Con los ojos tristes, pero envuelta en un velo de serenidad que da la misma aceptación Edith Piaf, extraordinaria cantante parisina, daría una de sus últimas entrevistas pocos meses antes de fallecer. Como una aliada, la morfina le ayudaba a mitigar en su cuerpo el dolor por un cáncer que no le permitiría llegar a las cinco décadas de vida; pese a su condición, respondía concisa a las preguntas de la periodista y una de las cuales sería sobre qué consejo daría a las mujeres, tanto niñas como adultas; la respuesta de Edith fue que amen. Providencial recomendación, mostrando que es la luz del amor, entendiéndola como energía que debe iluminar todos los lugares que cada niña, jovencita y adulta transiten y que con autenticidad pongan en cada sueño, en cada vínculo, siendo así más los resultados positivos que negativos.

Para Edith Piaf, luego de vivir pobrezas, infortunios, pérdidas de personas amadas, éxitos y aplausos en varios continentes, esa era una confesión ante la vida misma que se le escapaba, una afirmación que aunque exista adversidad, el amor energía vital, podrá permanecer y clarificar lo incomprensible, conduciendo hacia un estado de serenidad.

La manera como se nos presenta la vida, en ocasiones no hemos tenido la oportunidad de escogerla, sino que aparecimos tal y cual ante ella. Comenzando a descubrir que algunos han perdido antes de nacer y otros que perderán en el devenir, pero que nada de esto se debe tener como una sentencia definitiva para resignarse ante un camino empedrado de desgracia; así también comprendemos que hasta el optimismo con todo su esplendor verde, suave y hermoso tiende a opacarse ante nubarrones y truenos que anuncian tempestades, empequeñeciendo los espíritus que se reflejan en los cuerpos que palidecen y que buscan la esperanza como un ungüento balsámico para dar un poco de color en sus mejillas.
Pero, ante lo incierto y lo constante hay algo que muchos debemos reconocer que si el calificativo de héroe puede ser atribuido a un ser humano, seria a todas esas personas que en sus propias vidas, en sus historias personales sobrevivieron y vencieron, cuando en el final del camino andado ven hacia atrás y contemplan lo superado. No olvidando la existencia de más de una cicatriz, aquellas señales que viven a perpetuidad en la esquina más sensible del recuerdo y que son contempladas tras el velo de la serenidad de vez en cuando al constatar la frágil existencia, pero que hay una máxima universal que todo acaba y sana.

Todas las luchas pasadas y vigentes son los retos para el aprendizaje, evitando caer en la red de soporte de la amargura y resentimiento que nos hace centrarnos en la miseria humana.
Un héroe de la vida puede reconocer que después de mil batallas lo único que queda en el recuerdo es la entereza y la determinación que por medio del amor fue sobrellevada la existencia. Aquello intangible que dimos y nos fortaleció, con la certeza que siempre volvemos a nosotros mismos aunque hayamos conocido paraísos o pantanos, nada nuestro quedo allá, sino que nos transformó y preparo para una evolución espiritual necesaria.

Creo que de alguna forma, todos somos héroes en nuestras vidas, que esperamos al final del día encontrar la aceptación, crecimiento y agradecimiento ante lo que fue, es y será, ojalá sea envueltos en un hermoso velo de serenidad.