Para nadie es desconocido que el modelo educativo aplicado actualmente casi en todo Latinoamérica, no solo es obsoleto, sino que ha fracasado en formar ciudadanos capaces de generar valor agregado en cuanto al desarrollo de sus talentos y habilidades, salvo casos excepcionales que se han dado, pero no por obra del modelo educativo, sino que se trata de verdaderos genios, que muy a pesar del mal modelo educativo, lograron desarrollar la máximo sus potenciales. En el entendido que se continua creyendo que una persona es inteligente, por tener en moría lo que aprende o por la repetición, lo cual no solo es inapropiado, sino excluyente.

El maestro Howard Gardner, propone como contrapeso al paradigma de una inteligencia única, la teoría de las inteligencias múltiples, en la que establece, que no todas las personas serán capaces de entender a cabalidad las matemáticas, pero tendrán otras habilidades que posiblemente los matemáticos no tengan. En otros palabras no todos los niños aprenden igual, por lo tanto no se puede uniforma la enseñanza, y este es el gran reto que los docentes deben de tomar en cuenta en el siglo XXI. Lo cual me recuerda el origen del efecto Pigmalión, que se remonta a la mitología griega.

Cuando un rey de Chipre encontró serias dificultades para enamorarse de una mujer, pues ninguna le parecía perfecta a su juicio. El escultor Pigmalión, decidió realizar una escultura de marfil a la que llamaría Galatea. Tal fue el amor que este rey le profesó por su perfección, que pidió a Venus que la convirtiese en una mujer de verdad, con este mito queda reflejado que tanto quiso creer que la escultura estaba viva que finalmente consiguió que así fuese, hasta que este rey perdió la vida a manos de la escultura, con ello lo que se pretende establecer es que si una persona cree que algo sea posible, lo puede lograr.

Ante este escenario los profesores Robert Rosenthal y Lenore Jacobson en el año 1964 realizaron un experimento en una escuela de una pequeña ciudad californiana que produjo lo que ellos denominaron “Efecto Pigmalión” tomaron estudiantes con bajo rendimiento académico y se planteó la siguiente cuestión: Las expectativas favorables del educador ¿inducen, por sí mismas, un aumento significativo en el rendimiento escolar de sus alumnos? Para responder a esta pregunta se les hizo un test de inteligencia a todos los alumnos de la escuela.
Se les dijo a los profesores que aquel test era capaz de identificar, de manera muy fiable, a los alumnos que en el transcurso de los siguientes meses destacarían claramente sobre el resto de la clase; una vez procesado el test, se les dio una lista con los nombres de tales alumnos “especiales que se trataba de aquellos con bajo rendimiento académico”, los cuales supuestamente gozaban de una capacidad extraordinaria para el aprendizaje y la creatividad. Lo que entonces no se le comunicó a los profesores, ya que de haber sido así́ no habría sido posible el experimento, es que la lista se había hecho al azar, sin referencia alguna al test.

Transcurridos seis meses, se volvió a hacer el mismo test a los alumnos, igualmente al cabo de un año y de dos años. Rosenthal, midió el incremento del coeficiente de inteligencia entre el primer test y los posteriores, y comprobó que había una ventaja estadísticamente significativa en los alumnos “especiales” con respecto al resto: el 47% de los alumnos “especiales” ganaron 20 o más puntos en coeficiente de inteligencia, mientras que solo el 19% del resto ganaron 20 o más puntos. Estos resultados significaron para Rosenthal y sus colaboradores una constatación inicial muy alentadora del enorme impacto del “efecto Pygmalión” en el aula.

El propio Rosenthal considera ciertos factores determinantes que permiten explicar cómo el buen trato que da el profesor a los alumnos más inteligentes, influye positivamente en el aprendizaje, en contraposición de la indiferencia y el mal trato que reciben los alumnos que para el profesor tienen bajo rendimiento académico. Tenemos mucho que reflexionar como docentes, para enseñar con amor y pasión y entender que en una aula no todos los alumnos aprenderán de la misma manera, debemos de partir que los discentes son seres diferentes con habilidades especiales cada uno.

Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada (Santiago 1:5)