Los países pequeños como los nuestros tienen que llegar a integrarse mucho más de lo que están ahora, ojalá bajo un esquema tipo EEUU, donde los gobiernos estatales mantienen muchas prerrogativas. Eso no es fácil a pesar de la lógica integracionista, la que hizo que los EEUU pelearon una guerra civil fratricida y terrible en inexcusables pérdidas humanas para consolidar la unión, que le ha permitido hoy en día ser la nación más importante del mundo y con todos sus defectos líder de los países que practican la democracia pluralista y republicana. La Unión Europea tiene su cruenta historia también.

La integración por romanticismo, aunque nos une mucho de nuestro pasado y cultura a los centroamericanos, no es lo deseable. Eso ya pasó y dejo lo que tenía que dejar. La integración tiene que darse porque facilita las economías de escala en todos los campos, necesarias para muchos procesos productivos y generadores de bienestar social que requieren de volumen para ser rentables y consecuentemente socialmente accesibles. Así mismo y siendo istmo que une las dos Américas y los dos principales océanos, unidos seríamos tomados más en serio y pesaríamos más en el ambiente internacional. Debe de ser una aspiración a largo plazo como lo ha sido en la Unión Europea y en la misma Centroamérica, un plazo que puede acortarse en condiciones favorables. La experiencia europea y la misma estadounidense señalan que no es posible integrarse políticamente, como se propone en el Protocolo de Tegucigalpa, si no priva en los países aunque no sea en forma perfecta la democracia pluralista y republicana, con mecanismos que aseguren el que aún en franca minoría, la oposición no quede relegada al ostracismo político. Una mínima homogeneidad política en democracia entre los países miembros de un esquema integracionista es necesaria para avanzar. Portugal, España y Grecia no formaron parte del proyecto europeo, hasta que no se democratizaron.

Se ha avanzado desde el esfuerzo que se inicia con la ODECA en 1951 y se acelera con el Tratado de Integración Económica Centroamericano de 1960 luego modernizado como lo ha sido el de la ODECA por la vía del Protocolo de Tegucigalpa que dio vida al SICA. Las condiciones nunca han sido ideales en Centroamérica para avanzar en la integración, ni cuando se lograron los llamados Acuerdos de Paz, pero aun así se ha progresado.

Ciertamente los gobiernos deben comprometerse con la integración. Pero más que los gobiernos, son los ciudadanos y su voluntad expresada por medio de sus organizaciones representativas por la vía de su expresión regional, las que deben comprometerse con el proyecto integracionista. No basta con que los gobiernos de turno, que en democracia se espera que cambien periódicamente como una práctica sana, se comprometan a implementar procesos de integración que bien se sabe no van a fructificar, al no tener la continuidad políticamente garantizada y carecer de apoyo ciudadano. Hablar de supranacionalidad en algunos círculos claves del Triángulo del Norte empezando por los ejércitos, es ir muy allá. En Costa Rica, Panamá, la República Dominica y Belice, no es de recibo. Las razones no las comento; algunas son válidas y otras son atávicas, pero están presentes en el imaginario colectivo. El SICA cuenta con un órgano que ha estado subutilizado desde el principio. Me refiero a su comité consultivo, el CC-SICA, definido en el Protocolo de Tegucigalpa como el foro de consulta por parte de la institucionalidad del SICA y que pone a dialogar a los estamentos de la sociedad civil centroamericanizados, incluyendo los laborales, los de los ciudadanos originarios, los cooperativistas, los empresarios en sus diferentes dimensiones, los académicos y otras fuerzas vivas representativas de los sectores económicos, sociales y culturales regionalizadas. Conviene y es obligación el subirle el perfil al CC-SICA.

La integración económica, motor integracionista sine qua non, tiene mucho que avanzar. Si bien hay un resiliente y dinámico comercio y respetable inversión intra regional de capital de los países en los otros, todavía queda mucho por hacer, tanto en lo que respecta a perfeccionar el modelo de integración comercial, profundizándolo, promoviendo la subcontratación en la dimensión regional, así como, por ejemplo, desarrollar mecanismos para el comercio exterior conjunto, entre otras muchas posibilidades. No dejo de lado el fortalecimiento con perspectiva regional de los mercados de capital y accionarios. Algo se ha hecho, pero es insuficiente.

Algo interesante que el comercio intra regional puede promover, es la homologación paulatina de las políticas socio-económicas, sociales y culturales, con el fin desde la perspectiva económica, de promover un mercado común sin sesgos por diferencias en cuanto a transferencias, que crean desventajas competitivas artificiales para algunos y ventajas para otros. El comercio y la inversión son poderosas herramientas integracionistas y el papel de los estamentos de la sociedad civil vinculados a los mencionados rubros juegan un papel vital en el proceso integracionista, de la mano con los gobiernos y las instancias del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA). El espíritu integracionista tiene que contar con el estimulante accionar de los gobiernos que, no perdamos de vista, en democracia son servidores de la sociedad civil. Es en ésta, dejando de lado las contradicciones a su interior lógicas de la organización socio económica y la visión política de cada cual, donde tiene que estar presente la voluntad integracionista. Al fin y al cabo, las bondades que la integración debería generar, son un producto del accionar de la sociedad civil en sus diferentes manifestaciones.