Allá por 1999 publiqué, en un periódico de circulación nacional, la historia de dos hermanos que habían nacido con problemas de movilidad y que urgían de sendas sillas de ruedas, así como de ayuda para construir una pequeña vivienda, ya que vivían solos con su madre y otra hermana mayor, en un rancho caluroso de láminas en la zona rural de Rosario de Mora, al sur de San Salvador. Temprano, el día de la publicación del reportaje recibí una llamada de un hombre que me dijo ser el asistente de Roberto Murray Meza y que estaba interesado en hablar conmigo. Al principio me pareció una broma, pero luego supe que mi colega y compadre Iván Miranda, editor de Deportes y amigo de don Bobby, le había dado mi teléfono.

Aquel viernes asistí a las oficinas de Agrisal y apenas llegué me hicieron pasar a su despacho. Tenía en su escritorio la historia de los hermanos Méndez Vásquez. Quería saber todo de esa familia. Tras una plática de casi una hora en la que hablamos de deportes y otros temas, terminó diciéndome que él iba a donar las dos sillas de ruedas y se comprometía a construirles en un mes a más tardar una casa sencilla. Me pidió que le guardara el anonimato y que si publicaba el hecho que lo manejara como “personas anónimas”.

El día siguiente, fuimos con Iván a entregar las sillas y mil colones en efectivo que el Lic. Murray Meza les enviaba. Quince días después ya estaba construida una vivienda habitable y digna para los hermanos. No le bastó con eso, pues le dio empleo a la hermana mayor, quien graduada de bachiller no encontraba oportunidad laboral y les enviaba dinero para medicamentos. Con esa acción, don Roberto Murray Meza me demostró que el valor de la humildad no radica en la pobreza sino en el alma, que se puede ser rico y humilde o pobre y soberbio. Esta última palabra no la conocía don Bobby. Él fue un hombre de negocios, capitalista, estadista, pero sobre todo humanista, con quien se podía estar de acuerdo en muchos temas, al margen de tener ideologías diferentes.

De fino talante y grandes talentos, don Bobby fue un baluarte en muchas áreas. Apoyaba al deporte de manera incondicional porque creía en la juventud salvadoreña. Fue un alto dirigente empresarial y hasta llegó, ad honorem, a ser presidente del Fondo de Inversión Social para el Desarrollo Local (FISDL). Tenía tiempo para muchas cosas y todo lo hacía bien y de buena fe. Un día, le comenté que un equipo de fútbol de un cantón de Olocuilta me había pedido ayuda para un uniforme deportivo y dos días después, sin pedirle su colaboración, me mandó un vale para que retirara un uniforme completo y dos balones. Apenas era la segunda vez que hablaba con él.
La tercera y última ocasión en la que tuve el privilegio de tratarlo en persona, fue a finales de 2008, cuando, como siempre, se le mencionaba como candidato a la presidencia por el principal partido de derecha. En esa ocasión, quise reunirme con él para exponerle el proyecto de un periódico digital, a efecto de que su grupo empresarial, fuera patrocinador. Quise reunirme con su equipo de comunicaciones, pero le dijo a mi amigo Iván que personalmente nos quería escuchar.

En esa ocasión hablamos del proyecto, pero más de su visión optimista del deporte salvadoreño especialmente del fútbol. Terminamos hablando de una hipotética candidatura a la presidencia, ya que cada vez que se acercaban las elecciones presidenciales, su nombre era el primero en aparecer en el sector de la derecha. Tajantemente nos dijo que nunca aceptaría ser candidato, porque para él era más importante la trinchera del empresariado y del servicio, sin criterio partidario. Se consideraba hombre de una derecha moderna, visionaria, emprendedora y futurista. Para él las ideologías eran necesarias a la hora de defender las convicciones de la sociedad y los criterios para la vida misma, pero no para defender a capa y espada las posiciones antagónicas de los políticos que se vuelven expertos en discutir la nada para obtener resultados de nada, siempre culpando a los demás. Cuando los terremotos asolaron al país en 1986 y 2001, él estuvo a la cabeza demostrando mucho altruismo, filantropía, vocación por el servicio y finas cualidades de estadista, con amplio sentido humanista.

En aquella conversación, él se sinceró y nos contó que estaba consciente que cada vez que se le mencionaba él era carta ganadora, incluso nos enseñó el resultado de la última encuesta encargada por una institución seria, donde el resultado era que fácilmente ganaba la presidencia porque era más popular y querido que los mismos candidatos surgidos de las entrañas de los partidos de derecha. Este hombre estaba dispuesto a servir al país, pero no a servirse de él.

El miércoles de la semana pasada todo el país supo del fallecimiento de Roberto Murray Meza, víctima de una enfermedad natural. Relativamente joven, pues apenas tenía 75 años. Personas como él, deberían vivir muchísimos años más, porque son nobles, sensibles y muy humanos. Don Bobby, en cualquier momento, pudo ser presidente de los salvadoreños con solo lanzarse como candidato, pero tenía firmes convicciones que su papel era servir desde el empresariado. Descanse en paz Lic. Murray Meza... la patria lamenta su partida.