De modo que el señor presidente Gustavo Petro fracasó como líder de una república que prometió cambiar para bien. El principio de Peter le fue demoledor. Así que decidió gobernar hacia afuera y se puso a viajar, a Perú, Venezuela, Francia, Venezuela, México, Egipto, Brasil, Argentina, Chile, Estados Unidos, España, y junto con Macron se ideó una Conferencia internacional sobre Venezuela, para encontrarle una salida política y sin trauma mayor a su país vecino, secuestrado como está por Cuba, el narcotráfico y el terrorismo internacional. Y lo logró, 20 Cancilleres asistieron a la Cumbre de Bogotá. Nadie conocía la agenda a tratar, México pensaba que Petro se llevaría el diálogo a Bogotá, lo cual le sería un alivio, pero una afrenta a su ego mesiánico. Al día siguiente la noticia no fue Petro ni su Cumbre, sino la llegada inesperada del defenestrado Juan Guaidó y su paso a los Estados Unidos, huyendo de una inminente detención en una de esas tenebrosas cárceles venezolanas, de los servicios militares de inteligencia o de la policía política, con un billete de avión comprado por funcionarios de los Estados Unidos de Norteamérica.

Si me preguntan qué hará ahora Gustavo Petro, al tener que regresar a su propia realidad, diría, sin tener que acudir a las cartas del Tarot, que radicalizarse hacia la izquierda extemporánea, intensificar el lenguaje populista encendido; recostarse a un caduco Diaz Canel, a un esquizofrénico Maduro, a los cárteles dominantes colombianos de la droga, cuadrarse con un derrotado pero peligroso Vladimir Putin, y endurecer un desactualizado lenguaje antiimperialista.

El otro caso, no es tan enigmático como el anterior, y llega a ser, en principio, una buena noticia para el continente; quizá enigmático porque se espera mucho de él, en vías de modernización de sus estructuras republicanas, y en el tejido social paraguayo, que pudiéramos decir guaraní, para escribir con propiedad. Porque el guaraní es más que un idioma aborigen, es una manera de pensar, actitud, ver, vivir, relacionarse con el prójimo y con la naturaleza.

Me refiero a la reciente elección presidencial de Santiago Peña Palacios del pasado domingo 29 de abril, donde salió electo representado al Partido Colorado, de corte llamemoslo conservador, con el 43% de los votos; 15 puntos por encima de su más cercano contendiente Efraín Alegre, que obtuvo un 27%, en una amalgama de movimientos y partidos políticos de diferentes signos que denominaron Concertación Nacional, pero cercanos al peronismo, madurismo, petrismo y hasta madurismo. El radical Frente Iguazú del ex obispo y ex presidente Fernando Lugo, de 8 representantes que tenía se quedó con uno, no logrando retener tan siquiera, su propia investidura parlamentaria.

El presidente Santiago Peña es fundamentalmente un profesional de la economía con postgrado en el exterior (Universidad de Columbia), fue Presidente del Banco Central, Ministro de Hacienda, economista del Fondo Monetario Internacional, Director del Banco Basas (sector privado). Inscrito de joven en el tradicional Partido LIberal, hace apenas unos ocho años lo abandonó para integrarse a la filas del no menos tradicional Partido Colorado, en el poder desde hace unos 70 años, incluyendo el período del General Stroessner.

No dudo que este joven paraguayo, tendrá entre sus objetivos normalizar las cuentas fiscales, abrirse en lo posible al mundo globalizado e iniciar un proceso de “aggiornamiento” nacional en todo sentido, cuidando sus valores e independencia, sin alineaciones automáticas.

Algunos amigos me lo han comparado con el presidente Bukele de El Salvador, y les he dicho que en cierto modo sí; ambos son millennials generacionalmente hablando, no dogmáticos y decididos a modernizar en lo posible sus respectivos países, rompiendo tabúes, serán gobiernos incluyentes, de libre economía y altamente nacionalistas en el buen sentido, pero que son diferentes en su devenir histórico y realidad sociocultural. Lo demás, sólo la historia lo dirá.