En 1972, en El Salvador, quedó claro que habría una guerra. Los actores políticos de aquel momento no lo sabían con precisión, pero eran nítidas las señales de la previsible confrontación político-militar, pues las acciones emprendidas apuntaban en esa dirección. El 14 de julio de 1969 el grupo de poder que gerenciaba el país en aquel momento desde el Partido de Conciliación Nacional (PCN), acicateado por un confuso prurito nacionalista (con trasfondo de intereses corporativo-económicos) hizo estallar el Mercado Común Centroamericano al lanzarse a ‘la guerra de las 100 horas’ contra Honduras.

La población salvadoreña que trabajaba en Honduras, desde décadas atrás y cuyo número era de miles, estaba siendo maltratada y expulsada por las autoridades hondureñas, y esto no era una invención. La respuesta dada por el gobierno militar del PCN de aquel entonces a toda aquella situación fue, sin duda, un desacertado expediente que hizo que las aguas políticas internas se enturbiaran y que esto contribuyera a modificar algunas agendas.

Entre julio y diciembre de 1969, la dirección política y algunos núcleos intermedios del Partido Comunista de El Salvador (PCS) se enfrascaron en profundas, aunque al parecer estériles discusiones, a propósito de la actitud tomada frente a la llamada ‘guerra de las 100 horas’ con Honduras. Dado que el PCS en ese momento era la única fuerza política del país que asumía el ideario de la ‘revolución social’, se suponía que su respuesta política frente a ‘la guerra de las 100 horas’ debía estar en consonancia con una visión estratégica de transformación social. Lo que no ocurrió.

¿Pero qué sucedió? Pues que una parte de la dirección del PCS, encabezada por Schafik Handal, aprovechando que su secretario general, Salvador Cayetano Carpio, se hallaba fuera de El Salvador (por cierto, andaba en la Unión Soviética), en una decisión que quiso ser intrépida y de pretendido sentido de oportunidad, movió piezas organizativas bajo su influencia (por ejemplo, la Asociación General de Estudiantes Universitarios) y llamó ‘a las armas’ contra la agresión hondureña. Según los animadores de esta línea de acción lo que había en ese momento era una ‘situación revolucionaria’ que debía ser aprovechada para profundizar las contradicciones dentro del adversario. ¡Un auténtico delirio de émulos leninistas!

Por supuesto, ese tipo de razonamiento no tenía asidero real, era un ansia, una aspiración quizás o una alucinación política fácil de rebatir. El PCS experimentó entonces, entre julio de 1969 y marzo de 1970, un sordo proceso de confrontación interna entre una mayoría compacta y una minoría reducida y aislada. Todo eso desembocó en la renuncia de un puñado de militantes encabezados por quien hasta ese momento era el secretario general, y que acompañaron el secretario general de la Federación Unitaria Sindical Salvadoreña (José Dimas Alas), un joven militante del trabajo sindical (José Ernesto Morales) y los integrantes principales (entre quienes estaba Luis Barahona, a un paso de graduarse de médico) de la llamada Célula Frank Pais que operaba dentro de la Facultad de Medicina de la universidad estatal.

De este desgajamiento surgió uno de los núcleos del emergente movimiento guerrillero. Aunque entre abril de 1970 y julio de 1972 este agrupamiento careció de una denominación, desde agosto de 1972 se dio a conocer como Fuerzas Populares de Liberación —FPL— ‘Farabundo Martí’. Sin embargo, las FPL no fueron el único filón contestatario que ‘brotó’ a partir de 1970. En paralelo, un incipiente agrupamiento heterogéneo comenzó a conformarse: Eduardo Sancho (de la Unión de Jóvenes Patriotas), Lil Milagro Ramírez (del Partido Demócrata Cristiano-sector juventud), del ambiente universitario (Ricardo Sol, Carlos Menjívar, Alfonso Hernández...), Alejandro Rivas Mira (del ambiente universitario pero con una estancia en Alemania de la segunda mitad de la década de 1960, y quien fungió desde el principio como el articulador y principal dirigente) y colaboradores especiales como el médico y ex rector de la Universidad de El Salvador y ex candidato presidencial en 1967, Fabio Castillo Figueroa, que fue una voz pública enérgica que rechazó de inmediato cualquier apoyo al gobierno militar del PCN en ‘la guerra de las 100 horas’.

Estos son los primeros esfuerzos que configuraron lo que podría denominarse el primer Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), aunque saltó a la palestra pública después de la apresurada y fallida operación de recuperación económica que culminó con el secuestro y asesinato del empresario Ernesto Regalado Dueñas, en febrero de 1971. En esa oportunidad, a ese agrupamiento se le conoció como El Grupo, pero ya para marzo de 1972, en la efervescencia de la elección presidencial del 20 de febrero, se dio a conocer como ERP con una acción militar contra un puesto de la Guardia Nacional cerca del Hospital Bloom, en San Salvador.