La carta de julio de 1942 enviada por el escritor al general Martínez concluye así: “Con un fuerte abrazo se despide de usted su amigo de siempre, Salarrué”. Lo cierto es que, como hemos apuntado, no se trataba de ninguna amistad. Lo que sí había era un deseo de ganarse la simpatía del poder para echar adelante proyectos culturales que eran importantes para el autor de “Cuentos de barro”, en particular la Galería Nacional de Artes Plásticas (hoy Sala Nacional de Exposiciones, en el Parque Cuscatlán, que lleva el nombre de su inspirador).

Los requiebros llegan a un nivel más desvergonzado —o, si nos atenemos a sus reales propósitos, diríamos que salpicados de cinismo— en la misiva del 14 de abril de 1940, pues Salarrué acababa de ser suspendido y necesitaba desahogarse. Esta carta es interesante hasta por razones estrictamente filológicas, pues la forma en que está escrita, atendiendo muy poco a la sintaxis e incluso la ortografía, da cuenta del desparpajo con que uno de nuestros más admirados autores redactaba “en automático”. He aquí algunos párrafos sin apartes, tal como fueron mecanografiados en su versión original:

“Estimado General: Es difícil hablar con una persona de la categoría de usted en una forma en que las almas entren en contacto sin esfuerzo. Su sala de recibo presidencial está saturada de un aura oficial demasiado fuerte. Yo he ido algunas veces con la sana intención de hablar al amigo y me he encontrado con el señor presidente. Tal vez la razón sea que yo me anticipé demasiado en llamarme su amigo cuando en realidad no soy para usted sino uno de tantos conocidos a quienes usted distingue con su aprecio y simpatía, sin que ésto de derecho a sentirse un verdadero amigo. He sido bobo (...). Yo no tengo ni un centavo de renta por razones que cansaría enumerar. Debo, tengo hipotecada mi casa en el banco y mi vida se ha tornado dificilísima (...). Juro que usted y yo vemos la vida más o menos del mismo punto de vista que es de donde se ven todos los puntos (...). ¿Pasa algo que yo ignoro? ¿Se me tiene como a persona non grata en el gobierno de usted? (...). ¿Sabe usted lo que le pido?: un puesto donde poder servir y SERVIR, porque teniendo ese sueldo puedo hacer todo lo que la vida me exige en el sentido creador. Esto de estar haciendo el máximo esfuerzo por sólo el pan es en cierto sentido hermoso, pero si tomamos en cuenta que el país necesita de mí, en otro sentido sólo es cuestión de comprensión de su parte el que yo mejore mi campo de lucha (...). Es una verdad sencilla que yo soy (¿Por qué no decirlo exactamente?) una especie de representante de El Salvador en El Salvador. Vienen muchas personas hasta de aquellas que tienen altos cargos diplomáticos para conocerme. Como tal yo necesito gastos de representación siquiera para poder perder sin angustia aquellas horas que con ellos tengo que perder por natural cortesía (...). Soy un HOMBRE DE ESTADO, aunque lo tomemos a risa, el Estado me necesita y yo al Estado. Que no se diga que el presidente Martínez me negó a últimas un apoyo que tan liberalmente y tan comprensivamente me prestó en un principio”.

Y esta sorprendente carta termina así:
“En cualquier circunstancia soy su AMIGO (¿Puedo decir su amigo, un admirador, un simpatizador?) por tantas cualidades como usted tiene, también tiene defectos, no se vaya a creer. (Dispense la broma)”.