Los ojos del cura párroco de Intipucá, el padre Damián, estaban ampliamente abiertos, con las cejas levantadas y completamente arqueadas. Su boca, ligeramente abierta, con los labios separados, su mirada fija y penetrante en aquella, pensaba, pequeña e insignificante figura que le anteponía semejantes preguntas. Padrecito, decía aquel niño, ¿Dios fue creado a imagen y semejanza del hombre? ¿O fue el hombre creado a imagen y semejanza de Dios? ¿Qué hará Dios cuando la humanidad deje de existir? ¿Quién lo venerará? ¿Qué se harán las iglesias? ¿O será que Dios morirá conmigo? No sabía ni qué contestar ni qué decir. El cura se había quedado completamente mudo, anonadado, qué clase de preguntas eran aquellas, se dijo entre dientes. ¡Qué niño más raro!, pensó.

Hábilmente, el cura ignoró al hijo de los dioses, continuó con su charla acerca de las bondades de Dios, su misericordia, y su promesa de vida eterna. El cura había sido invitado por la directora de la escuela, quien era parte de la iglesia católica de la localidad, para que ofreciera una charla sobre las bondades de la religión. Una férrea defensora del Gobierno también era creyente, no solo en la religión, sino en el orden social, en el poder y la seguridad. Comprendía que sus alumnos deben, desde pequeños, aceptar los límites que le impone la sociedad y así poder controlar sus instintos más primitivos. Gobierno y religión son los instrumentos fundamentales para lograr el control social.

Ese niño es raro, le dijo el cura Damián a la directora, debería hablar con sus padres, si sigue así se convertirá en un joven problemático, rebelde y delincuente. Sí, ya lo había notado, padre, contestó la directora. Todo lo cuestiona. Imagínese que el otro día, preguntó en clase, que, porque el amor solo existía con una persona del sexo opuesto, ¿que si él amaba a su abuelo porque no podía amar a un niño? Es de lo más raro, pero lo peor es que ejerce una gran influencia en los otros niños. Cuidado, dijo el cura Damián, ¡qué una manzana podrida echa a perder el barril!

María continuaba con sus labores en la casa de sus padres, ayudándole a su madre Ana, en el cuido de sus hermanos y ahora su hijo también.
-Te he notado un poco angustiada y triste, María, le dijo su madre. ¿Qué te agobia tanto? Es el futuro, madre.
-Pero que te aflige mujer, dijo Ana, si para nosotros los pobres el tiempo es circular, nada cambia por más que nos esforcemos. Lo mismo es hoy que mañana, todo se repite. Para nosotros el futuro no existe, solamente el presente.
-Como bien lo dice el cura párroco, para nosotros el futuro se encuentra en el cielo, no es terrenal. Me resisto a esperar el cielo y sus promesas, madre, dijo María.
-Y no es que me preocupe mi futuro, pero el de mi hijo sí. Para él quiero un cielo terrenal. Él es un niño especial madre, hasta raro me le dicen los vecinos. Me frustra no saber cómo sacarlo de aquí. Llevármelo a un lugar donde él pueda desarrollar todas sus rarezas.
-Pues no creo que a tu padre le vaya a gustar que te lo lleves de su lado, respondió Ana, ya ves cómo se ha encariñado con esa criatura. Pocas veces lo he visto salivar de amor al desgraciado ese.
-Por eso mismo, madre, el amor conlleva sacrificio, y padre comprenderá que es por su bien. La otra noche estuvimos platicando y él me decía que comprendía mis temores, pero que tuviera paciencia, que en su parecer este nuevo Gobierno, a lo mejor y mejoraba la educación de las zonas rurales. No sé, en el fondo presiento que los políticos lo que quieren es preservarse, son como nómadas que conocen el extranjero, pero no conocen una patria.
-El otro día, el hijo de los dioses me leía la estrategia que utilizaba Julio César, el Romano, para mantenerse en el poder, llenaba a sus masas de espectáculos de todo tipo. La diversión de las masas, madre, eso también buscan por aquí, hacerle sentir al pueblo que sienten por ellos. Hasta a Messi trajeron a jugar a San Salvador. María no podía ni quería seguir esperando, tenía que buscar una salida y pronto.