En estos últimos días conocimos las tristes noticias e intentamos digerir la partida física de dos admirables seres humanos: Boris Martínez y Javier Ibáñez. El primero salvadoreño y abogado de profesión; el segundo, sacerdote jesuita originario del País Vasco. En algún momento de sus vidas se encontraron y conocieron en el colegio Externado de San José, por la labor que desempeñaba cada quien en la década de 1970. Durante la anterior, el padre Ibáñez –a quién cariñosamente le llamaban “Botis”‒ había arribado a El Salvador para quedarse y entregarse en cuerpo y alma al alumnado “perico”; Boris fue parte del equipo de juristas y estudiantes de Derecho que se integraron al Socorro Jurídico Cristiano, primer organismo nacional que dedicó esfuerzos valiosos y valientes en la defensa de los derechos humanos desde agosto de 1975 hasta unos años después del final de la guerra.

Las pequeñas instalaciones del “Socorro”, como era nombrado entre la gente favorecida con sus servicios, estaban ubicadas en el referido centro educativo de la Compañía de Jesús adonde se relacionaron y amistaron este par de personajes. Mi hermano Roberto fue fundador del mismo y su primer director cuando el rector del colegio era Segundo Montes, uno de los seis mártires jesuitas masacrados por militares quince años después. Por eso conocí a Boris.

Eran tiempos muy difíciles, que posteriormente empeorarían hasta desatarse el conflicto armado interno. Yo me gradué en 1972. Al año siguiente, en el documento titulado “El Externado piensa así” y publicado en respuesta a diversas calumnias y otros ataques insultantes en su contra, se planteó que este –“fiel” al “espíritu cristiano de encarnación en la historia”‒ se debía “única y exclusivamente al pueblo salvadoreño”, teniendo como “finalidad” el “servirle cada vez más y mejor en sus necesidades”. En dicho entorno conflictivo nació “el “Socorro”, adonde prestó sus servicios Boris, y a esa familia jesuítica pertenecía el “Botis” de quien fui su discípulo en primaria y rival en el campo de fútbol, sobre todo en bachillerato.

Y en ese entorno, con esos ejemplos de vida y considerando también otras condiciones dentro del mismo colegio y fuera de este, algunas familiares, me nacieron para después desarrollarse los cuatro principios que han marcado para siempre mi existencia y que a estas alturas de la misma no estoy dispuesto a entregarlos. Estos son el compromiso de luchar por la causa de la dignidad humana, la convicción de que esa debía ser la guía esencial de mi actuar, la coherencia necesaria para ser fiel a lo anterior hasta el final y el corazón indispensable que hay que ponerle a esta empresa. Digo esto no porque quiera presumir de nada; al contrario, defectos me sobran. Lo hago porque quiero destacar las figuras de Boris y el “Botis” como referentes para bien, en una sociedad dentro de la cual el hartazgo por la politiquería ha llevado a aplaudir al farsante y vivián; en un país en el que –evocando a René Fortín Magaña– “si los pícaros supieran lo que se gana siendo honrado, serían honrados por picardía”.

Ante esa realidad, que solo apunta a volverse más crítica y perversa tras lo que ocurra en las elecciones generales del 2024, vale la pena traer a cuenta hoy el llamado que lanzó el “Botis” a las y los “externadistas” en su homilía del 1 de noviembre del 2014. “Atrevámonos –señaló desafiante– a soñar con un mundo más humano, más unido y más cristiano sabiendo como lo sabemos desde nuestros años en el colegio y gritando: ‘¡Somos la promesa de El Salvador!’”. Hoy más que nunca este nuestro sufrido pueblo requiere, de quienes tuvimos esa formación privilegiada, hacer realidad ese final del himno del centro educativo donde la recibimos.

¿Cómo podemos concretarlo? Pues desde la defensa de los derechos humanos de nuestras mayorías populares, sabiendo que la misma nos lleva a asumir su dimensión política. Porque todo nuestro accionar “tiene proyección política. Lo importante es tener una correcta concepción política que aplique nuestros esfuerzos al beneficio de la colectividad, especialmente de las mayorías y no a favor de una minoría ya demasiado privilegiada”.

Eso dijo el padre Montes, nuestro profesor de física en cuarto y quinto curso. Hagamos, entonces, política de la buena. No nos podemos ni debemos confundir y mucho menos esconder en la “neutralidad”, al observar el rumbo del país. Está mal y va para peor con la conducción actual que ya “formalizó” la intención, a como dé lugar, de no soltar sus riendas; también con una “oposición” sin visión ni liderazgo. Así pues, de continuar siendo indiferentes lo único que estaremos dejándole como herencia a nuestra descendencia será otra bomba de tiempo.