Resulta apabullante la cifra de 25 000 millones de dólares que comporta la deuda pública de El Salvador. Es un inmenso muro que le cierra el paso a cualquier perspectiva de cambio para un país tan pequeño, sin importantes recursos y, de paso, sin iniciativas relevantes que repiensen sus años por venir.

Desde el fin de la guerra (en 1992) hasta este día las fuerzas políticas y los factores de poder económico no han tenido el talento para plantear un ‘renacimiento’ de este país. Se les ha ido el tiempo en intentar someter (si no aplastar) a sus adversarios, en ‘raspar la cacerola del ‘erario público’, en buscar máximas ganancias a costa de bajas remuneraciones y raquíticas prestaciones sociales... Y por eso es por lo que en este momento el panorama no puede ser halagüeño. Por mucho y que se filtren en redes sociales mensajes ‘positivos’.

La situación del país es compleja y enredada, para decirlo fácil. Porque la deuda de 25 000 millones es impagable, desde cualquier ángulo que se analice. Y de seguir por la vía del endeudamiento creciente, como hasta ahora, muchas cosas urgentes irán quedando postergadas. Y, entonces, la convivencia nacional, se degradará aún más. Pero también las cosas en el nivel de la convivencia comunitaria muestran que los diversos grupos y tramos sociales que constituyen esta sociedad se encuentran bastante quebrantados. La vida que discurre en asentamientos populares, en colonias y en urbanizaciones del ámbito metropolitano de San Salvador no se les ocurre a los dirigentes de las fuerzas políticas intentar comprender. Y es lógico, se ha confundido de manera lamentable, que la vida política de un país se reduce a votar. Mientras en ‘las tripas de la sociedad’ están sucediendo muchas cosas, a veces anómalas y trágicas.

La vida cotidiana urbana, en sectores populares y sectores medios, está plagada de ejemplos desconcertantes. Y los sondeos de opinión pública que se hacen son muy limitados y superficiales, porque solo buscan establecer simpatías, antipatías y adhesiones políticas.

Hay cada situación ocurriendo en el ámbito comunitario, que si se sumaran no habría más que admitir que hay varias ‘bombas sociales’ de tiempo incubándose. Doquiera que se vaya, los ‘casos’ saltan como conejos en sombrero de mago. Hace unos meses en una urbanización al noroccidente de San Salvador circuló en redes sociales un vídeo con imágenes que parecían de un performance. Pero se trataba de un ‘drama’, de un ‘dramón’ sino se hubiera detenido a tiempo.
Un equipo de periodistas de investigación, después de ver el vídeo en redes sociales, se metió a averiguar de qué iba todo y ha compartido sus hallazgos. El asunto es que un hombre de unos 26 años, o tal vez 24, una noche, eran las 9, más o menos, comenzó a gritar frente a una casa. Lanzaba insultos hacia alguien que estaba adentro, pero lo esencial es que exigía que lo dejaran entrar. Pero no solo los gritos eran el recurso empleado por el muchacho que, según los testigos interrogados, mostraba ciertos signos de perturbación. De ahí que los gritos se combinaban con un intenso movimiento de la verja que lo separaba de la persona que desde adentro lo insultaba y le decía que se fuera, que se largara de allí, que era una basura (en realidad no decía ‘basura’, sino una expresión más fuerte y ofensiva). Él pedía que le diera sus cosas (pedía, sí, a gritos, y utilizando también expresiones ofensivas y bausanas) que, según los testigos, consistían en su ropa y en un televisor.

Eso duró unos 15 minutos, hasta que se produjo un quiebre en la situación. Porque el muchacho perturbado al ver que no lograba nada con los gritos y con el movimiento de la verja (que dicen los testigos que la sacudía con violencia insólita) anunció que se iba a quitar la ropa. Desde adentro la voz de mujer que le exigía que se fuera le dijo que a ella eso no le importaba. Y entonces lo hizo: se desnudó por completo y siguió gritando y sacudiendo la verja. Eran gritos desgarrados y desoladores, de fiera herida. El vídeo que circuló en redes sociales solo captó ese momento cuando el muchacho se desnudó. Pero todo terminó cuando llegó la Policía, le dijo que se vistiera y se lo llevaron al hospital psiquiátrico.

El equipo de periodistas de investigación fue más lejos. Quiso averiguar cuál era el padecimiento del muchacho. El resultado fue el siguiente: no tenía ninguna perturbación mental, sino que era un adicto a la cocaína y al crac y lo que experimentaba en esos episodios ‘enloquecidos’ eran crisis por falta de consumo de las drogas. Y la persona a la que le gritaba él era su madre, quien también entraba en cierto transe de perturbación, aunque no puede decirse si ella consumía algo. ¡Qué convivencia familiar es esa!

¿Y estos son los ciudadanos a los que se les compele a votar?