La fascinación e identificación que encontramos en el mundo del arte a través las diversas expresiones humanas que elevan el espíritu y que contemplan la belleza, el horror, el desasosiego, la cruel realidad, etcétera; nos dan la oportunidad que podamos descubrir aquello que no lo sabemos pero que lo vemos proyectado desde nuestro subconsciente en ellas. Son talentos y apreciaciones en confluencia que describen momentos propios y ajenos, pero que al final tenemos un reencuentro común que deriva en la conciencia.

De esta manera, en la contemplación de las expresiones artísticas, nos son para algunos, una forma de entender, sobrellevar y acompañar la vida misma; talvez nos establece y refleja una conexión con el llamado inconsciente colectivo, que es donde surge el reencuentro común. También puede significar una coyuntura de transformación continua, en la medida que nuestro destino completa su recorrido circular. Y es que siempre en nuestro recóndito pensamiento sabemos que estamos volviendo al origen, con cada día que pasa nos acercamos más, nuestros pasos obedecen a un destino preexistente.

Creo, muchas veces, que el destino es esa persona con quien decidimos tener un encuentro que ya ha ocurrido anteriormente y que jamás falta a la cita, siempre puntual. Le contamos acerca de nuestros planes y deseos, nos escucha sin asentar ni reprobar, nos contempla con ojos de brillo arcaico, desconocido y místico que parece atenuarse pero jamás se apaga, que mira con un poco de sorna como pasamos de mano en mano un dado que tiene grabado en una cara la palabra suerte y en otra ego. Luego, aunque sabe que nos ha exasperado con su silencio, insistimos inútilmente en tratar de convencerlo sobre nuestras decisiones y así obtener un salvoconducto que sabemos nunca firmara y ante tal negativa, volveremos una y otra vez a reconciliar con nuestro destino, fatigados en silencio y aceptación. Extrañamente, le damos un abrazo al retirarnos de la cita y nos acota que podemos volver a convocarlo y acudirá. Seguimos nuestros caminos agradecidos, aliviados y sintiéndonos un poco más humanos, un poco más espíritus buscando el amor dentro de nosotros como origen de todo.

A diario miramos o presenciamos escenas de miseria humana, donde la maldad reluce con ese tono ambiguo de grises y plateados, como con el que se tiñen algunas pesadillas edificadas con la fortaleza impenetrable del miedo y que solo al calor de la resiliencia arderán y se debilitaran. Estas escenas y vivencias ensombrecen el espíritu, lo reduce y desconecta de tal manera que recuerda un camino de pruebas y resistencias de un libro bíblico que de cenizas se levantaba un hombre que no perdió la fe. No hay tiempo bueno sin que las adversidades aparezcan como destellos.

Aún en esos renglones torcidos, vendrá una redención que nos acercará a nuestra esencia y lugar; como nos acercan los sentimientos por medio de las variadas artes.

Tal es el caso de un poema llamado Ondas en el agua, escrito por Pierre Barouh, compositor, actor y escritor fránces (1934-2016) el cual fuera adaptado musicalmente e interpretado en la hermosa voz de Francoise Hardy en 1967; y que un par de estrofas nos dice: Si al riachuelo natal / Volver es tu ilusión / Deja ya por fatal / Esa heroica/ ambición / Cuando vuelvas a ver/ Esos juncos en flor/ Volverás a nacer/ A la vida, al amor

Ya libérate pues/ De esa ajena ambición/ Pues tu triunfo no es/ Que te den la razón/ Si no es otro tu afán/Esa piedra al caer/ Les dirá tu verdad/ Y así harás en paz/ Quietas aguas ondear.

Un poema y canción que puede fusionar la conciencia y existencia de generaciones en reencuentros comunes en el retorno a la vida y al amor.