Priscilla Hayner publicó un “resumen esquemático” sobre las comisiones de la verdad en el mundo. Hojeándolo, a propósito de la cercana conmemoración del treinta aniversario de la presentación del informe producido por la instalada en nuestro país el 13 de julio de 1992 –medio año después del fin de la guerra– recordé una de las obras de Ernesto Sabato, presidente en su natal Argentina de la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas: la CONADEP. Este literato, pintor y físico tituló sus memorias que leí hace veintidós años así: “Antes del fin”. Es cierto que no tengo programado para mí, que este llegue pronto. Pero como no depende de uno, por si acaso, este 8 de marzo se me ocurrió descobijar parte de los sentimientos que cargo inspirados por las tres mujeres que constituyen el centro de mi vida y mi vida misma: mis hijas.

Una adulta, otra joven y la tercera niña. Entre ellas la diferencia de edades de la primera con la segunda y de la segunda con la tercera, anda rondando los dieciséis años. Cualquiera diría que me lo pensé bien y me tardé un buen tiempo, demasiado quizás, para ser su padre; pero no, esos intervalos entre paternidad y paternidad fueron producto de las circunstancias de mi ya prolongada existencia, algo compleja y a veces atrabancada.
Paula Sofía, así llamada en homenaje a dos entrañables compañeras caídas durante aquel mayo rebelde y sangriento de 1979.

El primer nombre, seudónimo de Delfina Góchez y el segundo por Norma Sofía Valencia; ambas estudiantes, universitaria una y de secundaria la otra. Actualmente, la Paula es “becaria de enseñanza postdoctoral en estudios latinoamericanos, caribeños y latinos. Su doctorado de la Universidad de Minnesota es en historia y derechos humanos. Específicamente, se enfoca en la historia moderna y contemporánea de América Latina, así como en la violencia perpetrada en la región” durante este siglo y el anterior. Así se lee en el sitio electrónico del Bowdein College, donde está ahora.

Es abogada por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas y máster en Derechos Humanos Internacionales por la Universidad de Notre Dame; también máster en Derechos Humanos y Estudios de Paz por la Universidad de El Salvador. Cuenta, además, con un posgrado en Derechos Humanos y Procesos de Democratización por la Universidad de Chile.

Lya Fernanda, son los nombres de la siguiente. Por la abuela paterna, otra mujer insustituible para mí, y por su abuelo materno. En ese orden. Es periodista, politóloga, cofundadora de Alharaca. “Trabaja en El Salvador y en Alemania porque siempre tiene un pie en Berlín y otro en San Salvador. Actualmente edita, escribe y crea en Alharaca. Fuera de este espacio, coordina la Mesa Redonda de América Central en Berlín, una red de organizaciones alemanas que trabajan en derechos humanos en Centroamérica. Cree en la formación política, la ternura, el humor y las historias bien contadas. Y en la música tropical”. Así se describe a sí misma en la página web de, precisamente, ese medio feminista. Y por poco nace huérfana de padre, tras un atentado fallido del que fui víctima cuando estaba ella en sus últimos meses de gestación.

Y mi amor bello. Mi Andrea Camila, nombres derivados de dos hermosos poemas musicalizados: “Canción chiquita para Andreita”, del argentino Ignacio Copani, y “Camila” de Rómulo Castro, panameño que la interpretó con su Grupo Tiura cuando participó en un concierto del fenecido Festival “Verdad”. Representante de su grado durante dos años consecutivos, mi pequeña –a su corta edad– es defensora factual de víctimas de acoso escolar. Ah, y... ¡no traga a Trump!

Ninguna vive en su país natal, dentro del cual no salimos del mesianismo recurrente impuesto por los poderosos. Hoy lo padecemos con un “gran hermano” milenial, virtual y cada vez más con marcada tendencia dictatorial. En esta hora es cuando reafirmo ardientemente mi confianza en mis tres hijas, “contagiadas” con el “virus” de la salvaguardia de los derechos humanos, y en las jóvenes salvadoreñas “comprometidas ‒en palabras de Sabato– con la dignidad de las personas que en medio de la tempestad continúan luchando, ofreciendo su tiempo y hasta su propia vida por el otro. En las calles, en las cárceles, en las villas miseria, en los hospitales. Mostrándonos que, en estos tiempos de triunfalismos falsos, la verdadera resistencia es la que combate por valores que se consideran perdidos”.

¿Dónde están esas jóvenes?, preguntarán. Pues abajo y adentro de la realidad real nacional adonde, antes del fin, crecerán más rebeldes y fuertes a punta de los golpes que en medio de la misma están recibiendo y aún recibirán. Pero “no hay mal que dure cien años...”. Toca derrotarlo.