Algo está haciendo bien el presidente Nayib Bukele para que el pronóstico de desarrollo del PIB proyectado para El Salvador en el 2022 sea del 3.8 %, por encima del 2.1 % calculado como media para toda Latinoamérica. Ese porcentaje no es malo, pero tampoco la panacea, aunque definitivamente puede ser el punto de partida.

Un porcentaje así no lo veía en décadas, solo cuando, gracias a los Acuerdos de Paz, con la ayuda internacional de los países amigos que se vino a vendavales, llegamos a tocar un índice de 6 u 8%.

Hay una cosa a considerar. En el 2020, todas las economías estuvieron encadenadas, la actividad productiva clausurada con muy pocas excepciones y, contrapuesto, los gastos se incrementaron en algunos sectores, como salud, haciendo entrar en más deudas a los países y también al nivel micro, pues en los hogares hubo que endeudarse para llenar la alacena. Por eso vimos números de involución de hasta – 9.5% en nuestra región.

¿Qué quiero decir con ello? Que cuando la economía se liberó y se le abrieron las puertas a los que producen riqueza, lo lógico era volver a la normalidad. Matemáticamente si se creció, pero realmente solo volvimos a la situación antes del inicio de la pandemia: número de países pobres.

En el caso de El Salvador tenemos un crecimiento tasa cero desde hace mucho tiempo. Vengo leyendo por años que no pasa de 1.2 o 1.5 %, y a eso restémosle inflación, los gastos antojadizos, el endeudamiento irresponsable, el abono a la deuda, la raquítica inversión nacional y extranjera. Por lo tanto, desarrollo cero. Hemos estado saliendo con las cuentas justas. No hay para más, no hay para invertir en tecnología, educación, salud, vivienda, deporte, cultura, etc, y por eso estamos en la línea de los países peligrosamente cerca de la pobreza extrema como Honduras y Haití.

Los números que la CEPAL ha compartido me dan un hálito de esperanza, pero me hacen preguntar: ¿qué ha hecho el señor Nayib Bukele y su cartera de asuntos económicos y financieros para situarnos en esa esperanzadora plataforma de despegue?

Cuando sucede algo así -que un país tenga un repunte en el crecimiento económico- es que han sucedido varias cosas. La principal, el desarrollo de una nueva industria nacional poderosa y pródiga que, como el Nilo cuando rebalsaba su cauce e inundaba el valle de los antiguos egipcios, surtía el efecto de fertilizar toda la actividad productiva en una nación, y las mercancías y el dinero comenzarán a circular. No hemos desarrollado industria alguna. Solo la de la demagogia estridente.

Por otra parte, la disciplina fiscal del gobierno tendría que ser espartana, sujetándose a los presupuestado sin salirse de ello por ninguna razón. Otra parte de la estrategia es ampliar la base tributaria con aquellos que se ocultan en la sombra, persiguiendo a los evasores, así mismo luchando contra el contrabando y la defraudación en las aduanas.

Por el momento, en esta terrible época de dos años y medio de gobierno la única industria que mantiene a El Salvador es la de nuestros migrantes. No destacamos en ninguna otra. A la varita mágica del presidente (con la cual seríamos la Suiza de América) se le acabó la magia el 1° de junio de 2019. Vino la realidad. Tocó olvidarse de todo lo prometido y mantener distraído al público con todo tipo de espectáculos.

Ha gastado dinero a manos llenas en proyectos que no estaban presupuestados, alguno de ellos buenos, como el Hospital El Salvador. ¡Qué bien, pero qué mal! Y otros desastrosos que vaticinan una hecatombe, como el bitcoin, sin olvidarnos del cáncer de la corrupción que drena millones de dólares. Se gasta más de lo que se produce, se gasta en cosas que no estaban presupuestadas, y, además, en proyectos que no son parte de un plan de desarrollo sostenido y sustentable para llevar al país a ese estatus el cual todos soñamos desde hace tiempo.

Me alegra que la CEPAL tenga tanta confianza en nuestra capacidad de desarrollo, pero no veo ni por dónde ni cómo.