Adolfo Hitler y José Stalin son quizás el par de déspotas más sobresalientes del siglo veinte. Millones y millones de personas fueron víctimas de sus perversidades y la gente de bien, al recordarlos, no puede menos que indignarse. Pero ellos no fueron los únicos. Hubo más, muchos más entre los cuales se encuentran Mao Zedong, Idi Amín Dada y Sadam Hussein, Benito Mussolini y Francisco Franco, Pol Pot, Kim Il Sung y sus descendientes, Jorge Rafael Videla, Alfredo Stroessner y Augusto Pinochet, por citar algunos. Y esta región, la sufrida Centroamérica, no ha sido la excepción. Jorge Ubico en Guatemala, Tiburcio Carías Andino en Honduras, Anastasio Somoza García junto con sus hijos en Nicaragua y Maximiliano Hernández Martínez en El Salvador.

Esos últimos son personajes cuyos nombres quedaron grabados, para mal, en la historia de nuestros países. Se encaramaron en el poder durante la década de 1930 y no lo soltaron por años, a lo largo de los cuales causaron una enorme cantidad de daños. Y a estas alturas, casi un siglo después, la rueda de dicha historia vuelve a girar más alrededor de la infamia que de la esperanza.

Porque vil es lo que han hecho y están haciendo Daniel Ortega y Rosario Murillo en la tierra de Augusto César Sandino. Y sin llegar aún hasta lo que ha llegado esta pareja políticamente impresentable, igual de censurable lo es el rumbo que Nayib Bukele y sus hermanos más cercanos le han impuesto a nuestro país; al día de hoy, en este ya se puede hablar de atentados graves contra la dignidad de las personas y además se debe denunciar a Bukele por buscar su reelección inconstitucional.

En el vecino territorio del norte y el este salvadoreños quedó atrás la estadía del delincuente Juan Orlando Hernández en el poder, pero lo actuado por la presidenta Xiomara Castro no termina de convencer a quienes su llegada al cargo les generó expectativas positivas. Entre otros asuntos ha sido criticada por nepotismo dentro de su círculo más estrecho, la militarización de la seguridad pública y el voto en contra de la resolución de la Organización de las Naciones Unidas decidiendo ‒a inicios de abril del año pasado‒ investigar las violaciones de derechos humanos en Nicaragua.

En medio de esa oscurana regional, en Guatemala asomó un rayo de esperanza cuando Bernardo Arévalo se coló entre tanta postulación bajera –léase, “producto de mala calidad” o “persona vulgar” según el Diccionario de americanismos– para ubicarse como el segundo candidato más votado en los comicios presidenciales realizados el 25 de junio del presente año y “clasificar” para disputar “la gran final” el 20 de agosto, que ganó de forma más que contundente. Nadie o casi nadie daba nada por él y terminó victorioso. Pero existen fuerzas malignas que se niegan a aceptar ese resultado e intentan revertirlo a como dé lugar.

¿Cuáles son entonces las lecciones que, en mi humilde opinión, se desprenden de tal escenario el cual abarca la mayor parte del istmo centroamericano? Veamos. En primer término, pienso que la contienda electorera que nos han vendido como la vía para “resolver” los graves problemas estructurales que agobian a las mayorías populares en la región, se está agotando o ya se agotó. Los decepcionantes partidos políticos tradicionales lograron que la gente se hartara con sus malas gestiones y sus corrupciones. Así, sobre esa base, le abrieron el camino al poder a nuevas opciones que cautivaron el ánimo y conquistaron el apoyo de buena parte de las y los votantes.

La segunda lección tiene que ver con el riesgo de los “cheques en blanco” entregados, por la gente hastiada de tanto engaño y desencantada, a quienes considerándose “iluminados” y aprovechándose de lo anterior se convierten en “falsos dioses” cuya omnipresente figura está destinada a “salvar” a nuestros pueblos. Estos mesiánicos irrumpen deslumbrantes, como en El Salvador, prometiendo el cielo y la tierra; haciendo, además, “micos y pericos” hasta que igualmente terminan siendo un fraude. En tercer lugar, se deben tener en cuenta las intimidaciones y otras acciones de los poderes ‒tanto visibles como ocultos‒ contra los proyectos que ven como amenazas para sus intereses totalmente contrarios al bien común. Esto es lo que está ocurriendo ahora en Guatemala.

Finalmente, la lección más importante es la que podría materializarse en la coyuntura actual por la que atraviesa el pueblo chapín: la necesaria lucha social organizada y creativa de la población que es víctima de la opresión, para resguardar sus conquistas en el campo y la ciudad desde la perspectiva de la dimensión política de la defensa de sus derechos humanos. Se trata de transformar con esas “armas” las realidades que afectan y ofenden su dignidad, para hacerla valer por encima de la perversidad.