Una señora recoge desperdicios de alimentos de La Tiendona. Los vendedores reconocen que cada vez botan más comida porque no se vende. / Óscar Machón


¡Ah! Es que bien duro, fíjese, porque a los hijos a uno le piden. Hubo momentos bien difíciles en los que no había ni que freír.

De esa manera describe Rosario Ramos Gómez los meses de mayor confinamiento por covid-19, un relato que, sin embargo, para 2021 seguirá siendo parte de su realidad porque, así como los contagios aumentan por cientos, cada día miles de familias salvadoreñas luchan por llevar la comida a sus mesas sin siquiera saber que están en riesgo de inseguridad alimentaria.

Desde que comenzó la pandemia en El Salvador la cifra de personas en inseguridad alimentaria aumenta y se espera que en los primeros meses del 2021 unos 985,000 salvadoreños enfrenten alguna dificultad para poder satisfacer sus necesidades alimenticias, matiza Diego Recalde, representante de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

¿Qué significa ese número? ‘El chiste se cuenta solo si todos sufrimos hambre’, reaccionan algunos lectores cuando se publican informes sobre el aumento de la inseguridad alimentaria en El Salvador por la pandemia.

Pero estos informes se refieren a la sensación física, incómoda o dolorosa causada por el consumo insuficiente de energía alimentaria, que luego se traduce en desnutrición –que afecta sobre todo a los niños- y enfermedades crónicas no transmisibles como diabetes.

Significa que el casi millón de salvadoreños en riesgo de inseguridad alimentaria no será capaz de satisfacer sus necesidades en los próximos días y solo podrán comprar comida si vende sus medios de vida esenciales, como animales de crianza o reservas de granos básicos. Además, si la crisis se agudiza comenzarán a racionalizar sus comidas con un aporte mínimo de calorías para llevar una vida normal, activa y saludable.

Manzanas tiradas en el basurero de La Tiendona, la principal plaza de suministro de frutas y verduras de El Salvador. / Óscar Machón

Más y más hambre.


Desde el primer informe lanzado en abril de 2020 sobre el impacto de la pandemia en el hambre, El Salvador pasó de tener 302,000 salvadoreños en inseguridad alimentaria a 690,000 personas que ahora mismo no son capaces de satisfacer sus necesidades básicas de comida, sobre todo en Ahuachapán, según la última actualización realizada en diciembre pasado.

La cifra se elevará unos 295,000 en los próximos meses y alcanzará los 985,000 salvadoreños, y se hará sentir con mayor fuerza en las personas en La Unión, San Miguel y Ahuachapán.







La FAO en coordinación con el SICA realizaron una investigación de inseguridad alimentaria por fases. El estudio se realizó a través de llamadas telefónicas.

Esto se debe a que el “empleo no se recupera y este período que nos lleva adelante no llueve (para cultivar), ¿qué pasa de aquí a mayo si las familias tienen sus economías golpeadas por la crisis? Es fundamental continuar con paquetes de entrega alimentarias y políticas públicas sociales”, explica Recalde.

El representante de la FAO detalló que, a la fecha, hay 95,000 personas en emergencia por la grave ausencia de acceso a los alimentos y aumentará a 121,000, es decir, que unos 26,000 salvadoreños se sumarán a esta situación.

Asimismo, hay más de 590,000 salvadoreños que se encuentran en crisis alimentaria, que luego se volverán 824,000.

La pandemia agudizó la inseguridad alimentaria ante el aumento del desempleo y la caída de ingresos. Personas comenzaron a salir con banderas blancas para pedir comida en el gran confinamiento. /DEM

La crisis no golpeó igual.


Con los guineos y los pocos granos básicos que tenía Rosario Ramos Gómez, productora de café en Santa Ana, logró alimentar a su familia durante el confinamiento. “Yo digo que hemos sobrevivido a la misericordia de Dios, yo así les digo a mis hijos”.

