El fenómeno mundial de renunciar a razonar por puro fanatismo, es una de las catástrofes naturales más groseras que he observado en los últimos tres lustros. Tanto que le costó al homo sapiens para llegar desarrollar el cerebro y la capacidad de razonar, para que ahora, gracias a las redes sociales, y como lo profetizó Umberto Eco (parafraséandolo), cualquier idiota se crea poseedor de la razón absoluta

¿Cómo fue que se llenó de tumores el raciocinio?
La estructura del correcto pensamiento no es complicada, es básica. Por eso sorprende la gente del campo con la sencillez de su forma de pensar, porque precisamente es básica, concreta, sin aditamentos artificiales, realista y efectiva. Bien decía Jesús que las grandes verdades son para gente sencilla, porque no se complican en el razonamiento. No se meten en vericuetos laberínticos para, al final, aceptar o atacar una idea.

La base del correcto razonamiento parte de principios generales universalmente aceptados: derecho a la vida, al respeto hacia los demás, a la convivencia pacífica, etc. Luego de ellos se desprenden reglas secundarias que pueden variar más o menos de región en región, pero son muy similares que las entendemos como normas morales que ya establecen la forma concreta de conducirse ante los demás, ante la sociedad, ante la autoridad, etc. Todo ello genera las reglas terciarias que son coercitivas porque ya se discutieron hasta la saciedad a lo largo de los años, y la sociedad las acepta y que solo en regímenes autocráticos difieren, pero la mayoría las entienden y aprecian, por ejemplo, cuál es la mejor forma de gobierno, las bondades de la división de poderes, el papel exclusivamente de representantes del pueblo que deben desempeñar los políticos y no como dueños arbitrarios del Estado, y así, hasta llegar a niveles cuaternarios del ordenamiento legal, siempre de obligatorio acatamiento.

En toda esa pirámide encontramos lo que es bueno, correcto, adecuado ya que es racional, ¿cómo puede la gente salirse de un marco de referencia tan evidente y conocido para sacar conclusiones descabelladas e insultantes?
Empecemos con un ejemplo tan superficial, por intrascendental, como el reguetón. Una expresión cultural que desafortunadamente llegó para quedarse. De hecho, el cantante del año es el más nefasto de sus representantes. Dejando a un lado su anoréxica musicalización de su sonsonete cansino, vamos a la vulgaridad sin sentido, en la cual se pone a la mujer como un objeto sexual.

Otra actividad humana un poco más importante, pero igual, no cura el cáncer ni termina con la pobreza: el futbol que lleva a los extremismos de aferrarse a un jugador, a un equipo y llegar a acciones delictivas, pasando por discusiones altisonantes totalmente desenfocadas.

Aunque disquisiciones sobre la música o el deporte caen en el terreno de los gustos, las preferencias, es la forma como se abordan esos temas lo que demuestra la renuncia a razonar.

¿Qué tan difícil es ver que Donald Trump es un patán egocéntrico y desquiciado que busca el exhibicionismo sobre todas las cosas? ¿Cómo se puede enarbolar la bandera antivacunas y además volverlo parte de un debate religioso, político y hasta de libertades civiles? ¿En qué consiste la dificultad para entender que la invasión de Putin a Ucrania es una simple y sencilla -y muy cobarde- invasión? Que no surge por la defensa de los intereses rusos, sino por la locura del tirano de resucitar la pasada gloria (si es que alguna vez la tuvo) de la URSS.

En resumen: La mujer no es un objeto, se ha luchado por siglos para cambiar esa visión. No se puede faltar a los buenos principios y enaltecer letras de canciones vulgares. Tampoco se insultar a otros porque se considere que un equipo o un jugador es mejor que otro. Hay que reconocer y aceptar que un político vulgar es eso, un vulgar, pero nunca un estadista. Y también que un dictador, cualquiera que sea su color o pensamiento, es eso, un dictador que pisotea las normas y destruye todo lo bueno. Finalmente, lo más importante, que la ciencia es ciencia, y cuando las pruebas son irrefutables, la discusión religiosa, política o sectaria no es más que una total idiotez.