Quienes practican atletismo, saben que no es lo mismo participar en una carrera de 100 metros que en una maratón. Quisiera estar equivocado, pero el camino para enfrentar la crisis del COVID19 se parecerá más a una maratón, por lo largo de su corrido y por el alto nivel de exigencia. Quizá podemos estar frente a una de las crisis más graves de toda la historia. Lastimosamente en materia económica arrancamos perdiendo desde el punto de partida, porque no estábamos preparados para participar en una competición con este grado de exigencia: no teníamos ni la condición física, ni el calzado, ni el entrenador adecuado. Por si fuera poco, las primeras acciones fueron correr a lo loco sin plan.

La actual crisis ha desnudado todas nuestras carencias. Un mercado laboral donde la mayor parte de la población no tiene ingresos ni siquiera para tener seguridad de que les va a alcanzar para comer; decirles a estas personas quédense en casa, sin medidas que garanticen sus ingresos, es equivalente a decirles quédense pobres y con hambre. Un sistema de salud público diseñado para ver morir a los pobres, porque para los que tienen dinero, para eso estaban los hospitales y clínicas privadas; espero que esta crisis no deje duda de lo importante que es lo público, incluso para quienes nunca pensaban usarlo. Un sistema de planificación ausente, primero se eliminó el Ministerio de Planificación, recientemente fue la Secretaría Técnica de la Presidencia; ahora nos damos cuenta que el costo de la improvisación se paga muy caro. Una política económica desahuciada, sin política monetaria y con una política fiscal sumamente limitada. En síntesis, la crisis nos agarró con un modelo económico exhausto, injusto, donde la desigualdad es nuestra mayor vulnerabilidad. Habrá que ser muy caradura para seguirlo manteniendo sin cambios.

Está claro que ningún país estaba preparado para esto, pero es más fácil enfrentarlo con equipo técnico adecuado, con líderes políticos más cercanos a Estadistas, que a megalómanos y, con conocimiento de cómo funciona la política pública; evitando así la discrecionalidad de la improvisación. Hay una falsa dicotomía entre salvaguardar la salud o salvaguardar la economía, un plan bien hecho debe ser integral buscando ambos objetivos.

La semana pasada la Asamblea Legislativa aprobó una deuda de USD2 mil millones (casi una tercera parte del presupuesto aprobado de 2020, 7.3% del PIB) y el Ejecutivo ya ha señalado que necesita que este monto suba a USD5 mil millones (18% del PIB, o lo equivalente a todo lo que se iba recaudar en concepto de impuestos en todo el 2020). La deuda no es mala, menos en un contexto donde nuestros ingresos son raquíticos para enfrentar una crisis sin precedentes; el problema es que se hizo sin tener claro en qué se va a gastar. Además, si esta deuda no se gestiona de manera adecuada va a presionar los presupuestos de los próximos años, que también serán claves para enfrentar los impactos de una crisis económica, cuyos efectos ni siquiera hemos empezado a percibir.

Y es motivo de preocupación que sigue sin hacerse una sola solicitud para readecuar el presupuesto, quitando gastos no prioritarios, como viajes, seguros privados de salud, compra de bienes y servicios innecesario como equipo militar –en estos momentos no necesitamos balas, necesitamos médicos, medicinas– y aumentando sustancialmente el presupuesto de salud.

Además, el mecanismo de entrega de las transferencias volvió a reiterar que ni la más grande maquinaria propagandística será capaz de cambiar la realidad. Porque la gente tiene temor al virus del COVID19, pero le tiene más miedo al virus de la miseria. ¡Uf! y todo esto apenas con recorrer solo los primeros centímetros.

Todavía nos falta mucho por recorrer en una maratón que además tendrá muchos obstáculos, donde dependiendo cómo avancemos en el camino incluso se puede quedar desde la dolarización hasta los avances democráticos. Pero también al faltar mucho por recorrer, si corregimos, hasta podemos dar la sorpresa. Esta crisis es una oportunidad de transitar hacia una sociedad más desarrollada, inclusiva y sostenible; pero para ello tendremos que aceptar que nos necesitamos unos a los otros, que lo político sin sustento técnico es pura demagogia y en lugar de resolver crisis, las agrava. Necesitamos dejar de seguirnos viendo el ombligo y reconocer que el único mecanismo para resolver nuestras diferencias es el diálogo democrático. Esto es una maratón y solo la vamos a ganar si todos llegamos a la meta sanos, pero también con comida para celebrar.