“Nuestra mayor riqueza, se dice a diario, es nuestro pueblo”. Eso expresó Alfredo Cristiani cuando juró como presidente de la república, el primer día de junio de 1989; también dijo que trabajaría “por los más pobres de los pobres”. Cinco años después, su sucesor -Armando Calderón Sol- aseguró que no toleraría “corrupción de ninguna índole”; además soltó esta frase digna de enmarcar: “Debemos romper con la fatalidad de que el que nace pobre esté condenado a morir pobre”. Al recibir la banda presidencial Francisco Flores, en 1999, hizo gala de su “resuelta voluntad” para alejar a la juventud salvadoreña “de vicios callejeros, de vagancia y conductas antisociales”. “No podemos –agregó– esperar ciudadanos íntegros, a partir de una familia que se debate en un entorno social peligroso y que ve constantemente lesionados sus valores y su tranquilidad”. ¡Pura paja politiquera!

“A los malacates se les acabó la fiesta. A las mujeres les digo: ya no estarán solas. Las únicas promesas que valen son las que se cumplen. Haremos de El Salvador el país más seguro de Latinoamérica. Yo sí tengo mis manos limpias”. Declaraciones huecas, estas, del exlocutor deportivo y jefe de Estado del 2004 al 2009. Sí, ¡de Antonio Saca! Su sustituto, Mauricio Funes, no fue menos al afirmar que errar “es humano. Pero evitar el error es, igualmente, un atributo de todos los hombres y de todas las mujeres. Y evitar el error comienza por no hacer lo que algunos ya hicieron mal en este país”. Además, proclamó la necesidad de “hacer una revolución ética”. Y Salvador Sánchez Cerén –iniciando su mandato– ofreció ejercerlo “con austeridad, eficiencia y transparencia”. “Los recursos del pueblo son sagrados”, sentenció; asimismo, sostuvo que juntos romperíamos “el círculo de la pobreza”. Además, afirmó que las ciudades serían “espacios seguros de convivencia”.

Estos seis personajes abandonaron el cargo sin honrar sus palabras y, además, deshonrados. La prensa concienzuda se encargó de revelar compra de voluntades, nepotismo, uso indebido de la “partida secreta” y otras manifestaciones de la corrupción abundante y campante desplegadas a lo largo de sus mandatos. Al final, unos más hundidos y otros quizás menos, todos terminaron en el basurero de la historia política nacional. Para acabar de joder, nos legaron una sociedad que –no obstante haber salido de una larga y dolorosa guerra– siguió siendo violenta e insegura.

Y en eso llegó Nayib... “Hoy -manifestó Bukele el 1 de junio del 2019– ustedes decidirán cómo quieren ser gobernados, porque hoy tendremos un Gobierno del pueblo para el pueblo”. Y remachó advirtiendo que la “diferencia” del suyo con los anteriores sería que el cambio no vendría “de un presidente; de un político”. “El cambio –señaló– vendrá de cada uno de nosotros. Tenemos solo cinco años [...] para hacer de El Salvador un ejemplo para el mundo”. Como a sus predecesores, a él también le queda bien este conocido refrán: “El pez por la boca muere”. Porque su ejercicio en el poder como alcalde o como primer mandatario no ha sido, precisamente, del pueblo y para el pueblo. Más allá de sus gestiones municipales en Nuevo Cuscatlán y San Salvador, la desarrollada al frente del Órgano Ejecutivo ha sido “la de Bukele para los Bukele y sus compinches”, que no conformes con controlar todo el aparato estatal por cinco años ahora van por más.

Destapar eso también tiene que ver, en buena medida, con un periodismo diligente no solo nacional sino también internacional. Prueba de ello es el escándalo desencadenado tras la publicación, en un medio de Colombia, sobre el caso de dos jóvenes oriundos de dicho país que –apantallados con el “milagro bukeliano”‒ cogieron sus bártulos y agarraron camino rumbo al “paraíso salvadoreño”, donde fueron capturados sin deberla ni temerla en el marco del ya permanente régimen de “excepción”. Las mismas víctimas, libres allá en su terruño, desmintieron toda la farsa del oficialismo tramada torpemente en un inútil afán por salir medianamente bien librado de semejante lío.

Y este no es el primero ni será el último. No solamente por la locuacidad, las fanfarronadas y las vacías promesas presidenciales; también por las burdas actuaciones de sus protegidos impunes como Osiris Luna, viceministro de Justicia y Seguridad Pública además de ser director de Centros Penales, quien ha salido embarrado por el caso de los citados jóvenes colombianos y por otros más.

Moraleja: los gobernantes guanacos de posguerra iniciaron sus administraciones vestidos de etiqueta, bailando un vals en el principal salón palaciego aplaudidos por la población que los eligió y terminaron chulones agarrados del tubo para no morder el polvo, chiflados por un pueblo indignado debido a la repugnancia que le provocaron.