Estoy plenamente seguro que Dios no es sordo. Él escucha todas las plegarias, más aún si éstas son en silencio. No se necesita ser doctor en Teología para estar convencido por fe que Dios es omnipotente e infinitamente misericordioso. No por gritar lo más fuerte posible, mi conversación con Dios adquiere más importancia o fortaleza. Recordemos que cuando Jesús oraba el huerto Getsemaní del Monte de los Olivos, lo hacía en silencio.

A qué viene lo anterior. La semana pasada fui a la colonia San Judas, en Ciudad Delgado, cerca del centro penitenciario La Esperanza, a visitar a una ancianita enferma. La señora adolece varias enfermedades de manera simultánea, una de ellas le provoca fuertes dolores de cabeza, por lo que debe pasar descansando alejada de todo bullicio. La visita fue de 6:00 de la tarde a 8:00 de la noche. Durante esas dos horas fue casi imposible hablar con ella, porque el ruido ensordecedor de una iglesia evangélica ubicada a menos de 50 metros, hacía imposible escuchar algo. Su esposo, un hombre de más de 80 años, también está enfermo y cualquier ruido distorsiona su sistema nervioso y le provoca ansiedad y dolores de cabeza.

Una hija de los señores me contó que habían hablado con las personas que se reúnen en el lugar para decirles que tuvieran consideración y le bajaran volumen a los parlantes, porque los ancianos están enfermos. La respuesta fue subirle el volumen y comenzar a despotricar contra ellos porque por ser católicos “eran hijos del mal”. Dicha casa que funciona como iglesia no mide más de ocho por ocho metros cuadrados y en ella se reúnen todos los días unas diez personas, que hacen más ruido que cualquier galería repleta de aficionados en un encuentro de fútbol.

Es preferible que la gente se reúna para orar y compartir fe y creencias, independientemente de la denominación de la iglesia –evangélica o católica- a que se reúna para planificar delitos, fomentar vicios o desaprovechar el tiempo innecesariamente. Todos tenemos derecho a profesar una fe y a reunirnos para manifestar y compartir nuestras creencias espirituales. Pero como ya lo dijo el gran Benito Juárez, “entre los individuos, como entre las naciones, el respeto ajeno es la paz”. Y la paz es obrar con fe y con bondad, pero sobre todo con respeto al derecho de privacidad e intimidad de los demás.

El Artículo 25 de la Constitución de la República de El Salvador señala que el Estado garantiza el libre ejercicio de todas las religiones, sin más límite que el trazado por la moral y el orden público. Añada que ningún acto religioso servirá para establecer el estado civil de las personas. En palabras sencillas, todos tenemos derecho a profesar una religión sin afectar la convivencia social y siendo respetuosos del orden público. No podemos, en afán religioso, afectar negativamente a otras personas, por ejemplo afectarlos con ruidos contaminantes, bloqueos de calles o lugares de acceso o con conductas exhibicionistas. En todo caso, cuando se requiere, por alguna razón (procesiones, vigilias u otras actividades meramente religiosas), al menos se debe contar con los permisos avalados por las autoridades respectivas bajo los términos establecidos.

Desde hace años las iglesias evangélicas han florecido por doquier en comunidades, colonias, barrios, cantones, etc. Hay sitios donde la cantidad de iglesias es abundante, lo cual es bueno, si se cumplen los cometidos de la fe y si se fomenta la verdad del camino hacia la vida eterna, La iglesia católica también se fortalece con las comunidades de base. Toda acción espiritual de vocación divina es saludable para el alma, la conducta y la personalidad. Lo importante es tener la convicción que todo camino para llegar a Dios debe seguir la senda del bien común.

No obstante, los pastores, los sacerdotes y quienes dirigen las iglesias católicas, evangélicas o de cualquier denominación ecuménica, deben guiar a su feligresía por el camino de la tolerancia, el respeto y el fomento de la fe, traducido esto en una mejor conducta para procurar hacer el bien. Respetar a los demás es fundamental, incluso se debe respetar hasta la persona atea, pues también ellos tienen derecho a su propia cosmovisión.

Las congregaciones religiosas tienen un valioso papel dentro de la paz social, la convivencia sana y la formación de una sociedad tolerante con buenos y mejores seres humanos. Las iglesias también deben ser educadoras, orientadoras y formadores y potenciadores de buenos valores para la vida, teniendo como eje la cristiandad y la fe divina. En este país, por mandato constitucional cabemos todo, hasta las personas que profesan una fe distinta al cristianismo, toda vez y cuando no se altere el orden público ni se afecte la seguridad del Estado.

En lo personal me alegro por la pujanza, la convicción de fe y la prédica de las iglesias, aunque desde luego no siempre la iglesia logra que sus fieles o seguidores actúen con base a las enseñanzas cristianas, pero como reitero, es preferible alguien imbuido en la iglesia que alguien obrando con maldad.

Entonces los pastores, los sacerdotes y todos aquellos que operen como guías de la fe y la espiritualidad cristiana o de otra denominación religiosa, debe guiar a los suyos para que respeten a los demás y hacerles entender que Dios no es sordo. Las oraciones en silencio fueron la enseñanza cotidiana de nuestro Señor Jesucristo. Las iglesias y sus feligresías deben tener la plena conciencia que no es afectando la tranquilidad de los demás o gritando hasta desgarrar gargantas como se logra el fortalecimiento de la fe. Las iglesias también están obligadas a respetarse entre ellas y a los demás, así como a obedecer las leyes contravencionales que fomentan la paz. Dios escucha al que ora en silencio y de todo corazón.