Las clases virtuales han contribuido mucho a disminuir las capacidades analíticas de los alumnos en todos los niveles. Estudiantes con serias dificultades para realizar las operaciones matemáticas básicas o que cursan tercer ciclo y ni siquiera se pueden el abecedario o que aún tienen dificultades para leer hasta los textos más sencillos. Ni hablar de lo poco que conocen de la historia y la geografía nacional.

Hay estudiantes de bachillerato que a distancia o de forma virtual cursan asignaturas técnicas. Aprenden a hacer una conexión eléctrica o a reparar un carro de forma virtual, pero ya en la práctica son incapaces de ubicar el problema y mucho menos resolverlo. Mis alumnos de la universidad obtienen buenas calificaciones cuando les hago las evaluaciones por la vía virtual, pero cuando las clases son presenciales me doy cuenta que algunos tienen problemas para asimilar correctamente y por ende resultan con bajas calificaciones.

El factor humano es determinante Si tengo frente a mí a mis alumnos hay un enlace afectivo y efectivo directo y puedo darme cuenta si me están entendiendo o comprendiendo, si están esforzándose por interpretar el contenido o si yo estoy fallando en mis aplicaciones pedagógicas. Ante cualquier duda o mala comprensión, estamos prestos a aclarar o a ampliar los contenidos. En la manera virtual es posible hacerlo, pero hay menos posibilidades de detectar una deficiencia en la clase. Cuando tengo a mis alumnos a través de la pantalla desconozco su entorno y sus estados de ánimos y eso ya es un ruido pedagógico que se traduce en desventaja para ellos y para mi. Cuando los tengo en el aula me acerco más a su entorno inmediato y puedo detectar realidades que mediante las redes no es posible.

Recordemos que la comunicación, tan fundamental en los procesos de enseñanza-aprendizaje, se da en un 85 por ciento de forma corpórea y solo un 15 por ciento de forma escrita y oral. Teniendo frente a mi a un estudiante puedo conocer su interés o desinterés, su adaptabilidad al grupo o sus emociones. Si doy clases de periodismo, puedo detectar, incluso, su vocación. Tras una pantalla, en clases como en cualquier otra actividad busco ocultar mis defectos y resaltar mis virtudes, lo cual me impide evaluar con conciencia a mis estudiantes. Quién no conoce a personas que tras las redes sociales son los más sociables, pero que en lo cotidiano suelen ser personas ensimismadas, tímidas o con problemas de adaptabilidad y aprendizaje.

Es cierto que a los profesores se les ha dado capacitaciones sobre operatividad y procesos pedagógicos virtuales, pero eso dista mucho de que dichas formas sean eficientes. Inclusive, me atrevo a pensar que ser profesor vía virtual requiere mucha más especialización y/o capacitación que debe requerir años de estudio y acumulación de experiencia. La pandemia generada por el Covid-19 condujo al país hacia las clases virtuales, mismas que poco se van haciendo semipresenciales y hasta presenciales. Es decir, que no es culpa del Ministerio de Educación, dela planta de profesores o de los mismos estudiantes. Sin embargo, el problema es que ajenos a la culpa, tampoco hacemos algo por mejorar el sistema y aquí incluyo a las familias. A los padres de familia.

Decía al principio que los estudiantes son incapaces o que tienen dificultades para efectuar las cuatro operaciones básicas de las matemáticas y otros hasta tienen dificultades para leer o memorizar párrafos cortos. Pero son capaces de diseñar estrategias individuales y grupales para jugar el juego Free, se aprenden de memoria las canciones de tal Ban Bunny, se vuelven asiduos usuarios de sitios de memes o chismes, conocen con nombres y apellidos a todos los jugadores de los principales equipos de fútbol de Europa, se saben todas aplicaciones de redes sociales y se la pasan horas y horas elaborando contenidos sin sentido o chateando con “amigos” que nunca van a conocer porque a lo mejor no existen al ser cuentas falsas. Las clases virtuales son relleno de sus “otras actividades” rutinarias en la computadora.

Muchos padres de familia se han hecho de la idea que no tienen responsabilidad de mantener el control sobre sus hijos y hay quienes piensan que esa es responsabilidad educativa exclusiva del Estado y de los maestros. Pocos, poquísimos, son los padres de familia que repasan las clases con sus hijos o que le ayudan con las tareas, las que casi siempre tienen una solución disponible y gratuita en las mismas redes.

Los padres de familia deben ocuparse más de sus hijos porque los niveles de retroceso son preocupantes. Estamos ante una generación de niños y jóvenes con poco nivel de asimilación educativa y por ende con poco criterio propio. Menos mal que la pandemia poco a poco va perdiendo virulencia y que se acerca el día de retornar a las clases presenciales, pero para mientras tenemos que ayudarle a nuestros hijos.

Si el sistema educativo ya era deficiente, las clases virtuales vinieron a frenar una posible mejoría. Es responsabilidad de todos; Estados, maestros, padres de familia y los mismos estudiantes mejorar la educación en El Salvador, cada quien desde su trinchera. Ciudadanos mejor educados hacen un mejor país.