La corrupción requiere no solo de políticos corruptos, también de que las instituciones encargadas de prevenirla, denunciarla, combatirla y erradicarla no funcionen: la que se encarga de auditar las cuentas del dinero público, la de informar a los entes investigadores, éstos mismos, o sea, fiscales, policías; sin duda que los jueces, llegando al sistema penitenciario y las instituciones encargadas de transparentar los gastos. También los tribunales de ética.

Hay que ser un dictador poderoso para que todas esas instituciones (en las cuales se cuentan por miles los empleados y funcionarios) callen, se hagan de la vista gorda, sean cobardes o simplemente sumisos esclavos apátridas, sino es que parte del engranaje de la corrupción.

¿Por qué Argentina, Brasil, Colombia y México, con todo su potencial económico, no son países del primer mundo? Y por qué sí lo son países tan pequeños como Singapur, Corea del Sur, Taiwán. Aquellos países sudamericanos rebalsan en talento humano y en recursos naturales.

No es que les falte visión de país, es que les sobra corrupción. Si la corrupción mina la carretera hacia el primer mundo a naciones que son en potencia de primer nivel, ¿se imaginan cuánto destruye la cleptocracia a países enanos como los centroamericanos? Enanos en todo.

La corrupción en estos países siempre sale de casa presidencial, y si la cabeza del ejecutivo es corrupta, todo está perdido, de allí para abajo todo sirve al cleptómano que ocupa la silla.

Los índices económicos lo dicen todo, por eso la gente debería aprender a leerlos, porque la corrupción drena entre el 12 al 25% del Producto Interno Bruto, dinero que debería gastarse en obras, en abastecer hospitales, en mejorar el sistema educativo, en innovación y tecnología. Pero al contrario: no hay dinero para realizar obras, para la inversión, la educación, la salud. No se innova, no se vende nada nuevo, siempre se depende de las importaciones y no entra dinero fresco al país.

No hay nuevas fuentes de trabajo, el desempleo es alto, los salarios son bajos, la población crece (cosa que les conviene a empresarios y políticos: entre más necesitados, mejor), la pobreza aumenta, la delincuencia igual (cosa que también les conviene: para vender miedo) y, en fin, estos países se convierten en inmensos charcos pantanosos en los cuales solo algunas especies logran sobresalir mientras la mayoría sobrevive flotando o se hunden.

Por allí leí una frase que me cayó en gracia y me la robé: “¿Por qué ahora que no se roba el dinero no abunda?”. Es Verdad, ¿por qué ahora, más que nunca en su historia, El Salvador tiene un porcentaje de endeudamiento tan espantoso?

No somos un mejor país, no somos atractivos a la inversión extranjera, no tenemos productos innovadores, estamos lejos del concierto mundial de los países que producen tecnología, la producción interna de los productos básicos para nuestro consumo se mantiene anoréxica; no hay menos pobres, no hay más ricos, en fin, todo sigue igual solo que con un 85 % de aprobación ciudadana. Realmente no entiendo.

Y las cuentas no son nada halagüeñas: la deuda externa aumento en tres mil millones de dólares, el mayor endeudamiento anual en la historia nacional. Toca pagar cerca de seiscientos millones por el vencimiento de eurobonos, para lo cual la Asamblea Legislativa ya ha aprobado un nuevo préstamo. ¿Pagar una deuda con otra deuda? ¡Jesús del huerto!

Por si fuera poco, el presupuesto 2023 está desfinanciado y su déficit será cubierto mediante otro préstamo. Préstamos para pagar préstamos; préstamos para el gasto corriente. ¿No que si no se robaba alcanzaba el dinero?

¿Algo de esto se destinará a la producción, innovación, tecnología? Naaaaa. Para nada.
Cuando ya no haya dinero para pagar planillas, cuando empiecen los desabastecimientos de medicinas, de productos de la canasta básica; cuando el país se paralice, quizá entonces nos demos cuenta que estamos viviendo una distopía, pero cuando queramos hacer algo será tarde...ya se habrá reelecto el ciudadano presidente.