Quizá lo que marca un “cambio epocal”, de época, de civilización, sea la transformación cualitativa, simultánea de relaciones de poder y cultura, en un momento dado de la evolución humana; tal como lo sintetiza algunos filósofos, teólogos y antropólogos, entre otros pensadores sobre el hecho humano. De alguna manera está circunscrito al llamado mundo occidental, es decir, a las culturas que han estado influenciadas por los valores greco judeocristianos, expresados en el orden jurídico, el monoteísmo judeocristiano, la libertad individual, de comercio, la separación entre el estado y la religión y los derechos humanos.

Un cambio de perspectiva lo fue el Renacimiento italiano, que significó el paso del oscurantismo medieval a otra manera de ver el mundo. Lo fue la toma de Constantinopla, la revolución francesa precedida por la Ilustración, el surgimiento de los estados nacionales, el cisma católico provocado por Lutero, la revolución industrial, la década de los sesenta, y el finalmente, el salto cuantitativo y cualitativo dado con la irrupción y masificación de la computadora personal, el internet, las redes sociales que han logrado que seamos uno en cualquier lugar y circunstancia; y, ahora, la presencia indetenible de la Inteligencia Artificial.

La Iglesia católica, igualmente ha estado presente en el significado del cambio epocal, como ella define las cambios civilizatorios. Ya en el Concilio Vaticano II (1962-1965) convocado por el Papa Juan XXIII, bajo la impronta de la necesidad de adecuar la estructura y disciplina eclesial a los tiempos modernos; para dejar atrás formalidades, ritos medievales, prejuicios y conocimientos limitados que amenazaban, y amenazan aún seriamente, la relación del hombre con su fe, al prevalecer el continente sobre el contenido,

Se trata de interpretar “el signo de los tiempos”, como exigía Jesús (Mat.16,2-3 y Lc.12, 54-57) a sus discípulos. Hoy lo vemos en la sinodalidad, el rol de la mujer en la Iglesia, la eucaristía, el matrimonio sacerdotal, la transparencia de la curia romana, el compromiso con el débil, que aún 50 años después del Concilio, apenas se comienzan a considerar con seriedad sus postulados.

El actual cambio civilizatorio lo observamos de manera impactante en el hecho político. Las inquietudes a veces expresadas con violencia en hispanoamérica, por ejemplo, lo observamos en El Salvador con la irrupción del actual presidente y su proyecto de sociedad, que muy poco tiene que ver con el pasado reciente, con su estructura social, económica y política insertada en los postulados de la democracia formal, liberal y representativa, que resultó vetusta, desactualizada y separada de la realidad nacional ¿Tiene el presidente Bukele el monopolio de la verdad? No lo sabemos, pero es obvio que su visión y oferta sociopolítica, se encuentra en este momento en sintonía con la nación, las necesidades y expectativas de la sociedad.

Otro caso es Chile. Hace un año apenas, una masa de chilenos irrumpió en la calle, asaltó templos, quemó estaciones del Metro, edificios públicos, plazas, estatuas e hizo caer un gobierno señalado de derecha. América se sobresaltó, acusó al vetusto Foro de Sao Paulo de destruir los cimientos de la civilización, y una coalición de movimientos de ”izquierda”, entre los cuales se encontraba el igual vetusto Partido Comunista, fue votado mayoritariamente por el electorado chileno.

En la euforia del triunfo el presidente Gabriel Boric convocó a un plebiscito constitucional que no le fue favorable, y que apenas un año después de su elección, el pasado 7 de mayo el electorado votó por un Consejo Constitucional encargado de proponer los cambios constitucionales deseados, luego de la de Pinochet, y la llamada derecha ganó contundentemente la mayoría de los 50 escaños a elegir, haciendo desaparecer casi significativamente al sector de la llamada izquierda chilena.

Estos ejemplos son solo un indicativo que esas estrechas vestimentas de derecha e izquierda desaparecieron, para abrir paso a otras expectativas a la civilización actual. Hay dos indicativos, entre otros muchos: 1) el ciudadano quiere vivir en libertad y en democracia; y 2) exige una adecuación entre ambos y el hecho económico, que tenga un sentido real en su vida personal y familiar. En esa etapa nos encontramos y debemos asumirla con amplitud, conciencia y valentía, sin añoranzas de lo que ya fue.