El 18 de enero de 1944, y a punto de expirar el período presidencial de Martínez, este, en una de sus alocuciones o pláticas públicas de todos los martes, realizó un balance económico de su larga estancia al frente de la conducción del Estado.

Hizo énfasis en la Ley Moratoria del 12 de marzo de 1932, que permitió frenar la pérdida de tierras por parte de los pequeños productores cafetaleros a manos de los diversos prestamistas existentes en ese momento. Pasó revista a la reorganización financiera con la creación del Banco Central de Reserva (1934) y del Banco Hipotecario (1935). Y cerró el recuento de logros al señalar que ‘se atendía a los trabajadores’ con instituciones como Mejoramiento Social y las Cajas de Crédito Rurales.

Y fue más allá: Martínez señaló en esa exposición que había que dar un salto para salir de la condición de país agrícola y que era necesario pasar a la industrialización. Es decir, Martínez se mostraba muy bien plantado y no parecía tener grietas su gestión gubernamental.

Siempre en enero de 1944 se instaló la nueva Asamblea Constituyente que haría reformas a la Constitución de 1939, de las que tendría que salir la ‘fórmula’ para una nueva reelección. ¿Era Martínez un reformador social? Por supuesto que no. Había construido un discurso paternalista y admonitorio para quienes no acataran sus indicaciones.

Martínez era, desde 1932 la cabeza preeminente e indiscutida del nuevo grupo de poder, pero este no se encontraba aún en condiciones de convertirse en un agrupamiento empresarial capaz de entrar en la disputa del poder económico, que en ese momento tenía al ámbito cafetalero como su escenario principal. Había logrado apoyos de ‘los cafetaleros’ a lo largo de los años e incluso un segmento de estos lo respaldaban de forma abierta. La presencia, hasta el final, 1944, del propietario cafetalero Carlos Menéndez Castro, por ejemplo, como ministro de Hacienda, era una muestra. Apoyo cafetalero sí, pero no más que eso. Quizá no se trataba de una alianza, sino más bien de un acuerdo general a conveniencia y dadas las circunstancias de emergencia habidas en enero de 1932: los militares a la política y la administración pública, y los empresarios a la economía, podría decirse.

Hay manera de constatar que este nuevo grupo de poder, que tenía al Ejército como escudo principal, en ningún momento mostró un sesgo anti cafetalero y mucho menos pavoneos reformistas, y esto se comprueba al apreciar el modo como quedó establecido el cuerpo accionario de las nuevas instituciones financieras: el 36.36 por ciento del Banco Central de Reserva y el 40 por ciento del Banco Hipotecario quedaron en manos de la Asociación Cafetalera de El Salvador.

Para enero de 1944 la segunda guerra mundial había entrado en su fase de cierre puesto que el proyecto de expansión nazi había fracasado y era sometido a grave asedio por todos los flancos y por todos los medios. La tríada conformada por Estados Unidos, Inglaterra y Unión Soviética se encontraba a la ofensiva y esto quería decir, al mismo tiempo, que el escenario mundial se estaba modificando. La presencia en todo eso de la Unión Soviética, ‘el peligro rojo’ antes de la guerra, constituía una circunstancia singular, que la prensa de El Salvador registraba día a día.

Es en ese marco que las instancias antifascistas, amparadas en la sombrilla internacional, habían logrado encarnar y logrado difundir su discurso, y al mismo tiempo tenían lugar pequeñas articulaciones antes impensables. Y es en el ámbito universitario donde esto se hizo más notorio y decisivo.

El anuncio de que la Asamblea Constituyente había reelecto a Martínez fue, sin duda la cereza de todo aquello que se venía moviendo sin mucha coherencia. Esto, quizá, puso en orden la mesa, y estableció la prioridad política a acometer.

El descontento hacia el autoritarismo y al factor de la reelección no era una novedad, solo que las tentativas, surgidas dentro y fuera del Ejército, siempre fueron sofocadas a tiempo por Martínez. Lo que lo fue llevando a un aislamiento creciente o más bien a ir perdiendo apoyos en todos los segmentos sociales.

El alzamiento militar, que por fin pudo concretarse el 2 de abril de 1944, no era un típico golpe de Estado urdido solo desde los cuarteles y persiguiendo intereses corporativos. La red civil que se activó, y donde destacaban el propietario cafetalero Agustín Alfaro Morán y el médico Arturo Romero, le daban un matiz distinto a aquello que se expresó. Eso sí, en aquellas condiciones, solo contando con apoyo de un sector del Ejército era posible cambiar la situación nacional.