El 3 de abril Costa Rica completó su proceso electoral iniciado el 6 de febrero del 2022 para elegir la fórmula presidencial y la integración del Congreso para el período 2022-2026. El domingo se llevó a cabo el balotaje entre los dos candidatos presidenciales que habían punteado un pelotón de 25 candidatos y sus dos acompañantes para la primera y segunda vice presidencia.

La elección del domingo, que sirvió para fortalecer el bien ganado prestigio del Tribunal Supremo de Elecciones, órgano independiente de cualquier otro dicho sea de paso, transcurrió sin inconveniente alguno. No se reportaron incidentes violentos y la policía cumplió su labor de apoyo sin contratiempos, ni ejercicio de violencia alguna.

El balotaje del domingo es a mi juicio un parteaguas en la política costarricense. Ganó como las encuestas de antemano indicaban. Un candidato desconocido antes de su llegada a Costa Rica a fines del 2019, luego de 35 años de ausencia. Con un partido también desconocido, “de alquiler” dicen en Costa Rica, “zancudo” en Nicaragua, Rodrigo Chaves obtuvo la presidencia de la República con un 52.84% de los votos emitidos a favor de alguno de los dos candidatos equivalente a 1,018,454 votos, contra el expresidente José María Figueres, hijo del caudillo y fundador de la democracia moderna costarricense en 1948 y del exitoso modelo socio económico José Figueres Ferrer, cuyo partido, el más vetusto, influyente y estable del país, le brindó un apoyo tan amplio como pudo.

Figueres logró un 47.16% de los votos emitidos a favor de alguno de los candidatos. Del total del padrón electoral, 3,485,254 millones, 43,164 votos fueron nulos, 7,796 en blanco y se dio un alarmante abstencionismo de 43 %, que no pone en juego la reconocida democracia costarricense, pero si es una luz intermitente que demanda atención. Chaves gobernará con un 30% de apoyo si partimos del padrón.

Así mismo, el debate en las últimas semanas entre los candidatos, ambos de tendencia centro derechista, fue de bajo nivel, predominando los ataques personales. Esto desanimó a muchos votantes y posiblemente incrementó el abstencionismo.

La elección es un parteaguas precisamente porqué dejó a los partidos tradicionales “en la lona”. Quedó en evidencia que una parte mayoritaria de la ciudadanía que votó a favor de Rodrigo Chaves, rechaza la forma tradicional de hacer política por parte de los mencionados partidos, demostrando a la vez un repudio de su dirigencia, en quienes se ha perdido la confianza.

A mi juicio gran parte del problema se debe a que los partidos tradicionales se han “desideologizado”, lo que no quiere decir que el “ciudadano de a pie” esté ávido de ideología, pues lo que le interesa es una opción de cambio con propuesta concreta y un liderazgo que le transmita seguridad y esperanza. El Señor Chaves manejó las mencionadas expectativas en forma excepcional, lo que le ayudó a desprenderse de anticuerpos que en el balotaje no pesaron. Su lema de campaña: “me compro la bronca”.

La falta de ideología es una seria carencia a nivel partidario, pues hace que se pierda la cohesión interna y un comportamiento de los operadores políticos fiel a un credo ideológico compartido. Así mismo, es un tema a debatir si el electorado está preparado para participar en el proceso como es deseable.

Ahora viene la bronca para Rodrigo Chaves. Al no tener un partido con trayectoria, no tiene equipo de gobierno, lo que suplirá posiblemente con una mezcla de personas con experiencia y otras sin ella. No será fácil el constituirlos en equipo consolidado. Necesitará mucho apoyo, disposición al diálogo y capacidad negociadora, pues en un congreso de 57 diputados, su partido solamente cuenta con diez. Unido a las necesidades mencionadas, evidentemente el nuevo presidente de Costa Rica Rodrigo Chaves deberá demostrar una gran capacidad de gestión gerencial y política, en un momento difícil para Costa Rica a pesar del dinamismo que exhibe, agravado por situaciones de entorno comunes a nivel internacional.