, la peor caída desde ¡1991! Todo esto hace que se genere la tormenta perfecta para la economía mundial, donde las consecuencias pueden ser devastadoras.

Ante este escenario, el Banco Mundial ha puesto a disposición de los países un paquete de 12 mil millones de dólares y el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha anunciado un fondo de 50 mil millones de dólares, como financiamiento; sin embargo, el FMI ha hecho hincapié en la necesidad de que los países deben hacer cambios en su política fiscal para enfrentar esta situación.

Pero cuando se habla del impacto en la economía, en realidad de lo que se está hablando es el impacto en las personas. Porque habrá menos empleo, menos salarios, más pobreza, más desigualdad, los Estados tendrán menos ingresos para cubrir el gasto social y todo esto se transforma en un espiral, en el que los costos pueden quedarse por años si no se toman las medidas adecuadas.

Ahora, todo esto, ¿cómo podría afectar a El Salvador? En el ámbito económico, aunque una reducción del precio de petróleo, puede ser una buena noticia, porque los precios de la gasolina disminuirían, lo que implicaría que las personas podrían comprar más cosas; este efecto se vería reducido, porque al haber una desaceleración económica, las exportaciones se reducirían y también los flujos de inversión caerían. Dada las características de la economía salvadoreña, cuando a la economía mundial le va mal, a ella le va peor.

El escenario con el que se elaboró el presupuesto de 2020, era que la economía crecería 2.5%, un escenario que en ese entonces ya era optimista y ahora con todo lo sucedido, parece muy difícil alcanzarlo, lo que podría implicar que el Estado cuente con menos recursos provenientes de impuestos. Además, las crisis ponen en evidencia las falencias y en este caso, el Coronavirus, ha vuelto a reiterar la importancia de contar con sistemas de salud universales y públicos, porque lo que está en juego son las vidas de las personas. Lastimosamente, el sistema de salud salvadoreño tiene muchas deficiencias y cuenta con asignaciones presupuestarias bajas, que lo alejan de ser un sistema de salud universal y de calidad suficiente.

Vale la pena preguntarse, ¿tiene El Salvador la capacidad financiera de enfrentar esta pandemia de salud y esta crítica situación económica? Y la respuesta, lamentablemente es no. El margen de maniobra es muy limitado, dado los niveles de deuda pública, así como los niveles de rigidez del gasto público y la insuficiente recaudación. Por lo que es fundamental que a la brevedad posible el Ejecutivo presente las medidas concretas que va a tomar en temas de ingresos públicos, gastos y deuda, para evitar una hecatombe económica y sanitaria; y las decisiones que se adopten sean cn sensatez primando el bienestar de las personas. Aunque cerremos las fronteras, no nos vamos a librar de la tormenta perfecta, y los hacedores de política pública tienen la obligación de minimizar sus impactos.