A menudo, podemos leer muchas historias increíbles de personas que no pudo la desgracia marcar totalmente. Son relatos de dolor, perseverancia, éxito y de resiliencia. Entre estas, encontramos las que sucedieron en el marco de la Segunda Guerra Mundial, siendo lo bastante conmovedoras y con las cuales empatizamos como nación en razón de haber transitado un pasado conflicto bélico junto a sus imborrables huellas.

Como un testimonio de supervivencia y curación hallamos a Georg Stefan Troller, un ya ahora centenario judío austriaco, que al ocupar los nazis su natal Viena en 1938, huye con solo 17 años rumbo a América; luego, fue reclutado para el servicio militar por el Ejército de los Estados Unidos, lo cual lo hizo regresar a la guerra pero esta vez como soldado. Siendo muy útil por su dominio del alemán en los interrogatorios con prisioneros germanos.

En la liberación del campo de concentración de Dachau, en Múnich, por parte de las tropas estadounidenses, Troller, quien ya portaba una cámara fotográfica, comprendió que solo a través del lente podía soportar los horrores de tener frente a frente a prisioneros que se confundían con cadáveres demacrados.

Por azares del destino, volvió a los Estados Unidos a estudiar arte dramático y teatro, pero una beca en La Sorbona lo regresó totalmente a la vieja Europa, descubriendo a principios de la década de los 60 su vocación en el periodismo, que tiempo después desarrolló con gran éxito haciéndose acreedor de numerosos premios.

Después de haber recorrido una y otra vez las calles de su antigua ciudad, dijo: “no se puede volver a recuperar una patria más de lo que se puede recuperar una infancia”. Aunque la nostalgia por su añorada Viena no cesaba, se radicó en París, Francia.

Y era así para Georg Troller, vivencias que se habían internalizado en él durante los años de niñez y adolescencia, épocas en las cuáles surgen la primitivas experiencias que se convierten en nuestra base de conocimiento e interpretación del mundo en sí. La nostalgia que le acompañó al volver a caminar en esas calles de su recuerdo, también le reafirmaba el desamparo y desarraigo por un cruel exilio, con el mote de una persona ilegal, como también la pérdida de varios de sus familiares en los campos de concentración durante el Holocausto.

De esta manera, el escritor italiano Cesare Pavese (1908-1950) reforzaba lo anterior al decir que el conocimiento del mundo se construye a través de los recuerdos que tenemos de las cosas, sin dejar de sorprendernos con las nuevas experiencias.

Pienso que para Troller, el retratar a través de la fotografía un París lúgubre, cotidiano, nostálgico, entrañablemente le devolvía lo que en sus recuerdos albergaba de su Viena, comparando escenas de pequeños pueblos europeos con la ciudad. Un lente que ha sido como un escudo protector, según sus palabras, que le permitía contemplar los hechos tal como se presentaban.

El ser humano se define como un ser biopsicosocial, pero también de forma particular nos definen las inclinaciones a temáticas específicas, sean estas en las diferentes expresiones artísticas, culturales y sociales. Hay algo muy propio en lo nos vemos reflejados a través de una imagen o sonido; esa identificación de cierto modo espiritual que nos conecta con la esencia de la manera de como hemos conocido el mundo, por medio de las experiencias primarias, así también las consecuentes. Podríamos decir que es un estilo muy propio que está en constante búsqueda de lo que atesoramos en nuestro ser y que nos acompaña en las proyecciones que vienen al encuentro en un presente.