Una inmensa nube gris se ha posado sobre los cielos centroamericanos y pretende conculcar todas las libertades. No de una sola vez, sino poco a poco. La reciente confiscación de la UCA de Managua, por parte del régimen imperante en Nicaragua, es la coronación de un meditado y largo proceso de asfixia. Este hecho era esperado en cualquier momento, desde que las ‘lumbreras’ de la inteligencia militar del Estado nicaragüense enderezaron todos sus dardos contra la Iglesia católica.

Es claro que no se trata de acciones antirreligiosas, sino de una explícita agenda de terrorismo político. Esos carcamales que están al frente de la conducción gubernamental han comprendido ya que su tiempo en la tierra de Darío ha llegado a su fin. Aunque ellos crean que ‘ganan tiempo’ al descuajar todo indicio de disidencia, lo cierto es que se acercan a todo trote a un punto muerto del que no podrán reponerse.

Sacudirse a la Iglesia católica, piensan, los esclarecidos ‘malvados chochos’ que se han apropiado del Estado de Nicaragua, que han hecho una jugada maestra. Pero, otra vez, yerran. Porque han llegado tarde. El tejido político-social resistente dentro de Nicaragua está en marcha. En estos momentos, en Managua, en Matagalpa, en Estelí, en Jinotepe, en Rivas los nicaragüenses que resisten se preparan para días peores. De tensión y de fragua.

La decisión de Daniel Ortega Saavedra de ir hasta el fondo en el cerco contra la Iglesia católica parte de un hecho cierto: los espacios de la jerarquía religiosa y los proyectos sociales de las órdenes religiosas son escenarios propicios para la elucubración y la búsqueda de otros caminos para repensar Nicaragua. Por eso el régimen de manera ‘profiláctica’ cierra todo.

El problema es que la jerarquía religiosa y sus pastores son una cosa, y la compleja feligresía que día a día desparrama sus prácticas religiosas es otra cosa. La vereda que ha pretendido tomar el gobierno nicaragüense no va para ningún lado y es insostenible. Se trata de golpes selectivos contundentes, cuyo objetivo es paralizar futuras acciones de cualquier tipo por parte de desafectos. Y en un principio lo logran. Porque, para el común de las personas es claro que si le hacen eso a la Iglesia católica y a la UCA en concreto, qué no les puede pasar a los ciudadanos de a pie. Así funciona el terrorismo político.

¿Qué sucederá? Pues la represión selectiva seguirá dando golpes, tantos como crean necesarios. Ya no les importa nada. Las condenas internacionales les tienen sin cuidado. Se ponen a la sombra de Rusia y creen que siempre los cubrirá del sol, no saben que ese ‘árbol’ es caducifolio...

El exilio nicaragüense debe, rápido, limar asperezas, simplificar propósitos y ponerse al servicio de la labor resistente dentro de Nicaragua. La cháchara en este momento es irrelevante. Daniel Ortega es daltónico y no distingue colores... ¡Y ha perdido el olfato! ¡Y oye a toda hora ruidos dentro de su cabeza!

Hay una larga tradición de resistencia en Nicaragua, y la encabezada por Augusto C. Sandino, entre 1927 y 1934, debería estar siempre en la agenda de discusión. Y no por sus métodos, sino por el claro razonamiento de dignidad y de no rendición. Qué peor que la correlación de fuerzas que enfrentó Sandino y sus escuálidas huestes en mayo de 1927, cuando José María Moncada, el supuesto jefe supremo liberal, se sometió al mandato de la intervención norteamericana, y le exigió que se rindiera. Y el muchacho de Niquinohomo le dijo que no, gracias. Y después se lo repitió al jefe de los soldados norteamericanos acantonados en Nicaragua: ¡Mejor vengan por mí!

Así están las cosas en Nicaragua. Las cartas están sobre la mesa. Ortega y cía se muestran fuertes y vocingleros, pero es pura apariencia, porque está cercado. Y solo puede golpear como lo hace. No tiene más. Las elecciones no funcionan, esa gente no se irá por las buenas. Están decididos a hundir el barco si es necesario. Solo la insubordinación social podrá cambiar el estado de cosas en Nicaragua.

El régimen quisiera que los resistentes se alzaran en armas. Por eso provocan esa salida. Están preparados para aplastar, con el Ejército, con la Policía y con los paramilitares cualquier tentativa de ese tipo. Pero los caminos de la insubordinación social son más complejos e implican diversos instrumentos. Es todo un aprendizaje que la insoportable férula estimula a desplegar. Aunque sea un oxímoron: a más oscuridad, más claridad... del camino a tomar.