Balmore Antonio Ávalos Sandoval fue condenado a 30 años de cárcel luego de confesar que en estado de ebriedad mató a su madre Tránsito Sandoval. El abominable hecho ocurrió el 17 de abril de 2019 en la vivienda que madre e hijo compartían en el caserío El Rastro de San José Guayabal (Cuscatlán). El sujeto, tras matar a su madre huyó, pero una vez le pasó el efecto etílico decidió presentarse al puesto policial para entregarse y confesar su estupidez.

El 18 de febrero de 2018, María Elena de Castillo se encontraba descansando en su vivienda cuando llegó su hijo Walter Eduardo Castillo Aldana, de 25 años, en completa ebriedad y la atacó con un machete hasta matarla. Este crimen se registró en el cantón Maquilishuat, en Ilobasco (Cabañas) y el sujeto fue detenido en flagrancia.

En la colonia San Fernando de Armenia (Sonsonate), el 21 de septiembre de 2017, Julio Alfonso Campos Linares, se encontraba alcoholizado al atacar a machetazos a su madre Guadalupe Linares. Cuando agentes policiales lo iban capturar los atacó con el arma blanca lo cual obligó a los agentes a defenderse y causarle una grave lesión. En el hospital, el hombre falleció.

El 8 de noviembre de 2018, en la finca La Joya, en el cantón La Montañita, en Sacacoyo (La Libertad), Graciela Villalobos Fermán, de 83 años, fue decapitada por su hijo Marcelo Neftalí Rosales Villalobos, quien tomó un hacha para cometer el matricidio. El asesino estaba ebrio y reaccionó de esa manera porque su progenitora le pidió que ya no bebiera.

En Ayutuxtepeque (San Salvador), el 14 de noviembre de 2018, Yohalmo Ernesto Granados Santos, de 44 años, mató a golpes a su madre Elizabeth Santos, de 70 y escondió el cadáver bajo colchones. El sujeto, que estaba ebrio, se escondió en un baño donde fue capturado. Un año después fue condenado a 20 años de cárcel por tan horrendo crimen.

Los cinco casos anteriores son repudiables y tienen en común que los matricidas actuaron bajo los efectos del alcohol. Probablemente en estado de sobriedad no hubiesen sido capaces de matar a su progenitora. Los cinco ya fueron condenados y posiblemente hoy estén arrepentidos de haber cometido un crimen que no tiene marcha atrás.

Estoy seguro que ninguno de los cinco matricidas expuestos en los párrafos anteriores se tomó el primer trago de su vida pensando en que años más adelante iban a cometer el crimen más atroz e ingrato. Matar a su madre, a esa mujer que los cargo nueve meses en el vientre, se sacrificó por ellos, los arrulló, los amamantó y los amó con todo su ser. Probablemente comenzaron tomando tragos por curiosidad, siendo adolescentes o muy jóvenes. Quizá ese primer trago fue en un ambiente social y hasta familiar, entre amigos o buscando identidad y pertenencia.
Nadie se inicia en el vicio del alcoholismo planificando su futuro como borracho empedernido. Lo que menos se piensa es en llegar a ser un alcohólico dependiente, derrotado por el vicio que tarde o temprano lo podría transformar en una bazofia humana. Todos piensan que siempre tendrán control de su conducta porque ellos son más inteligentes que el alcoholismo. Jamás al bebedor joven se le cruza la idea que un día su vida podría ser desgraciada y dolorosa. Cuando menos lo piensa se ha convertido en una pesada carga para la familia y la sociedad y en un ser despreciado hasta por otros alcohólicos. Suena feo, pero el alcohólico llega a convertirse en un estorbo de los familiares, excompañeros y examigos. Antes que tarde pierden la dignidad y todo lo que construyeron, haciendo sufrir a los suyos.

Ninguno de los bebedores en ciernes proyecta algún día terminar con la vida de su madre, la de un hijo o un ser querido. Todos tienen la idea que serán “bebedores finos de ocasión”, porque el vicio jamás gobernará su vida. Algunos ya son alcohólicos consumados y siguen creyendo que tienen la capacidad de controlar el vicio. Ingenuos. El vicio del alcohol no respeta jerarquías, condiciones económicas, niveles culturales, género, edades, condiciones sociales, cargos, grados académicos o ideologías. Embrutece a todos por igual y acaba con todos sin excepción.

La Encuesta Nacional de Alcohol y Tabaco (ENAT) presentada recientemente por el Fondo Solidario para la Salud (FOSALUD) señala que más de la mitad de salvadoreños (60.2%) ha ingerido bebidas alcohólicas antes de los 20 años de edad. La mayoría comenzó a los 15 años, siendo los hombres los de mayor porcentaje (68.4%) respecto a las mujeres (47.7%). El dato es semejante al de “siempre”, pero es muy preocupante, porque de esos adolescentes que hoy se inician por curiosidad en la bebida, están los futuros conductores peligrosos, los homicidas bajo los efectos del alcohol, los agresores sexuales, los xenofóbicos, los maltratadores, los que perderán su dignidad, los que se convertirán en bazofia, los que avergüencen a sus seres queridos, los suicidas, los que algún día maten físicamente a su madre, porque en vida lo harán cada vez que se emborrachen.

El alcohol es de fácil alcance, está en fiestas o reuniones de amigos, compañeros y familiares, se encuentra en supermercados, tiendas, bares, cantinas, antros, eventos deportivos, espectáculos. En fin, el licor se consigue con facilidad, sin que haya forma de restringirlo. No se le vende a menores de edad, pero eso es solo retórica social. Las bebidas embriagantes están al alcance de todos y a los padres de familia, al Estado y a las instituciones, nos compete la responsabilidad de orientar a nuestros hijos, para que no caigan en las garras del alcoholismo. Para que nunca, bajo los efectos del alcohol se convierten en delincuentes. En matricidas.