No son pocas las veces que me han preguntado cómo era monseñor Óscar Arnulfo Romero, qué me enseñó, cómo lo recuerdo y más. No me gusta inventar historias y mucho menos mentir. Por eso siempre aclaro que no lo conocí personalmente, excepto una noche en la cual me tocó ir al “Hospitalito”, donde vivía acompañado por personas que recibían cuidados paliativos y religiosas que las atendían. Iba a entregarle algo; exclusivamente a eso y nada más. Quien lo conoció muy bien fue mi hermano Roberto, cofundador y primer director del Socorro Jurídico Cristiano desde donde se prestaba auxilio legal a la población víctima de la violación de sus derechos humanos. Al que traté, ya lo he comentado, fue a Rutilio Grande cuando fue prefecto de disciplina de secundaria en el Externado de San José hace más de medio siglo; con él viví una experiencia aleccionadora que también ya la he comentado y de la cual me nutrí mucho para lo que sería en adelante mi existencia.

De ambos aprendí bastante. Del beato jesuita por lo anterior y del santo patrono de los derechos humanos por lo que me ha compartido mi hermano y también por lo que he leído tanto en sus homilías como en su diario personal, en una página denominada “Día a día con monseñor Romero” y en otros textos. A veces ocurre que la gente empieza a pensar, a preguntar o a comentar qué estaría él diciendo hoy desde la terrible realidad por la que atraviesa nuestro país. Revisemos y recordemos la palabra del mártir para poder imaginarlo.

“No se puede cosechar lo que no se siembra. ¿Cómo vamos a cosechar amor en nuestra república, si sólo sembramos odio?”, dijo el 10 de julio de 1977. Y lo que ahora está ocurriendo es precisamente eso en función de intereses mezquinos personales y colectivos, públicos y privados que instalados en el oficialismo. Y quienes se dejan engatusar, manipular e inmovilizar por el poder mientras le hacen pedazos su dignidad no son cristianos porque estos –sentenció– no deben “tolerar que el enemigo de Dios, el pecado, reine en el mundo. El cristiano tiene que trabajar para que el pecado sea marginado y el reino de Dios se implante”.

“Luchar por esto -agregó- no es comunismo. Luchar por esto no es meterse en política. Es simplemente el Evangelio que le reclama al hombre, al cristiano de hoy, más compromiso con la historia”. Y la “historia” que está “haciendo” ahora este régimen, al menos en lo político y social, es pecaminosa; por tanto, debemos luchar contra ello.

Y hay personas que “no comprenden su dignidad y no se promueven”; que “viven un conformismo que verdaderamente es opio del pueblo”. Están “los perezosos, también los marginados que no luchan por conocer su dignidad y trabajar por ser mejor. Todo aquel que se adormece y está tranquilo” creyendo que otros le realizarán “su propio destino, está pecando también”. Y el semidiós que hoy promete, promete y promete, es eso lo que necesita: una población sedada esperando que este la redima, aunque no cumpla.

“La dimensión política de la fe” –probablemente le estaría advirtiendo a ciertos obispos y pastores- “no es otra cosa que la respuesta de la Iglesia a las exigencias del mundo real sociopolítico en que vive la Iglesia. Lo que hemos redescubierto es que esa exigencia es primaria para la fe y que la Iglesia no puede desentenderse de ella”. Les recordaría, quizás, esas palabras pronunciadas en la Universidad de Lovaina 50 días antes de su magnicidio. Y quizás agregaría que “la peor ofensa a Dios, el peor de los secularismos es -como ha dicho uno de nuestros teólogos-‒ el convertir a los hijos de Dios, a los templos del Espíritu Santo, al cuerpo histórico de Cristo en víctimas de la opresión y de la injusticia, en esclavos de apetencias económicas, en piltrafas de la represión política”.

Y seguramente nuestro santo reviviría aquel Socorro Jurídico Cristiano que apoyó su pastoral, colocando cristianamente en su centro -además de la anterior- la dimensión política de los derechos humanos desde la opción preferencial por las víctimas. De esto último, no me cabe ninguna duda. Pero mientras la Iglesia jerárquica actual no sea protagonista vital en dicho escenario, para bien, habrá que apoyar al bisoño pero valiente Socorro Jurídico Humanitario en la defensa de aquellas y en la denuncia de sus opresores. Quienes lo integran están haciendo lo que humanamente pueden, en favor de las víctimas del régimen y su oprobioso poder.