Cuando en 1933 el Partido Nazi asomó su testa y se apoderó —por la vía electoral— del poder total en Alemania, pocos imaginaron la envergadura de esa singladura.Los expertos en política internacional de aquella época creyeron que se trataba de una pose que la realidad geopolítica aplacaría. Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética (URSS), con propósitos diferentes, tenían aplicado un torniquete vigoroso contra cualquier tentativa alemana. El Tratado de Versalles, que selló la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, parecía garantizar la inmovilización de Alemania para efectos de guerra. Craso error. Como ya está documentado, Alemania creció y se armó, financiada por sus mismos cancerberos.

La experiencia de lidiar con la revolución bolchevique de 1917 dirigida por Lenin hasta su muerte, en 1924, parecía indicar que el expansionismo (de cualquier naturaleza, menos el propio) podía ser contenido con contrapesos. De hecho, la URSS, por propio análisis y bajo las tesis del nuevo jerarca, Stalin, pasó de la revolución mundial proclamada por Lenin al socialismo en un solo país. Con el agregado que desde inicios de la década de 1930 en la URSS inició un largo, penoso y sangriento proceso de purgas internas. La conclusión occidental era: la URSS no conquistará el mundo, porque primero se fagocitará y eso agotará sus energías sociales.

Pero la emergencia nazi era otra cosa. Porque contra todo pronóstico se había abierto campo. Y tenía prisa, mucha. Debían hacer movimientos rápidos y contundentes. De ahí que sus primeras lanzas fueron lanzadas contra sus tres cancerberos continentales, casi en forma encadenada.

El pacto entre Alemania y la URSS, del 24 de agosto de 1939, fue una trampa cazabobos, y es que hasta Stalin y su Estado Mayor se confundieron, porque creyeron que con eso se blindaban, y, no, ¡iban tras ellos! La invasión nazi sobre Polonia que inició el 31 de agosto de 1939 permitiría la movilización de multitudinarias tropas y recursos bélicos en la frontera con la URSS. Y el avanzar sobre los soviéticos sería, como sucedió el 21 de junio de 1941 (aunque desde diciembre de 1940 los nazis trabajaban en el diseño de eso), un asunto de corto plazo.

El ataque contra Francia y los Países Bajos arrancó el 10 de mayo de 1940, y después de seis semanas estos se rindieron frente al poderío alemán. Hecho inesperado hasta para las mismas fuerzas nazis, que quizás esperaban una resistencia mayor. Es probable que esta mentalidad de ‘victoria rápida’ se apoderó de la jerarquía nazi y creyó que lo mismo sucedería con la URSS. No hay que olvidar que la maquinaria de guerra la dirigían, sobre el terreno, los coroneles y los generales de la Wehrmacht (las fuerzas armadas unificadas bajo el Tercer Reich), pero el mando supremo recaía sobre un solo hombre subido en la punta de un alfiler: Adolfo Hitler. Y Hitler, en el sentido estricto de la formación militar, no había pasado de cabo.

Invadir Gran Bretaña, sin embargo, Alemania lo pospuso varias veces, porque antes debía neutralizar a la fuerza aérea británica, y eso no estaba fácil. ¿Y Estados Unidos? En ese momento era un observador crítico del radical giro que tomaba el mapa geopolítico. Y le llegó su despertar con el ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941.

Los movimientos rápidos, nerviosos e incisivos del Partido Nazi para alienar a vastos sectores sociales y poder así lanzarse cuanto antes a la guerra, fueron la piedra de toque que puso al mundo patas arriba.

Enarbolar la bandera del ‘enemigo judío’ fue un extraño expediente de invención política, que en un primer momento facilitó las acciones de choque en la política alemana. Sin embargo, es claro que, no obstante que el ‘enemigo judío’ fue el objetivo más visible, lo cierto es que eso le permitió a la maquinaria nazi desbaratar (aniquilando, expulsando y apresando) a toda disidencia posible.

Es decir, en el frente externo abrió tres flancos decisivos (contra la URSS, contra Francia y contra Gran Bretaña), y en un primer momento obtuvo réditos sorprendentes. Espectaculares, casi. Pero en el frente interno es donde se resolvió con mayor celeridad la cuestión. Casi en un santiamén millones de alemanes estaban en pie de guerra. Las crónicas de época de diversos autores (civiles y militares) dan cuenta de este acelerado proceso de nazificación.

Aquello que arrancó en 1933, ¿80 años después podría repetirse? Es una pregunta que es necesario meditar con seriedad, puesto que por los tiempos que corren pareciera que hay algunas muecas similares por varios rumbos del orbe.