Tengo miedo de la pandemia. Al inicio de la cuarentena tuve mucho pánico de que algo le pasara a mi mami o a mi abuelita, estar lejos de ellas y no poder hacer nada, ver las cadenas nacionales abonó mucho a ese pánico. Me llevó algunos días racionalizar este miedo y reconocer que lo que estaba en mis manos hacer era asegurar que ellas dos adoptaran al pie de la letra las medidas de prevención necesarias. Obviamente el temor a que algo malo pase sigue y seguirá estando ahí, pero ahora es un temor controlado.

Pero la pandemia y sus implicaciones me han despertado otros miedos. Tengo temor que después de esta pandemia el país esté más polarizado que antes, un país donde las personas crean que cualquier cosa es absolutamente buena o absolutamente mala, solo dependiendo de quien la dice y no de la evidencia, donde pensar distinto y cuestionar no es permitido, y si alguien lo hace es motivo suficiente para reciba insultos, ataques o amenazas.

También tengo miedo de que a pesar de ser un país que ha atravesado décadas de dictaduras militares y décadas de conflicto armado interno, seguimos siendo una sociedad violenta que menosprecia el valor de vivir en un país democrático y en paz, con pesos y contrapesos entre los poderes y las instituciones del Estado. Me preocupa que toda la clase política: diputados, diputadas, presidente y ministros, está demostrando una incapacidad absoluta para entablar procesos de diálogo y acuerdos, todos creen que son dueños de la verdad absoluta, desechan las propuestas del otro y siguen tomando decisiones en clave electoral, aunque en los discursos todos dicen preocuparse por las personas. Pero tengo más miedo a como está actuando la mayoría de la ciudadanía, que actúa con base en un fanatismo ciego y que incluso ha llegado a defender la concentración absoluta del poder en una persona, cuando nuestra propia historia reciente y los ejemplos de nuestros países vecinos, Honduras y Nicaragua, nos demuestran que esa no es la solución.

Me preocupa que tengamos una memoria demasiado corta y que podamos repetir nuestros errores. La corrupción es uno de los grandes males de nuestra sociedad, históricamente ha existido e históricamente nos hemos quejado de ella. Aun así, seguimos tolerando e incluso defendiendo, que los funcionarios públicos de turno no transparenten, ni rindan cuentas sobre cómo utilizan los recursos públicos, en especial en tiempo de emergencia y donde es necesario que cada centavo llegue a su destino; seguimos estando dispuestos a aceptar que un funcionario robe, pero que haga algo; continuamos aceptando el nepotismo, con la excusa de que los nombramientos son ad honorem, aunque eso signifique que con otro nombramiento reciban un salario mayor al que les corresponde, pero me preocupa más que no lo condenemos y que incluso lo aplaudamos; parece que somos igual de persistentes en señalar a los corruptos del partido contrario, y en defender a los del mío. Tengo miedo que continuemos tolerando la mediocridad y falta de integralidad de las políticas públicas, en esta pandemia hemos caído en la trampa de la falsa dicotomía de elegir entre salud o economía, cuando deberíamos exigir políticas públicas que brinden solución a ambas dimensiones, porque, aunque la pandemia nos afecta a todas las personas, no todas estamos en las mismas condiciones.

Estas y otras preocupaciones me han quitado el sueño durante la cuarentena, las estoy enfrentando con un mayor compromiso por mantenerme informada, ir más allá de la propaganda en redes sociales y opinar con base en argumentos; confiar más en la opinión de los expertos, que en la de los políticos.

Sé que de esta crisis vamos a salir, pero podemos salir con un país ingobernable, con más pobreza y con una institucionalidad pública más debilitada o con un país más democrático y con más derechos para todas y todos. El resultado dependerá de la madurez de la clase política, esa que tiene el poder y la responsabilidad de dialogar, alcanzar consensos e implementar políticas públicas integrales; y del compromiso que asumamos como ciudadanía de exigir a todos los funcionarios que estén a la altura de la situación, independientemente del color político que representen. Por eso, aunque tengamos miedo, no dejemos de exigir y participar.