Los que ya pasamos de los 40 años recordamos que cuando éramos niños y nos daba sed después de jugar con nuestros amigos, corríamos a nuestra casa a tomarla directamente del grifo o de la manguera de alguien que estuviera regando el patio o las plantas. Nadie se enfermaba del estómago y hasta nos volvíamos inmunes ante las bacterias. El agua realmente era potable y consumible. Incluso el agua de los pozos y ríos.

En aquellos tiempos y más aún en los tiempos de nuestros padres y abuelas, nadie imaginaba que llegarían momentos de escasez de agua y contaminación de los ríos cristalinos que nos abastecían, mucho menos nadie llegó a pensar que compraría una pequeña botella con agua supuestamente purificada en cinco colones con 25 centavos ($0.60). Eso era lo que pagaban los hogares que más agua potable consumían mensualmente.

Mi infancia y adolescencia la viví en Olocuilta donde el agua potable nunca faltaba, aunque evidentemente era menos del 25 por ciento de hogares que tenían ese servicio. Para los que no tenía servicio de agua potable en su casa, estaban las famosas cantareras o chorros públicos, donde el agua era abundante. Hoy en Olocuilta el agua llega sucia, ya no es consumible y les cae uno o dos días a la semana. Los pozos y ríos totalmente contaminados. Casi todos los hogares deben comprar agua para consumo.

Me atrevo a pensar que la realidad de Olocuilta es similar a la de los restantes municipios del país, salvo algunos pocos donde todavía fluyen ríos cristalinos porque no ha llegado la “modernidad” ni la escasez del líquido más preciado por la humanidad. Seguramente es la realidad de casi todo el mundo.

Es tanta la preocupación por la escasez del agua a escala mundial, que en 1992, durante la Conferencia de las Naciones Unidas (ONU) sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, en Río de Janeiro (Brasil) se propuso que cada 22 de marzo fuese el Día Mundial del Agua, lo cual fue aprobado por la Asamblea General de la ONU y desde 1993 se conmemora a efecto de concienciar acerca de la crisis mundial del agua y la necesidad de buscar medidas de tal manera que se logre el objetivo de desarrollo sostenible;“Agua y saneamiento para todos antes de 2030”.

Por los vientos que soplan es un objetivo de desarrollo que difícilmente se logrará. A nivel mundial cerca del 25 por ciento de la población no tiene acceso a agua potable. Estamos hablando de más de 2 mil 200 millones de seres humanos. Y mientras tanto los ríos y lagos se contaminan y las vertientes subterráneas, principales aportadoras del agua dulce, cada vez más profundos y con menos torrentes. El cambio climático ha afectado la filtración de agua hacia los manantiales subterráneos y la “modernidad” ha hecho de las suyas con un incremento descomunal de la densidad demográfica y la falta de planificación del desarrollo urbanístico, especialmente en países tercermundistas. Países desérticos han logrado planificar bien su urbanismo y aplicar la tecnología para hacer buen uso del agua, por ejemplo Catar, Israel y otros.

En El Salvador no todas las comunidades tienen acceso a agua potable. Algunas comunidades se ven obligadas a protestar por la carestía. En realidad nadie puede consumir el agua que sale de los grifos sin estar expuesto a contraer bacterias y a enfermar. Eso nos obliga a comprar agua para consumo. Siendo el agua un recurso de todos, se ha convertido en un producto de explotación privada y que encarece la canasta básica, porque no podemos vivir sin consumir agua. Hay quienes vorazmente explotan ese recurso y obtienen millonarias ganancias. Deciden los precios del líquido y son fieles defensores de la economía de mercado a sabiendas que se están aprovechando de la necesidad humana.

El crecimiento desordenado del país desde sus orígenes como Estado nos ha llevado a construir donde no hay agua, a destruir bosques captadores de aguas lluvia y a que nuestro territorio pierda capacidad para filtrar agua hacia los mantos acuíferos, Para colmo contaminamos toda vertiente posible y secamos los pozos. Incluso en los tiempos modernos el rubro del agua se ha politizado y se ha convertido en una lucha que alcanza los niveles ideológicos y partidarizados. La sed no tiene color político ni una ideología. Nos da sed a todos.

El mundo entero debe estar preocupado por la carestía de agua y el calentamiento global que estamos generando. Los salvadoreños debemos estar asustados. Cada vez gastamos más dinero en la compra de agua para consumo, todavía hay comunidades sin servicio de agua domiciliar y se sigue urbanizando sin criterio solidario. Aún no tenemos plena conciencia de la importancia del recurso hídrico. ¡Padre, tengo sed!