Uno de los hombres más eruditos de Honduras, Segisfredo Infante, escribió un artículo sobre nuestro querido escritor migueleño con el mismo título que reproduzco aquí (por eso dejo las comillas). Dicha entrega salió publicada en el diario La Tribuna, el domingo 11 de los corrientes (pág. 7).

Me sentí muy emocionado porque no es muy común que se hable de nuestros grandes literatos clásicos y, además, cuando uno vive lejos de su tierra, todo recuerdo de ella, toda mención que se haga de su gente, sabe a caricia en el alma.

Como un pequeño paréntesis, tuve la fortuna de niño que en el colegio en el cual estudié leyéramos a nuestros escritores más preciados: Claudia Lars, Salvador Salazar Arrué, Alfredo Espino, Alberto Masferrer, Arturo Ambrogi entre otros, que escribían con ese candor del romanticismo tardío en nuestra tierra, sin dejar de lado su dedo acusador contra las injusticias cometidas contra nuestro pobre pueblo.

Es parte de sentirse orgulloso como salvadoreño conocer y atesorar a quienes se han esforzado por hacer las cosas bien.

El doctor Segisfredo Infante trae a colación en el artículo mencionado datos para mí desconocidos. ¿Cómo no lo supe antes? Mea culpa peccatore.

Gavidia (1863-1955) se caracterizó por ser “reproductor del verso alejandrino francés y recreador de la técnica del hexámetro greco-latino de tradición homérica”, lo cual implica que era un erudito en el arte de la poesía.

Menciona el articulista que “el investigador y erudito español don Marcelino Menéndez y Pelayo propuso a Francisco Gavidia, cuando apenas había cumplido diecinueve años de edad, para que fuese miembro correspondiente de la Real Academia de la Lengua”. Vaya honor para un país tan pequeño, pero para un literato sobre el cual, al parecer, los salvadoreños no conocemos su magnitud. Una invitación de esas no se hace así por así, ni a cualquiera. También agrega que tuvo “relación epistolar” con Ramón Menéndez Pidal. Para conocimiento general, tanto Menéndez y Pelayo, como Menéndez Pidal, fueron personajes de la más alta erudición en España.

En cuanto a la razón del título del artículo, el columnista hondureño enfatiza: “...la mayor deuda de la literatura hispanoamericana con Francisco Gavidia es que se trata, probablemente, del primer escritor que en lengua castellana reintrodujo el verso alejandrino francés, de catorce sílabas métricas, con una distribución innovadora de acentos. También reinventa el hexámetro propio del poeta Homero”. Esto lo convierte en un pionero de las letras en nuestro idioma.

Agrega: “Tales innovaciones, Gavidia las dio a conocer en 1882 mediante la publicación de su primer libro titulado Versos, que influyeron poderosamente sobre Rubén Darío y Juan Ramón Molina”, el poeta insignia de la literatura hondureña.

Sí es sabido que nuestro erudito conoció a Rubén Darío, pero no tenía idea que “el príncipe de las letras castellanas” hubiese recibido una influencia muy personal y directa de nuestro escritor de tal forma que se diera un quiebre en su estilo literario y se convirtiera en el adalid del modernismo.

Según Infante, cuando el poeta nicaragüense publicó en Argentina su libro Prosas profanas y otros poemas (1896), el verso alejandrino de manufactura francesa y salvadoreña resultó ser predominante y musicalmente bello.

Rubén Darío, un escritor honrado, nunca desconoció la influencia decisiva de Francisco Gavidia sobre su obra poética revolucionariamente modernista. Al grado que le dedicó el extenso poema a Francisco Antonio Gavidia y su tomo de Versos, pero con técnica endecasílaba.

En 1912, Francisco Gavidia publicó sus “Obras completas”. Dentro de su poesía se puede encontrar el poema “El águila”, construido con métrica alejandrina.

Finaliza su disertación sobre Gavidia de la forma siguiente: “Las deudas poéticas de orden moral son más que evidentes en el curso de la obra del gran Rubén Darío. Pero esa deuda es transferible a varios otros poetas de lengua española matriculados en la tendencia modernista. Incluso podríamos hipotetizar que la deuda directa e indirecta con Francisco Gavidia llega hasta las generaciones españolas de 1898 y 1927...”.

Sirva todo esto como un refrescante recordatorio de la grandeza de muchos salvadoreños que, por cierto, abundan en nuestra historia.