Era el inicio de la Semana Santa, y eso fue providencial para sorprender a Martínez y a la cúpula militar. De hecho, Martínez se encontraba fuera de San Salvador. Aunque los alzados colocaron un retén para impedir su paso, por inexperiencia y por falta de determinación de los conjurados, Martínez logró esquivar ese bloqueo y llegar hasta el cuartel general de la Policía desde donde reorganizó sus fuerzas y así pudo quebrar la insubordinación. Para el 4 de abril ya el control era completo por parte del campo gubernamental. Hubo muchas capturas y casi todos los involucrados fueron identificados.

La ‘normalidad’ fue anunciada, pero al mismo tiempo de manera sumaria se formó un consejo de guerra que mandó al paredón a un grupo de militares y a un civil (Víctor Marín). Y es esto, lo que no pudo medir Martínez: que ya la sociedad salvadoreña se había ‘cansado’ y no parecía estar dispuesta a continuar tolerando la bota autoritaria y muchos menos la represión descarada.

Los periódicos principales (La Prensa Gráfica, El Diario de Hoy y Diario Latino) desde el 3 de abril y hasta el 8 de mayo no salieron a circulación. Solo Diario Nuevo (pro Martínez) y El Gran Diario (también pro Martínez) estuvieron disponibles. Y algunos de otras ciudades, como El Heraldo de Sonsonate.

Según Martínez se había tratado de un hecho sin relevancia y del que no había que decir mayor cosa. Pero las dijo: que eran unos criminales, que eran unos ambiciosos y que pagarían con su vida la tentativa de derrocarlo.

En la alocución del 18 de enero de 1944, antes de desgranar su análisis de la situación económica, introdujo una interrogación: ¿Vivimos en una democracia o en una dictadura como dicen algunos? Los fusilamientos sumarios concretados y las condenas a muerte de otros más que estaban detenidos y también prófugos, fue la respuesta que el mismo Martínez se dio. Por supuesto que el pánico se apoderó de la ciudadanía, de nuevo la despiadada represión se había hecho presente.

La conjura dentro del Ejército había sido cortada de raíz y Martínez se hallaba al mando y pensaba seguir con su plan de reelección, gustara a quien le gustara. Había hecho tanto bien, decía él mismo en sus intervenciones públicas al referirse a su larga gestión gubernamental, que lo mejor era continuar sin interrupción.

Y es aquí donde la cuestión política se activó de un modo inesperado. Porque si bien es cierto que los caminos legales estaban cerrados (¡desde 1932 lo habían estado!) y el intento del alzamiento militar se había desmigajado, en los cálculos de Martínez y de sus más cercanos allegados el asunto estaba muy claro: solo él era la opción más segura.

Entonces comenzó a configurarse, desde la base de la sociedad, un tejido de descontento generalizado. En silencio, solo dicho al oído de otros. La continuidad de Martínez otros años más sería intolerable. Ha vuelto a asesinar, como en 1932, en menor escala, sí, pero con la misma saña, se dijeron quienes tomaron la decisión de no permitir más atropellos.

Es en estas circunstancias excepcionales que el imaginario colectivo brilló con nitidez, y los estudiantes universitarios lo vieron con absoluta clarividencia. Y, como siempre, se lanzaron al descampado sin escatimar riesgos.

Con los militares fusilados y condenados a muerte, al igual que otros civiles, sin periódicos para informarse, con la sospecha planeando por todos lados, los estudiantes universitarios se fueron abriendo paso, de aquí para allá, en medio del miedo reinante, hasta dar con la acción propicia que pondría freno a aquello.

El alzamiento militar se fraguó en secreto, no había de otra, y de algún modo, aunque representaba un anhelo ciudadano de libertad, constituía un hecho cupular. Pero lo que el resto del mes de abril fue creciendo como la espuma, sin mucho control y con mucho entusiasmo era la posibilidad de una paralización de labores. Eso nunca había sucedido en El Salvador.

Entre 1927 y 1931 tuvieron lugar hechos huelguísticos de diverso tipo, que iban desde la huelga de la Alianza Tipográfica de 1927 hasta las huelgas en las fincas cafetaleras en 1931. Pero lo que se concretó a partir de los fusilamientos perpetrados por Martínez a inicios de abril de 1944, era un asunto diferente. La frustración, el desengaño, la insatisfacción y el rechazo rotundo a los fusilamientos se conjugaron en un momento singular y entonces el torrente social comenzó a crecer de tal manera que pudo llegarse con una efectividad pasmosa a la huelga general de brazos caídos.

Y aquí ya la situación sería otra.