Cualquiera puede pensar que la vida en el campo es mejor cuando una pandemia, como la del nuevo coronavirus, exige distanciamiento físico. Las distancia de las casas y los terrenos, incluso los campesinos en solitario, sumergidos en sus campos son una estampa ideal para evitar los contagios, sin embargo el covid-19 encontró cómo golpearlos en dos puntos débiles: la economía y falta de acceso a servicios de salud.
Entre el canto de los pájaros los habitantes del municipio de Santa Cruz Michapa, en Cuscatlán, tratan de sobrellevar sus necesidades y sus miedos. Aún se vive en la normalidad a pesar de la infección covid-19 y no porque no sea peligrosa, sino porque todos están ocupados cumpliendo con sus labores, porque si no trabajás en el campo, o te mueres de hambre.
El que tiene vacas las ordeña, hace queso y lo vende; quien tiene gallinas, junta los huevos para su alimento diario; quienes tienen un huerto casero, están pendientes para recoger la cosecha cuando se pueda consumir. Y así pasan los días en el pequeño cantón que lleva el mismo nombre del municipio, al que sus habitantes lo reconocen cariñosamente como “Michapita”.
Aquí, más allá del temor al covid-19, a los michapenses también les amedrenta no poder comercializar los productos que cultivan; vender sus animales, ya sea gallinas, vacas o cerdos; el poder adquirir insumos y demás alimentos o buscar atención médica ante una emergencia, debido al poco acceso a un vehículo.
Debido a los más de cuatro meses que el transporte público fue cancelado en todo el territorio salvadoreño, algunos habitantes del municipio se vieron afectados para buscar, desesperadamente, asistencia médica por enfermedades, ya sean crónicas o relacionadas a la época.
Los más afectados fueron aquellos que no cuentan con un transporte propio y que tuvieron que caminar largas distancias para traer a sus hogares,los productos necesarios o llevar a los suyos con un doctor.
No obstante, ante el incremento de contagios del virus que ya le ha arrancado la vida a más de 600 personas en el país, los campesinos prefieren continuar con la siembra de maíz y frijol que les permitirá tener provisiones para un futuro incierto.
“Aquí tratamos de no preocuparnos por la enfermedad, porque si nos complicamos nos enloquecemos, y si no sembramos no tendremos que comer mañana”, expresa con desesperanza Camelia Vides, quien reside con su familia en el municipio y a pesar de tener incertidumbre por los contagios y fallecimientos a causa de la pandemia, trabaja incasablemente en sus cultivos de maíz, sobre todo porque el invierno no espera.
Según las estadísticas oficiales del gobierno, el municipio tiene la quinta posición en el departamento de Cuscatlán por registrar 35 personas contagiadas de covid-19. El personal sanitario de la región ha reportado, hasta la fecha, al menos nueve muertes por complicaciones relacionadas al virus.
En los caminos son pocas las personas que usan mascarillas, la mayoría camina, anda en bicicleta o motocicleta para trasladarse a distancias cortas, mientras que los vehículos que suelen circular por la calle principal se dirigen al municipio vecino: Tenancingo.
Al atardecer muchas personas, en su mayoría hombres, regresan a los campos en busca de sus animales que han estado alimentándose durante el día para rendir un vaso de leche, al siguiente.
El resto de habitantes de “Michapita” tienen la bondad de la vida rural de observar los campos verdes, sus cultivos y plantas florecientes o disfrutar del atarceder junto a sus seres queridos para minimizar la preocupación, y aunque no sea una solución al virus, ofrece un escenario de salud mental.
La vida de los pobladores parece normal, con una total paz sin covid-19, pero cada uno hace lo suyo cuidando con la información, incansablemente divulgada sobre cómo prevenir el virus, y siguen tradiciones de provisión de remedios caseros, porque aunque será un golpe de suerte si funcionan ante la gravedad, en el campo o se le pone fe a las hiervas o se muere porque quizá no haya manera de llegar hasta un doctor.