Hace más de tres años, uno de los peores desastres sanitarios del mundo se engendraba. Una nueva enfermedad, causada por un virus, saltaba de su huésped animal al humano. Aunque hoy en día, no existe un consenso general entre los expertos virólogos del mundo sobre su origen, la teoría más prevalente es que este salto o zoonosis ocurrió en una ciudad de China central llamada Wuhan. En esa ciudad, capital de la provincia de Hubei, se reportó el primer caso de covid-19.

Como un hongo de proporciones nucleares, la enfermedad se diseminó, primero a ciudades vecinas, para luego trascender a países vecinos y rápidamente al resto del mundo. Siete millones de muertes después y más de 680 millones de casos a nivel mundial, la nueva enfermedad transita de un estado agudo y explosivo a un estado crónico y perenne. El virus SARS-CoV-2, un tipo de coronavirus, se quedará con nosotros acompañándonos cómodamente, con su virulencia altamente disminuida, hasta en el más recóndito lugar de nuestro planeta.

¿Estábamos preparados como humanidad para un evento de esta magnitud? Hace más de 20 años, en la provincia china de Cantón, un virus desconocido provocó el brote de una enfermedad letal que los científicos llamaron SARS (Síndrome respiratorio agudo severo). En pocos meses, la enfermedad se propagó a 28 países, infectó a más de 8 mil personas y mató a unas 800. Científicos del mundo frenéticamente iniciaron la búsqueda de una vacuna, sin embargo, y debido a la alta letalidad del virus y baja transmisión, el brote se debilitó rápidamente, y la búsqueda por la vacuna así también se debilitó por la falta de apoyo político y financiero de los países ricos y organismos internacionales.

Los rumores de guerra de ese entonces fueron desestimados por la comunidad científica mundial, dejando al mundo desprotegido y desprevenido para los que se nos venía 20 años después. De 800 muertes progresamos a 7 millones, un incremento de más de 8 mil veces en la mortalidad de las personas afectadas. No estábamos preparados hace tres años y hoy continuamos vulnerables a un evento de esta naturaleza en el próximo futuro. Un número limitado de países han tomado en serio esta amenaza y han iniciado reformas estructurales en la búsqueda del fortalecimiento de sus sistemas de salud.

Una de las amenazas más serias ante una próxima pandemia es la ausencia de una organización supranacional, como la Organización Mundial de la Salud, fortalecida. La erosión de la confianza pública en los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y las empresas farmacéuticas, en general, ya ha puesto de manifiesto la necesidad de una reforma. Es imposible montar una respuesta efectiva ante un evento de esta naturaleza sin la participación y colaboración de la sociedad civil.

La imposición de medidas sanitarias y de bioseguridad, por muy impositivas que sean, no son sostenibles sin la credibilidad pertinente de la ciudadanía. Otra debilidad actual es la limitada asignación de recursos financieros para el fortalecimiento y preparación de un sistema global de protección contra enfermedades infecciosas con potencial de pandemia. Naturalmente, en la búsqueda de esta protección global, la participación de los países es estratégica e imprescindible.

Como lo experimentamos durante esta pandemia, el virus no sabe que se encuentra en Nicaragua, bajo un régimen como el de Ortega, y por supuesto que se aprovechará de las debilidades intrínsecas que las políticas de ese país le brinden para expandirse, no solo dentro del territorio nicaragüense sino expandiéndose al territorio costarricense, hondureño y salvadoreño.

El virus no reconoce fronteras, pero sí debilidades de los respectivos sistemas de salud. Por ello, el fortalecimiento de los sistemas de salud de cara a una próxima pandemia debe de ser en forma coordinada; se requiere de un fortalecimiento de la región centroamericana y no de países individuales. La región cuenta con mecanismos, al momento anquilosados, como el SICA, que podrían ser utilizados como plataformas para iniciativas regionales conjuntas que pretendan fortalecernos como región. Uno de mis mayores temores es que, al momento, no hemos implementado mecanismos de evaluación y reflexión para sostener discusiones inclusivas sobre el actuar nacional y regional ante la pandemia. No identificar problemas nos deja –incluso– más débiles y vulnerables.