Desde 1970 el escenario nacional experimentó modificaciones que algunas acciones colectivas dejaban entrever: la huelga de Áreas Comunes y la huelga de médicos residentes y de estudiantes de medicina; los debates en torno al Congreso de Reforma Agraria, esto en 1970, y en 1971, la segunda huelga de ANDES. Y no es que fuesen parte de un mismo plan, es que se estaba produciendo en la sociedad salvadoreña un proceso de resquebrajamiento institucional y también de reconfiguración de modalidades organizativas.

Aunque las versiones ‘heroicas’ surgidas desde el movimiento guerrillero sugieren que este emprendió un camino político en solitario, lo cierto es que un análisis de la diversidad de las expresiones organizativas de entonces permite concluir que, entre 1970 y 1972, se dio una colisión de perspectivas que terminó por facilitar el escenario político explosivo que llevó a la guerra.

Los estudios recientes fechan enero de 1981 como el inicio de la guerra, pero lo verificable es que ese año lo que se dio es el comienzo de la generalización de la guerra, porque desde 1970 los ‘hechos de guerra’ estuvieron presentes y fueron a desembocar en 1981.

En varios puntos pueden ubicarse los resquebrajamientos institucionales. En la Iglesia Católica local, impactada por el reacomodo general que comportó el Concilio Vaticano II y sobre todo lo que se llamó la Conferencia de Medellín, en 1968, llevaron a una puesta al día, entre otras cosas, el tema de la cuestión social. Esto cimbró las estructuras eclesiales, y los resultados de la primera semana de pastoral de conjunto, realizada a la mitad de 1970, y que dejó expuestas las diferencias entre el clero y la jerarquía representada en la Conferencia Episcopal, permiten observar lo que estaba pasando.

Aunque el jesuita Rutilio Grande, figura respetada dentro del clero, trató de estructurar una posición frente a la jerarquía católica, conservadora hasta los tuétanos, lo que sobrevino es una ruptura silenciosa dentro de la Iglesia, que habría de expresarse, de algún modo, en la constitución de una red de sacerdotes, que ya a finales de 1970 comenzó a fraguarse y cuya existencia se prolongaría hasta inicios de 1980. El otro hecho que debe contabilizarse es la salida de Rutilio Grande, en particular, y de los jesuitas en general, de la responsabilidad de la formación de sacerdotes en el seminario San José de la Montaña. Esto ocurrió a medidos de 1972 por decisión de la Conferencia Episcopal, y como un intento de ‘alejar las malas influencias’. Pero tan rápido como el 24 de septiembre de 1972, el arzobispo de San Salvador, Luis Chávez y González —que no adscribía todas las posturas conservadoras de la Conferencia Episcopal—, nombró a Rutilio Grande como párroco de Aguilares. Y en un par de meses la Compañía de Jesús pasó a la implantación de una nueva pastoral de acompañamiento en la zona rural. Para ello se estructuró un equipo ad hoc que puso en marcha una experiencia de pastoral que tendría una relevancia significativa para la vida nacional, en lo pastoral y en lo social-organizativo. El equipo misionero de Aguilares, al que se integraron varios jesuitas de distintos niveles, tuvo un motor muy dinámico en los tres estudiantes jesuitas centroamericanos que se metieron de lleno a ese trabajo (Antonio Cardenal, nicaragüense; Alberto Enríquez, guatemalteco y Fernando Ascoli, guatemalteco) y descubrieron’ a Apolinario Serrano y a la esquelética, en aquel momento, Federación Cristiana de Campesinos Salvadoreños, y fueron quienes, de hecho, aproximaron a un pequeño segmento de estudiantes de colegios católicos a ‘vivir’ esa nueva experiencia socio-religiosa.

También hubo rupturas, entre 1970 y 1972, entre empresarios y militares que pensaban que aún era posible darle un giro al modelo económico-social prevaleciente. De hecho, el grupo de poder que emerge en 1972 y que apuntala al gobierno militar del PCN, es parte de esa ruptura. Al examinar con cuidado discursos y hechos entre 1968 y 1972, es posible identificar figuras representativas de los campos empresarial (Poma, Álvarez Córdova), profesional (Viéytez, Magaña), universitario (Mayorga Quirós), que se adhirieron al Proyecto de Transformación Nacional que se quiso impulsar en 1972, pero que abortó la despiadada represión concomitante.

En 1972, el año malo, entre febrero y julio, quedó definida la hoja de ruta hacia la guerra. Primero fue el fraude, contra la más amplia alianza opositora electoral que ha habido en el país, el 20 de febrero. Lo que enturbió las elecciones de diputados y alcaldes del 12 de marzo. Entonces sobrevino el golpe de Estado constitucionalista encabezado por Benjamín Mejía, que no duró ni 24 horas y que pretendía restablecer la legalidad. Y el cierre lo constituyó la intervención del Ejército a la Universidad de El Salvador, el 19 de julio.

La guerra estaba a las puertas.