La nota de la semana debería ser sobre el proceso electoral del pasado domingo en Guatemala, en cual Sandra Torres del partido UNE y Bernardo Arévalo del Movimiento Semilla, se presentarán a una segunda vuelta el 20 de agosto, dado que ninguno de ellos, alcanzó el 50% más uno de los votos.

Ambos candidatos son ampliamente conocidos, Torres fue Primera Dama durante el mandato presidencial de Álvaro Colom (2008-2012) hoy fallecido, quien al término de su ejercicio respaldó la candidatura de su esposa a la presidencia, creando un conflicto jurídico que culminó en el divorcio de la pareja. Posteriormente en el 2015 y 2019 participó como candidata presidencial y en ambas contiendas fue derrotada en segundas vueltas.

Por su parte, Bernardo Arévalo, hijo del expresidente Juan José Arévalo (1945-1951) opta por primera vez y lleva tras de sí el buen recuerdo y gestión de su padre, aunque poco diga a las nuevas generaciones. Más, contra toda predicción se situó a las puerta de la presidencia, a pesar de la desconcertante abstención electoral, tan indicativa del cansancio ciudadano de tanto político inútil e intrascendente que, desde Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz (1951-1954) no han tenido significado alguno para un todo nacional tan complejo.

Pero los acontecimientos que colocaron al mundo en vilo, fue el alzamiento militar del Jefe del Grupo Wagner, Jevgeny Prigozhin, contra su antiguo socio y aliado Vladimir Putin, quien con algunos ajustes, gobierna la Federación, tal como se hacía en la Rusia soviética; quizá la diferencia sea el modelo económico implementado a partir de su extinción en 1991.

Y no, no es el de la economía de mercado que se sustenta en la libre competencia y en la penalización de carteles y monopolios económicos, que representan su antinomia. En la Rusia actual el control de la producción, distribución y venta de bienes y servicios se encuentra en manos de un selecto grupo de personas asociadas, allegadas y controladas por Vladimir Putin, quien está al frente del gobierno ruso desde el 2008 como Presidente o como Primer Ministro; un hombre formado bajo el modelo de la centralización del mando total, político, económico y social. Es pues, Rusia, un estado democrático sui generis, donde el ciudadano puede salir y entrar del país, imitar el modo de vida capitalista en cuanto al consumo se refiere, con libertades condicionadas, siempre que no contradiga o enfrente a los intereses del Estado que es Putin, y no el Partido como en el pasado.

Comportamiento parecido al ejercido anteriormente por el Primer Secretario del Partido Comunista y Presidente del Consejo de Ministros, cargo éste último semejante al de un Primer Ministro o Presidente en nuestras democracias representativas.

Bajo esa herencia cultural se levantó Vladimir Putin, sazonado además por su formación burocrática, donde hizo carrera profesional en el temible Comité para la Seguridad del Estado, la KGB.

De modo que con estas premisas no es de extrañar lo que ha venido aconteciendo en los últimos días, ampliamente reseñados por todos los medios de comunicación a nuestra disposición, a lo que sumamos los análisis de los entendidos en geopolítica, historia, analistas militares, civiles y académicos.

En lo que a mí respecta, siempre he creído que Putin, luego de la invasión a Ucrania el 24 de febrero de 2022, sólo saldría del gobierno y de Rusia a través de la fuerza, por medio de un golpe militar o de un atentado mortal. Lamentablemente Yevgeny Prygozhin, el jefe de grupo militar mercenario Wagner, luego de pretender dirigir la totalidad de las operaciones militares con prescindencia del Ministro de Defensa, marchó sobre Moscú contra su empleador y quizás socio comercial: Vladimir Putin.

Y sorpresivamente, luego de haberse situado a 200 kilómetros de la ciudad capital, desistió de tomarla, vaya uno a saber por cuál razón; aún habiendo tenido complicidad en el alto mando militar y el aplauso de la población civil en su marcha hacia Moscú, bajo el discreto regocijo de los Estados Unidos y la Unión Europea.
Quizá Prygozhin no estaba consciente del significado de ese cruzar la línea, y terminó refugiado penosamente en Bielorusia, donde le espera con seguridad, un deceso sin mucho ruido, como el silencioso y mortal veneno.