Es ingenuo suponer que todo lo concerniente a los acontecimientos que desembocaron en enero de 1932 en El Salvador es un caso cerrado. Aunque ya existe una dilatada labor de investigación sobre el asunto, lo cierto es que hay muchas aristas y distintos tópicos que aún aguardan ser considerados. O incluso reconsiderados.

La esforzada conspiración de silencio y de distorsión, que desde febrero de 1932 se quiso imponer a ese momento crucial de la historia contemporánea, 92 años después es claro que logró efectos duraderos en la desmemoria nacional. Si se realizara un sondeo de opinión, así como se hace para saber si se usa ‘x’ shampoo o se consume ‘y’ marca de macarrones, no sería sorprendente constatar lo poco o nada que la ciudadanía común sabe acerca del ‘tema’ 1932.

Esa mala costumbre de apreciar los hechos históricos con ojos simplistas de ‘malo’ o ‘bueno’, solo ha contribuido a la pulverización de la comprensión de las circunstancias concretas que explican lo que pasó antes, durante y después de 1932.

Por supuesto que este modo, diríase, tuerto, de sopesar el discurrir sociohistórico no es exclusivo del entramado de 1932, desde hace casi dos siglos el tratamiento interpretativo de los tramos claves han estado dominados por esta visión estrecha.

Y los resultados están a la vista: en estas esquilmadas tierras lo que se sabe y comprende acerca de la historia nacional es una suerte de ‘alboroto’, confuso e insípido, que no se puede deglutir. Es decir, un analfabetismo histórico crónico.

Los especialistas que han escrito o aún están escribiendo acerca de 1932 y sus alrededores podrían argumentar que algo se ha avanzado, y basta traer a cuenta algunos trabajos para constatar el progreso habido.

Los materiales de Abel Cuenca, de Mauricio de la Selva, de Roque Dalton, de Thomas Anderson, de David Luna, de Jorge Arias Gómez, de Ítalo López Vallecillos, de Alejandro Dagoberto Marroquín, de Segundo Montes, de Rafael Guido Béjar, de Rodolfo Cerdas Cruz, de Patricia Alvarenga, de Héctor Pérez Brignoli, de Erik Ching, de Gregorio López, de Jeffry Gould y Aldo Lauria, de Héctor Lindo, de Rolando Vásquez Ruiz, de Antonio Acosta, de Arturo Taracena... todos han contribuido a la comprensión de 1932 y sus alrededores.

De lo que se trata ahora es de saltar la cerca de los estudios restringidos y pasar a una mayor difusión y discusión, en diferentes niveles y ámbitos, de los hallazgos existentes. Se suponía que en el ámbito universitario se abrirían espacios para la investigación de este y otros capítulos decisivos de la historia nacional, pero qué va, estos establecimientos académicos se encuentran viendo para otro lado y desfondados de pensamiento crítico. Eso no es un secreto, pero a los señalados no les gusta que se les recuerde tal falencia.
Las consecuencias de esta situación es que los más jóvenes estudiantes de hoy no se forman reconociendo la trayectoria de esta lengua de tierra llamada El Salvador, sino que avanzan dando palos de ciegos.

El tema de 1932 no va solo de comunistas contra militares sanguinarios ni solo va de barones del café contra campesinos sin tierras para cultivar sus granos básicos. No, lo de 1932 implica reconstruir sus antecedentes cercanos (y algunos remotos también), rehacer el tejido social existente para identificar cómo es que pudieron incubar las explosividades sociales. Y también implica explorar las consecuencias después del tensionamiento estratégico de fuerzas que se dio en enero de 1932.

Hay muchísimo trabajo por hacer en torno a este ‘tema’, y sin embargo la abulia y la flojera es lo que impera en los establecimientos universitarios, cunas naturales para la indagación juiciosa y la divulgación responsable.

Los muchachos y las muchachas que van a octavo o noveno grado están llenos de preguntas (¡rondan los 15 años!) y no solo, como creen algunos psicólogos, tienen interrogaciones sobre sí mismos, también quieren saber de dónde viene este su país que no deja de trastabillar. ¿Cómo es que con tanta sangre derramada durante casi un siglo no es posible llegar a una zona más o menos estable en lo económico y en la convivencia política?

Estudiar 1932 y sus alrededores es un buen comienzo para descifrar el misterio de por qué este país siempre se está mordiendo la cola. Y no es cuestión de dar con verdades inmutables, inconmovibles o incuestionables, lo urgente es dejar de soñar con pajaritos preñados y asumir y discutir el país que hemos sido, para que algún día podamos ser otra cosa distinta.