Es probable que la memoria en ocasiones nos requiera anteponer ecuanimidad cuando nos adentramos por sus atajos a buscar algún recuerdo, uno que tal vez hemos deseado mantener intacto e irrefutable, pues es lo único que nos sostiene muchas veces, para bien o para mal. Pero, al transitar por estos atajos siempre nos señala sutilmente el camino en blanco y negro que nos negamos a ver, insistiendo en adornar cada vez que vuelve a nuestra mente.
Puede resultar aterrador, ciertamente, admitir que la ambivalencia predomine en la mayoría de nuestros recuerdos, por eso debe ser la necesidad de clasificar en bueno y no tan buenos los trazos de la memoria, cuando en realidad la mayor parte de la significancia de ellos se encuentra en un ápice de la totalidad. Para el caso, pienso que lo que debemos procurar es extraer de la vivencia pasada, lo que nos hizo sentir o descubrir en nosotros mismos, sin anclaje temporal, porque lo que hemos conocido y vivido no se repetirá dos veces, más aún es una oportunidad de mejorar entorno a esta recordándola tal y como aconteciere.
Siendo francos y no quitando ni poniendo detalles a los recuerdos veremos que algo en particular no era tan terrible ni tan fabuloso como en ocasiones creemos; de aquí que la interpretación y resiliencia serán nuestras compañeras en esta tarea que durará toda la vida, día con día, hasta que perduren o que la memoria se vaya extinguiendo con el cruel y degenerativo padecimiento neurológico que el doctor Alois Alzheimer descubriría; dejando la mirada perdida y temerosa a quien la sufra y dolor en los ojos que contemplen la desaparición paulatina de una historia en común, con la certeza que todo desaparece, hasta los recuerdos atesorados.
La decisión del káiser Lagerfeld, como era apodado en referencia al ser considerado en su momento como un emperador de la moda, me lleva a reflexionar que antes que los recuerdos sean recuerdos, debemos expresar en el justo momento nuestro sentir. Esos momentos son los importantes y los que merecen la pena, ni antes ni después. Luego lo vivido, puede quedar en una dimensión a la que jamás volveremos a ver sin un velo que distorsione, quitando o poniendo según las marañas emocionales que nos impulse la misma ambivalencia. Paradójicamente, en nuestra mente puede haber un lienzo nuevo cada mañana, pero no está vacío, esta delineado con los colores que no pueden verse, solo sentirse.