Ramos Gómez asegura sentirse más preocupada para 2021 porque tras los huracanes de Eta e Iota perdió casi el 40 % del grano maduro de su finca, el cultivo que esperaba sacar y vender para alimentar a su familia. Recuerda además que desde hace años viene acumulando pérdidas por la caída del precio del café.

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Al extremo del territorio salvadoreño, en Delicias de Concepción, Morazán, la productora de hortalizas Iris Alberto asegura que no sufrió falta de alimentos durante el confinamiento y que incluso hubo momentos en que no sabía qué hacer con el tomate que sacaba porque nadie lo compraba.

Lograron sortear la crisis porque los agricultores morazanenses han desarrollado una producción escalonada con viveros y reservorios de agua, mientras que en Santa Ana los caficultores se enfrentan a embargos de fincas y baja productividad.

Más desperdicios.


El hedor a frutas y verduras podridas se extiende a más de una cuadra de distancia del mercado mayorista de La Tiendona, la principal plaza de suministro de El Salvador y también uno de los lugares donde más se desperdician alimentos.

Una vendedora de frutas, cuyo nombre se reserva en esta nota por seguridad, asegura que es normal botar cajas de mandarinas u otra fruta porque nadie compra el producto pequeño o viejo. Cuando puede, dona a las organizaciones que llegan a pedir porque, continúa explicando, vio en un canal de televisión que todos los “alimentos que se despedían en La Tiendona podrían alimentar a África”.

La cifra oficial que maneja la FAO a nivel mundial es el desperdicio de 1,300 toneladas de alimentos, de las cuales el 10 % proviene de América Latina. Es decir, unas 127 millones de toneladas que serían suficientes para alimentar a todas las personas que padecen hambre en la región.

Para Recalde, el problema del desperdicio también abarca las malas prácticas de consumo dentro del hogar porque “tenemos una población que se está inflando de comida chatarra”, mientras que botan alimentos saludables que se les pudren.

El desperdicio de alimentos también es un impacto ambiental por la producción de gases de efecto invernadero, mientras que el hambre aumenta. / Óscar Machón

No más “wasted food”.


En medio del incremento del hambre por la pandemia y los desperdicios de alimentos, surgió Wasted Food como un movimiento para rescatar alimentos y llevarlos a centros u organizaciones que necesiten comida.

Melissa Castro, parte del movimiento, explica que la idea surgió de un grupo de amigos que se consolidó en la pandemia. Primero buscaron asesoría con el Proyecto Plato Lleno, una iniciativa similar que se ejecuta en Argentina, y luego comenzaron a tocar las puertas de productores, comercializadores, cooperativas y ahora cuentan hasta con tiendas de barrio entre sus aliados.

El movimiento Wasted Food rescata alimentos para entregarlos a organizaciones, como hogares de ancianos. Ya recogieron una tonelada./ Óscar Romero


“El objetivo de Wasted Food es que no exista el desperdicio de alimentos. Garantizar que el desperdicio se coma”, asegura Castro.
Wasted Food se consolida en la pandemia cuando hay un problema de inseguridad alimentaria y, a la par, siempre sigue existiendo desperdicio”.
Melissa Castro
Voluntaria del movimiento Wasted Food

Wasted Food realiza rescates cuando sus aliados tienen excedentes de alimentos, luego coordinan el transporte y la entrega con algunos de los centros comunitarios como el dormitorio público Roque Dalton, ubicado en San Miguelito, San Salvador.

Hasta octubre pasado, Wasted Food ya había entregado una tonelada de alimentos rescatados a cinco organizaciones.

3 datos que debes de conocer



  1. Desnutrición crónica: Está en el 14 % a nivel nacional: 11.4 % en lo urbano y 16.6 % en lo rural. No permite el desarrollo de un niño en su plenitud.

  2. Obesidad en niños: La obesidad en los niños menos de cinco años es en la actualidad el 6 %. En los niños escolares del primer grado representa 30.7 %.

  3. Más hambre: La FAO prevé que la inseguridad alimentaria cubra a 985,000 salvadoreños en los primeros meses de 2020, más que hace un año.