El 19 de noviembre del 2002, pasados 13 años de la masacre aún impune en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), la Comisión Nacional Consultiva del Premio de los Derechos Humanos de la República Francesa me notificó que le otorgaría al Instituto de Derechos Humanos de dicha casa de estudios –el IDHUCA, que yo dirigía entonces– “una mención especial de estímulo y aliento” por crear e impulsar el Festival VERDAD. Este se fue “cocinando” de a poco, tras aprobarse la mal llamada Ley de amnistía general para la consolidación de la paz en marzo de 1993 y luego de que -dos meses después- la Sala de lo Constitucional declarara improcedente nuestra demanda exigiendo su destierro del cuerpo normativo nacional.

Encaramándole tan grosera “lápida”, pretendieron enterrar el terrible pasado nacional comprendido entre 1980 y 1991. No lo permitimos al impulsar, desde marzo de 1998, ese creativo esfuerzo que llegó a convocar arriba de las diez mil personas en uno de sus conciertos de cierre. Además, el 20 de marzo del 2013 reclamamos de nuevo la inconstitucionalidad de la susodicha amnistía hasta que ‒a 23 años de aprobada‒ conseguimos que la echaran al basurero de la historia el 13 de julio del 2016.

Desde su primera hasta su última edición en el 2019, el impacto del Festival VERDAD fue creciendo. En el 2020, iniciando la pandemia, le cortaron las alas a este pájaro que con su vuelo al alza pretendía dignificar a las víctimas de las atrocidades ocurridas antes y durante la guerra; también buscaba promover su organización junto a las de la posguerra, para derrotar la impunidad. De haber estado en mis manos la decisión, lo hubiera continuado virtualmente durante un par de años y retomado después su realización presencial. Pero en enero del 2014 me retiraron del cargo que ocupé en el IDHUCA desde 1992.

Las altas autoridades universitarias decidieron que el evento no iba más, renunciando así a continuar apoyando la irrupción de un esfuerzo novedoso que -desde la dimensión política de la defensa de los derechos humanos de las mayorías populares- creciera hasta convertirse en herramienta útil para estas; herramienta diferente e independiente de las oenegés y los partidos electoreros, pero no “adversaria” ni “enemiga” en la medida que respondieran a los intereses de aquellas. Con ese sentido nació. No como un proyecto fugaz más sino como un propuesta organizativa audaz en ascenso con aspiraciones de ser sólida y duradera, capaz de influir para bien en el destino nacional.

¿Por qué hablar de esto? Primero, debido al comentario que me hizo una colega y querida amiga sobre la intervención de una persona en un foro reciente. “Para volver a reconstruir un sujeto social -dijo esta-en el país se tiene que volver al Festival VERDAD”. Luego, mi compañera de causas me preguntó qué me parecía y decidí responderle acá. Segundo, porque tras las elecciones fraudulentas del pasado 4 de febrero y estando montado el aparataje para que este domingo 3 de marzo ocurra de nuevo lo presumido recientemente por Bukele en un resumidero ultraconservador gringo, hoy por hoy la vía electoral no es primera opción si queremos plantarnos ante la dictadura que viene. Bukele asegura que “pulverizó” la oposición refiriéndose a “los mismos de siempre”, de donde proviene, pero esta ya casi estaba así por sus errores tan conocidos y perjudiciales para nuestra incipiente sanidad democrática.

No hay, pues, una oposición política partidista que lo asuste; tampoco un movimiento social fuerte y unido. Hay opositores y, sobre todo, opositoras. Pero no existe algo potente, preparado para enfrentar -con posibilidades de éxito-‒ al nuevo autócrata. ¿Quién lo hará pues? Si no ya, en su momento será encarado por ese nuevo sujeto social emanado de la lucha por el respeto de los derechos humanos; esta estaba a la base de las jornadas populares combativas durante la década de 1970. Ello requiere trascender las misiones y visiones partidista y “oenegera” para apelar a la imaginación, la pasión y las acciones populares.

El Festival VERDAD no es fórmula mágica necesariamente repetible, pero sí muestra de que estas tres condiciones deben emerger y desarrollarse nuevamente. Hay quien dice que las anularon. Pienso que no; sí las hicieron a un lado. Pero desde las experiencias acumuladas –partiendo sobre todo de la lucha contra el anterior tirano, Maximiliano Hernández Martínez, hasta el presente– debemos diseñar una estrategia que apunte a la organización y el empuje de un pueblo posicionado como principal protagonista en la necesaria transformación de su dura realidad. Como en el mito de Sísifo, es cuesta arriba. Pero hay que poder construir ese poder popular; primero verbo y segundo sustantivo, pero siempre poder. Eso sí, sin cargar ni tropezarnos con las mismas piedras.