La semana anterior, la Asamblea Legislativa -y luego de lograr 63 votos a favor- quedaron derogados los dos decretos aprobados por anteriores legislaturas sobre el “Día de la Paz”, según decreto legislativo publicado en el Diario Oficial N.7 tomo N.314, de fecha 14 de enero de 1992, que había sido aprobado el 10 de enero de 1992. Luego, pasaron 14 años, este decreto fue reformado para que en el 2006 se cambió la denominación “Día Nacional de la Paz”, incluso hemos llegado en el país a que se declara día de asueto nacional remunerado.

El que escribe vivió su adolescencia y juventud en el conflicto armado en El Salvador, doce años de manera directa, que era producto de toda una crisis social y política desde la década de los sesenta, y que llegó a su máxima expresión en la década de los setenta. Somos una generación producto y víctimas de esa etapa del Estado salvadoreño. Los que vivimos esa época éramos afectados en nuestros pensamientos por los adultos de nuestras familias, por los vecinos, por el poder de los medios de comunicación y su agenda setting que jugaba un papel vital en la configuración del imaginario colectivo en la población. Pero, lo más frecuente, era que se escuchara que la guerrilla eran los malos y terroristas, y el ejército defendía al pueblo de la agresión.

A medida que crecía, veía el entorno, observaba, y me interesaba en tercer ciclo y bachillerato por encontrar respuestas a esa realidad que vivíamos, comencé a comprender muchas cosas, ya no era fácil que un tercero tratara de venderme una versión sin fundamento. Cuando se llegó a la finalización que se siguieran matando, se callaron los fusiles y armas de alto poder expansivo y explosivo, recuerdo haberme emocionado al ver el noticiero Teleprensa y ver como los presentadores se convertían en ciudadanos anunciaban la noticia sin poder contener lágrimas y sus sentimientos. Pero, también, recuerdo como diferentes expertos, analistas de seguridad nacional y pública en 1992 anticipaban que había de tomar medidas en relación al desmontaje de la estructura de seguridad, de lo contrario la delincuencia común y crimen organizado lo aprovecharían.

Nunca estuve de acuerdo en exaltar a los firmantes de ambos lados, lo he manifestado en prensa, radio y televisión. Muchas de ellas y ellos siempre han pretendido que son lo mejor de nuestra tierra, no se recuerdan que se vieron obligados a firmar y a cumplir órdenes. Dejaron grandes vacíos, se olvidaron de los acuerdos económicos y sociales para los más necesitados y transformar el modelo. Es más, la fecha siempre ha servido para rendirles culto y homenaje a ellas y ellos.

El conflicto fue real, fueron más de 70,000 víctimas y 7,000 desaparecidos, ambas cifras en mi opinión tienen una altísima cifra negra. Hubo asesinatos, secuestros, masacres, atentados cobardes y estúpidos de parte de ambos lados, no son inocentes, hay responsables de estas decisiones y también por encubrimiento. Ahora existe la oportunidad de honrar y reconocer a las víctimas, como homenaje póstumo a la población afectada por el conflicto. Son las víctimas las que siempre debieron ser reconocidas, las que nunca han encontrado la verdad, justicia, reparación y mucho menos no se garantizó la no repetición. Pero también los excombatientes y veteranos del conflicto muchos murieron esperando que se les cumpliera, deben ser parte de los primeros que se les debe cumplir, no más que vivan exigiendo que se les cumpla lo mínimo.

Posterior al conflicto armado, la delincuencia común, crimen organizado, pandillas, y la violencia social de nuestra sociedad le dejan al país más de 110,000 homicidios, muestra del fracaso en las políticas públicas de seguridad y que no se han resuelto las causas estructurales de la violencia, marginación, exclusión, desigualdad, factores criminógenos. Nunca he podido disfrutar de una sociedad en paz y con sana convivencia.