Justo este 13 de diciembre mi padre Julio Antonio Marinero cumple 16 años desde que se marchó al cielo. Le faltaban seis días para cumplir 74 años de edad, pero los designios divinos son así y debemos aceptarlos con fe y resignación. Voy a pecar de ególatra, pero hoy quiero escribir sobre mi padre, sabiendo que con ello rindo tributo a aquellos hombres que como él fueron excelentes padres y esposos. Grandes seres humanos que dejaron huella impregnada de buenas acciones.

Más que mi papá, era mi amigo, mi protector, mi cómplice, mi súper héroe, mi ejemplo, mi modelo a seguir, mi consejero oportuno, mi guía espiritual, mi soporte, mi ídolo. Siempre estuvo conmigo en las buenas y en las malas. Era el hombre que siempre estuvo dispuesto a dar hasta la vida por cada uno de sus hijos y por mi madre a la que amaba profundamente.

Mi padre enviudó a los 61 años, pues mi madre falleció joven a los 49 años. Cuando mi madre recibió el llamado celestial en 1994, lloró como un niño que había perdido lo más valioso en su vida y juntos soportamos ese dolor, uniéndonos con la amalgama del amor familiar y atesorando los recuerdos de aquella lindísima y bendita mujer. La partida de mi madre nos unió más y mi padre fue el eje central alrededor del cual encontramos refugio y comprensión. Alguna vez lo vi llorando en silencio cuando los recuerdos de mi madre lo llenaban de melancolía. Sus nietos fueron la terapia necesaria para su fortalecimiento. Es indescriptible la manera cómo amó a sus nietos.

Su carácter fuerte sirvió para educarnos de la mejor manera. Cuando sus hijos éramos niños nos educó con mucha disciplina, pero sobretodo con mucho amor. A veces nos consolaba tras los castigos bien merecidos que nos daba mamá, otras veces el refrendaba el castigo. Ya siendo adolescentes y jóvenes, a su manera, siempre nos aconsejó oportunamente e inculcaba esa unidad familiar que hoy honramos.

Mi papá, un olocuiltense que apenas estudió educación primaria, era un lector empedernido. Creo que nunca he visto a alguien que lea con tanta pasión y criterio. Le gustaba leer periódicos, revistas y todo tipo de libros. El que lee humaniza su alma y tiene el poder de la información, solía decir. A mí en lo personal me apasiona leer y creo que eso, al igual que mis rasgos físicos, lo heredé de él. Mi papá soñaba con que todos sus hijos fuéramos profesionales y trabajó duro para lograrlo. Un día le dije que quería estudiar Periodismo y él me aconsejó que estudiara Ciencias Jurídicas o Medicina porque soñaba con un médico o un abogado en la familia y porque consideraba que yo sería bueno litigando. Insistí en mi vocación y él me dijo que estaba para apoyar mi decisión. Mi hermano Julio y mi hijo Jaime son abogados y su nieto Giovanni es médico, seguramente él se regocija en el cielo por eso. Cuando me gradué de la universidad, ahí estaba él con mi madre para darme, entre lágrimas de felicidad, un fuerte abrazo y felicitarme por un triunfo mío, que en realidad era de ellos.

Su vida fue trascendental. Trabajó duro para que no nos faltara lo necesario. Nuestra familia a veces tuvo precariedades, pero al frente estaba un hombre dispuesto a superar todo y a sacrificarse para que su familia no pasara penurias. Nos instaba siempre a hacer el bien común y nos decía que en la vida debemos siempre buscar servir a los demás, antes que servirnos del resto. Mi padre era honrado, honesto, honorable, muy humano, con amplia humildad y tenía un sentido del humor que le permitía tener amigos a montones. Mi padre era hermoso en el alma. Siempre le gustaba compartir con quienes más necesitaban.

Muchos quisieron hacerlo político y lo buscaban para que fuera candidato a alcalde, concejal o dirigente partidario, pero él atinadamente siempre rechazó esas propuestas porque decía que él era honrado y honesto y los políticos no. Definitivamente mi padre era un sabio. Era tanta su sapiencia y su carisma que muchos lo buscaban para escuchar sus consejos y él, siempre estuvo para tenderle la mano a quien de buena gana se le acercaba. Quizás peque de exagerado, pero la cantidad de amigos que cosechó mi padre era proporcional a su talante de buena persona.

Y como no era perfecto porque ante todo era humano, solía en ocasiones, embriagarse y era cuando más humano se portaba. Hablaba de un largo anecdotario de su infancia y juventud. Se le mojaban los ojos cuando recordaba a mis abuelos que fallecieron mucho antes de casarse con mi madre y no se cansaba de repetirnos cuanto amaba a sus hijos y a mi madre. Mi papá era un tipo a todo dar. No le negaba favores a nadie si estaba a su alcance hacerlos. Cuando recibió el llamado celestial dejó cientos de amigos y muchas trascendencias positivas.

Como mi padre, estoy seguro que hubo y hay muchos hombres salvadoreños, que han sabido cumplir con su misión como ciudadanos, padres de familia, esposos y sobretodo como seres humanos. Tuve la suerte de tener a una madre y un padre excelentes a quienes les guardo un profundo respeto y son mi amor eterno. Te amo y extraño papá.