El alcance del término es uno de los más controvertidos y contradictorios en la actualidad, pero de uso generalizado en cualquier situación que conlleve toma de posición ante cualquier tema moral, religioso, político, deportivo, económico, social y hasta científico. Se le ubica ya en los años 30 del siglo pasado en un escrito dirigido a los militantes del partido nazi indicándoles el comportamiento que deben asumir ante las directrices emanadas de las autoridades del Partido que debían ser acatadas por la militancia, conforme a lo “políticamente correcto”. Por otro lado, a mediados del siglo XX, los socialistas estadounidenses utilizaron el término en forma despectiva para referirse a los comunistas que sacrificaban lo humano, por lo “políticamente correcto”, por la norma.

A finales del siglo XX e inicios del presente en los Estados Unidos, durante los movimientos generalizados de liberación de prejuicios raciales, sociales, económicos, de género o cualquiera otra expresión discriminatoria, se hizo habitual su uso hasta llegar a penetrar el ámbito académico. En general se relacionó con las posturas conservadoras, y luego con los movimientos liberales que clamaban por posiciones políticamente correctas en el discurso público ante la diversidad social y cultural. Hoy en día se ha amalgamado lo “políticamente correcto” con la “real politik”, para referirse a aquellas posturas adoptadas para no despertar susceptibilidades e incluir todas las expresiones sociales.

Como es sabido, la expresión “real politik” nació en la Alemania del tiempo del Canciller Otto Von Bismarck , también conocido como “El Canciller de Hierro”, padre de la unificación alemana y cultor del “pragmatismo político” en las relaciones internacionales. Fue él quien impuso como política de Estado los pactos con aquellas naciones que le aportasen beneficio a país, haciendo concesiones con el fin de terminar con las alianzas y guerras originadas por los intereses de las diferentes casas reales europeas.

En cada uno de estos modelos hay razones en parte convenientes y en parte intrascendentes o dañinas. Por ejemplo, ¿fue una razón de estado la reciente invasión de Rusia a Ucrania? ¿Se puede permitir la violación de leyes internacionales sin que haya rechazo ni sanción por parte de la Comunidad Internacional? ¿En realidad existen valores humanos y culturales occidentales que valen la pena defender y preservar?

Es el momento de decidirlo. Primero ubicar cuales son esos valores que se dicen propios de Occidente, y si se ubican y asumen como tales, actuar y dar testimonio de ello, más allá de lo coyuntural. Recientemente el profesor Volodymyr Dubovyk de la Universidad de Odessa, en un intento de explicar la neutralidad asumida por algunos países en el caso de la invasión de Putin a Ucrania, expresada en la abstención de condena a Rusia en la Asamblea de la ONU y luego su exclusión de la Comisión de Derechos Humanos, el profesor razona que esta abstención se debió, en primer lugar, a los intereses económicos contraídos con Rusia, la lejanía, tamaño de su territorio o coyuntura política nacional, en lo cual no interviene lo cultural valorativo.

Ese argumento es relativo, con una gran carga nihilista. Por ejemplo, si Daniel Ortega decide tomarse militarmente la isla Conejo en el Golfo de Fonseca, alegando razones históricas o preventivas, o si lo hiciere Honduras alegando razones históricas, en contradicción con sentencias jurídicas internacionales y el propio Derecho Internacional, ¿sería aceptable que Brasil, Holanda o los Estados Unidos se abstuvieran de condenar dicha invasión, porque es irrelevante para sus intereses respectivos?

Es evidente que las naciones, las instituciones internacionales, los hombres y mujeres que han asumido los Derechos humanos, la libertad la democracia como sistema de convivencia societaria y el orden jurídico como instrumentos y valores propios, no pueden abstenerse de condenar la agresión, ni asumir la neutralidad ante un hecho punible, porque se convierte en complicidad, y se sientan las bases para que en un futuro, en el supuesto negado que en nuestra América un país invada a otro sin justificación alguna, la comunidad internacional evada su condena, alegando lejanía, intereses económicos o coyuntura nacional. En cuestiones de valores culturales que significan la razón de la vida misma, no existe lo neutro.