Recientemente se generó una polémica sobre un audio con la opinión del periodista Carlos Martínez. El motivo no fue tanto su contenido, sino la imagen que lo acompañaba: varios hombres cargando un féretro cubierto con la bandera del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), en el que yacía una de las personas –militantes del partido– asesinadas el 31 de enero del 2021 después de un acto proselitista de cara a las elecciones municipales y legislativas a realizarse el siguiente mes. Las reacciones inmediatas de Nayib Bukele y algunos de sus funcionarios, incluido el finado Alejandro Muyshondt, no fueron nada afortunadas. El primero habló de “partidos moribundos” poniendo “en marcha su último plan”; no obstante tan temeraria insinuación, a final de cuentas resultaron señalados como principales autores inmediatos del atentado criminal un agente policial y un vigilante privado, ambos destacados en el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social.

No abordaré hoy los cuestionamientos a la fotografía, que comparto, ni la declaración presidencial y su obvia intención de sacarle raja política a un suceso totalmente condenable. No. Mejor agarro el título del referido audio ‒“Un epitafio para el FMLN”‒ para preguntarme si este debería considerarse muerto y enterrado. Pues como tal, pensaría que sí.

Pero no como protagonista de nuestra historia nacional y regional, tanto durante la década de 1980 como en el primer trienio de la siguiente. A lo largo de esos años, de ser parte beligerante reconocida internacionalmente pasó a convertirse en firmante de los acuerdos que frenaron la guerra y ejecutor directo de algunos de sus compromisos. Tampoco debe echarse en la nave del olvido la sangre derramada por integrantes de sus estructuras militares y políticas, junto al dolor y el sacrificio de la población civil no combatiente víctima de graves violaciones de sus derechos humanos, crímenes de guerra y delitos contra la humanidad a manos de la dictadura.
Finalmente, no debemos consentir el ocultamiento y menos la negación de su responsabilidad en hechos similares.

Establecido lo anterior paso a señalar las que considero fueron las cuatro principales torpezas del FMLN que lo tienen ahora en una situación adversa, por no decir calamitosa. No me referiré al imperdonable desmontaje del movimiento de masas en 1980, ocurrido antes de nacer la alianza guerrillera. Tampoco a lo sucedido en Managua, Nicaragua, en abril de 1983; entonces fue salvajemente asesinada Mélida Anaya Montes –conocida como “Ana María”‒ y se suicidó Cayetano Carpio, alias “Marcial”, dirigentes máximos de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL). La información sobre esos sucesos tiene más años de “reserva” que los que Bukele le aplica a casi todo su quehacer gubernamental, sino a todo; pero algún día saldrán a la luz como parte del debido aprendizaje de los errores y los horrores acontecidos en nombre de la “revolución”, primero, y luego de la “democratización”.

Desde mi óptica, tras más de cinco décadas de esfuerzos en el marco de la lucha social y política de nuestras mayorías populares, mencionaré dos de esos desaciertos fundamentales de los cuales se derivó el otro par restante. El primero tiene que ver con haber aceptado su acelerada conversión en partido político; a partir del 1 de mayo de 1992, casi cinco meses después de la firma del Acuerdo de Chapultepec, inició la promoción del decreto legislativo para dicha mutación y el 14 de diciembre del mismo año fue registrado por el Tribunal Supremo Electoral. En adelante comenzó a funcionar teniendo como horizonte principal participar en las votaciones y ganarlas. Lo más deseable hubiese sido negociar y acordar un plazo más largo para ser parte del juego electorero, a fin de volver antes a sus orígenes populares para fomentar una organización social de base potente con una creciente formación política. El haber hecho lo último fue, creo, el segundo error garrafal.

Para mi gusto, insisto, el FMLN no debió participar en las elecciones de 1994; había que darle tiempo al tiempo y generar un sujeto político demandante del respeto de sus derechos constitucionales, capaz de poner contra la pared al Gobierno que no le cumpliera. Pero sumergidas sus dirigencias en la apuesta por los comicios, participaron en todos los siguientes hasta llegar a los del 2009 postulando como candidato presidencial a Mauricio Funes, periodista “valiente” frente a las administraciones derechistas que terminó siendo un fiasco. Ese fue el otro error, para después dejarse encaramar a Bukele como potencial candidato ganador en un tercer periodo ya no con base en principios añejos, sino montándose en su populismo y popularidad. Este fue el cuarto error que ya comenzó a pasarnos la factura. Por ello ahora ‒más que participar en elecciones con dados cargados y jugadores torcidos‒ toca que nazca, resista y crezca el mencionado sujeto político. Si no, continuaremos jodidos...