La noción de convivencia está fuera de la agenda de los discursos políticos, pero eso no quiere decir que no exista o más bien subsista a pesar de. De manera muy esquemática puede hacerse una aproximación a esto de la convivencia y considerando tres tramos de la sociedad: el nacional, el comunitario y el familiar.

Las fuerzas políticas —en su formato de partidos políticos— creen de un modo trágico-ingenuo que ostentar el aparato gubernamental (y en algunos casos recientes de América Latina, también se ha dado o se está dando la cooptación de las otras esferas de poder del Estado) es garantía de preeminencia sobre el conjunto social. Este modo de ver las cosas, sin duda, está bañado por elevadas dosis de desconocimiento acerca de la realidad. ‘Taras de la deformación educativa’, decía un profesor universitario español que estuvo un rato por estas tierras y se regresó a su país espantado por la bancarrota universitaria nacional.

Que un partido político gane elecciones (por escaso margen o por mayoría abultada) no significa que tenga la llave maestra para arrogarse decisiones que no le están dadas por el orden constitucional. Es cierto, hay un descrédito enorme del sistema de partidos en diferentes partes del planeta y, con ello, hay un deterioro de ese valioso recurso para la convivencia de una sociedad como son los procesos electorales. Casi que los ‘ganadores’ de elecciones dicen que ‘el pueblo’ les ha votado y que sus oponentes (‘los perdedores’) deben someterse a sus dictados. De lo contrario...

Un cuadro de ese tipo ya se vive con bastante claridad en América Latina. Y hay ejemplos de ejemplos. El presidente actual de México, Andrés Manuel López Obrador (conocido por sus siglas: AMLO), representa un caso paradigmático. Proviene del desprestigiado Partido Revolucionario Institucional (PRI), pasa al Partido de la Revolución Democrática (PRD) y después emerge como la figura indiscutida del proyecto político-electoral llamado MORENA (Movimiento Regeneración Nacional). Ahora esa trayectoria pareciera que está borrada de la biografía política de AMLO. Pero los aprendizajes del PRI, con su imposición sobre la sociedad mexicana por décadas y décadas, está presente en el quehacer de AMLO y de MORENA. ¿Qué loas no se dijeron de algunos presidentes del PRI que ahora no se estén diciendo de AMLO? Aunque hay profusión de eslóganes y de anuncios por boca de AMLO y de otros morenistas resulta muy difícil aprehender la categoría transformación social en la obra de este sexenio que está a punto de terminar en México. ‘La Cuarta Transformación’ es una viñeta, pero no un programa estructural.

En Costa Rica, Rodrigo Chaves, el presidente, quisiera enarbolar algo similar, pero el pequeño país centroamericano no le alcanza para su propósito. Izando la bandera del desplazamiento de los sectores conservadores del poder político, AMLO parecía que caminaba hacia una zona de recomposición socioeconómica, pero no es así. Chaves, en Costa Rica, con malos modales (‘aprendidos’) también pretende el desplazamiento de los sectores conservadores. El problema que tiene es la correlación institucional y un aparato político-partidario endeble. Asunto que no es el caso de AMLO, porque MORENA es una fuerza política desplegada en todo México.

Lo complicado de estas irrupciones políticas por la vía electoral (AMLO, Chaves...) es que terminan por desordenar la institucionalidad existente y comprometer la vida en democracia. Y en lugar de provocar reformas sustantivas lo que se produce son sustituciones de personas, pero casi nunca se dan nuevas modalidades de acción. Mucho ruido y pocas nueces, podría decirse.

Estos derrapes políticos también afectan la convivencia nacional ya que en lugar de proveer estabilidad política lo que se implanta es un escenario permanente de estira y encoje en la disputa de las instituciones. Energías desperdiciadas que podrían mejor emplearse en otros menesteres como la recuperación del tejido social a partir del blindaje del sistema educativo. Y es que la convivencia nacional no se reduce al ordenamiento constitucional, sino que debe integrar aspectos de legitimidad política y de sentido de pertenencia por parte de la ciudadanía. La convivencia nacional en los países latinoamericanos, cruzados por los desequilibrios estructurales y las veleidades políticas de personajes mesiánicos y autoritarios y con endebles proyectos políticos, no pueden producir mejoras sustantivas en las sociedades latinoamericanas.

La urgencia de recomposiciones socioeconómicas ahora está queriendo ser sustituida por cosméticos remedos de rehabilitaciones de paredes y de puentes y de pavimentado de calles. Eso no es transformación. Eso no es apuesta estratégica. Eso a saber qué es... Pero resulta que convivir con los graves desequilibrios estructurales y no hacer nada efectivo para aplacarlos es garantía de problemas políticos a la vuelta de la esquina.