En una ocasión vino al Señor Jesucristo un joven que tenía muchas riquezas, pero tenía una en su interior la inquietud de como alcanzar la vida eterna, por lo que le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? Él le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta? Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones” (Lucas 19:16-22). Ante este escenario los apóstoles se quedaron impávidos, pero con una interrogante enorme, dado que si este joven rico, no quiso abandonar sus posesiones y nivel de vida por seguir al Señor Jesucristo, ellos se preguntaron ¿que nos tocará a nosotros?

El Apóstol Pedro, uno de los más inquietos le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos? Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros. (Lucas 19:27-30).

Evidentemente el joven rico, tenía muy arraigado el amor a las riquezas, por ello estimó más importante las posesiones terrenales que la vida eterna. Así ocurre con la mayoría de seres humanos, ya que tienen un apego enorme a lo que posesiones materiales y por esa razón no se preocupan por la vida eterna, pero lo cierto es que todos compareceremos ante Dios, tal como lo dice Hebreos 9:27 “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” sin embargo, el Señor Jesucristo nos proporcionó el camino para la vida eterna.

En el contexto de la muerte de Lázaro Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará. Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero. Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo” (Juan 11:23-27). Ciertamente los hombres han buscado por décadas el elixir de la vida eterna y han invertido millones de dólares para alargar la vida y encontrar la cura para sortear a la muerte, pero no han tenido éxito, ni lo tendrán.

Porque el lugar donde continúan buscando es el equivocado, pero si vuelven su mirada a la Biblia ahí encontrarán las repuestas a sus enigmas, y solo entonces los seres humanos vivirán no a su estilo inmoral llamando a lo malo bueno y el bueno malo, sino buscando del Señor Jesucristo, haciendo su voluntad y dando frutos dignos. El libro de Hebreos 13:15-16, dice que “ofrezcamos siempre a Dios, por medio del Señor Jesucristo, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios”

De manera que el cristianismo es incompatible, con la codicia, la avaricia, las injusticias, la corrupción, las mentiras y la inmoralidad, por ello el Señor Jesucristo dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19-21).